«¿Qué te importa? Tú, sígueme»

Alguien muy cercano a nosotros solía decir: «El diablo, a quien no puede hacer malo, lo hace tonto». En realidad, la palabra que usaba no era exactamente “tonto”, sino una palabra que se utiliza bastante en Argentina y que, aunque sería mejor no escribirla aquí, en el contexto en que estaba dicha calzaba muy bien y nos daba a entender perfectamente a qué se refería.

Y me parece que una manera que tiene el satán –o uno de sus secuaces– de “tontificarnos” es hacernos perder el tiempo… tan valioso como pocas cosas y al que hay que vivir redimiendo, como dirá san Pablo (cf. Ef 5, 16), es decir, haciéndolo parte de nuestra santidad –y la de los demás.

No me refiero, según lo ya dicho, a perder el tiempo haciendo cosas malas, sino cosas aparentemente buenas o que pueden serlo para ciertas personas pero no para nosotros: en definitiva, no haciendo la voluntad de Dios sino algo “parecido” … ¡Pero vaya si hay diferencia en estas cosas! Cabe el ejemplo que ponía el padre Hurtado hablando de diferentes voluntades, que parecen iguales:

«“Las cosas pueden parecer muy semejantes y ser totalmente diferentes”. Por ejemplo, dos cuadros que son de igual tamaño, representan la misma escena y tienen un marco igual. Para un campesino lo mismo da cualquiera. Si viene un artista, diría:

– ¡Usted tiene un Rubens!… Le doy lo que quiera, 100.000 dólares…

– Entonces me dará 200.000 dólares, porque los dos son iguales: iguales personajes, color, altura…

– Son 200.000 si quiere, por uno; el otro es una copia: a lo más 15 dólares.

– Pero ¿por qué?

– Hay un no sé qué en el colorido y un no sé qué en los ojos, un no sé qué en el cielo… Por razón de todos esos «no sé qué» uno vale 200.000 y el otro 15»[1].

Esto “semejante a lo verdadero”, es decir, que parecería ser bueno, ser voluntad de Dios pero no lo es, es una de las maneras típicas que tiene el demonio para confundirnos. Sucede esto cuando «se forma sub angelo lucis» –como dirá San Ignacio[2]–, es decir, «se disfraza de ángel de luz», seduciéndonos –sin que lo notemos– con una idea (una acción, inspiración, propósito, etc.) que parece buena –o lo es en sí misma– pero no es la mejor, la que nos toca en este momento, la que debemos llevar a cabo… en definitiva, no es lo que Dios quiere en el aquí y ahora. De esta manera, dirá el santo en sus inmortales Ejercicios Espirituales, logra «entrar con el ánima devota y salir consigo», o sea, nos engaña como a un niño que se le ofrece un dulce con una cara simpática y de ahí se lo va llevando por malas sendas…

El arma que suele usar «el enemigo de natura humana» –como lo llama el santo de Loyola– no pocas veces es la distracción. Es decir, nos aparta de lo que nos toca aquí y ahora, nos desvía del camino seguro de nuestra santidad, nos aleja del fin último (¡Dios!), nos entretiene con cosas –repito, no malas– pero que no son las que deberían ser. Las palabras en cursiva que acabo de utilizar son de la definición de la RAE[3] de la voz “distraer”. Ésta, en su tercera acepción dice: «Apartar la atención de alguien del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla», y en la cuarta –cosa que me llamó la atención pero que viene como anillo al dedo-: «Apartar a alguien de la vida virtuosa y honesta».

¿Y en qué pienso, sobre todo, cuando menciono estas cosas? En el tiempo y fuerzas que se puede perder mirando demasiado los grandes problemas de la humanidad y más específicamente la de nuestra querida santa Madre Iglesia.

¿Hay muchos problemas en la Iglesia? Sí, claro, ¡cómo negarlo! Pero de algún u otro modo siempre los hubo… Releamos los Hechos de los apóstoles: aún con lo particular de esa primera comunidad en cuanto a la rebosante santidad que se vivía, no faltaban dificultades. Hasta el mismísimo san Pedro tuvo que ser corregido por san Pablo (cf. Gal 2,11-21). Tampoco son menores las dificultades «a causa de los intrusos, los falsos hermanos» que menciona san Pablo en su carta a los Gálatas (Gal 2,4), o no pocos problemas traían los partidismos (¡yo de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas![4]) que denuncia a los de Corinto. Es más, si hubiera habido redes sociales y un registro de estas, seguro encontraríamos muchas dificultades más.

Porque si bien es cierto que la Iglesia tiene su origen en Nuestro Señor y es conducida por el Espíritu Santo, también es cierto que está formada por hombres. Es decir, una “parte” de la Iglesia es santa, inmaculada, testigo indefectible de la Verdad, etc., pero también tiene otra “parte” bien humana, pecadora, falible, débil… – ¡aunque siempre hubo y habrá grande santos!!–; pero por esa “parte” humana de la Iglesia, de algún modo siempre estará “en crisis”. Mutatis mutandi, creo que se pueden aplicar también a la Iglesia estas palabras de san Alberto Hurtado, que escribe a manera de defensa contra quienes le enrostraban las dificultades por las cuales pasaban las grandes obras que llevaba adelante por amor al Señor:

«–“Su obra está en crisis”, me dirán.

–Sí, pero usted me encuentra bien tranquilo…

–“Sí, pero eso y eso no marcha…”.

–Pero, amigo, una obra que marcha, tiene siempre cosas que no marchan. Una obra que vive está siempre en crisis»[5].

Es por eso que tenemos que tener cuidado de no distraernos poniendo demasiado los ojos –y el corazón, y la lengua y los dedos– en lo que sucede en la Iglesia. Por supuesto que no sugiero que no nos enteremos de lo que sucede, o que no tengamos criterios para juzgar –¡vade retro a eso! Tampoco quiero decir que no nos tienen que doler –¡y mucho!– los serios problemas de la Iglesia (si no nos duelen, puede ser signo de falta de amor). Simplemente hago notar que a veces el “tanto cuanto” ignaciano no es tan aplicado a ese tipo de asuntos, por lo que podemos perder demasiado tiempo, o juzgar “de más”, o criticar situaciones que no nos incumben directamente. De esta manera se pierden las fuerzas, el tiempo, ciertas gracias de Dios, etc. Y lo peor, es que no nos ocupamos tanto como debiéramos del aquí y ahora de nuestra existencia, de nuestra propia santificación, de nuestros propósitos, etc. En definitiva, de esta manera no nos ocupamos del «unum necesarium» (Lc 10,42) que no es otro que el mismísimo Señor.

Recordemos que uno de los motivos por los cuales la semilla de la Palabra puede no dar fruto es a causa de las «preocupaciones del mundo» (Mt 13,22). Estas preocupaciones también pueden ser las que tienen que ver con la misma Iglesia si no pasan por la criba de la prudencia.

Para poner por obra esto que vamos diciendo hacen falta algunas virtudes. Ya nombramos la prudencia, pero para que ella “funcione” necesita también la templanza que refrene la curiosidad, la fortaleza que me de fuerzas para hacer lo que debo y no lo que me gusta (porque a veces ver videos y más videos, y leer blogs y más blogs, y opinar y más opinar, son cosas que gustan). También necesitamos firme voluntad para cumplir los propósitos, porque dejamos a veces de rezar o leer, de ayudar a los demás o cumplir el deber de estado, por mantenernos excesivamente informados (y a veces mal informados). Es imprescindible, además, la caridad para no juzgar lo que no me toca juzgar, o juzgar solo “hasta donde debo” y no más –¡difícil equilibrio, pero tenemos que ser santos, y así juzgaban ellos! Por último, también mencionemos la humildad, que puede hacernos reconocer que quizás no tenemos la sabiduría, la virtud o el discernimiento necesario para “saberlo todo” o “juzgarlo todo”.

Que nos tranquilicen las inspiradas palabras de san Pedro: «No os sorprendáis como de un suceso extraordinario del incendio que se ha producido entre vosotros» (1 Pe 4,12). Y estas otras también pueden ayudarnos, escritas por san Carlos de Foucauld al P. Caron el 20 de junio de 1900; solo “agreguemos” que ahora hay enemigos infiltrados en nuestras filas…:

«No os asombréis por las tempestades presentes. La barca de Pedro, ha visto muchas. Pensad en la noche del día en que fueron martirizados San Pedro y San Pablo. ¡Qué oscura debía parecer para la pequeña cristiandad! Los primeros cristianos no se desanimaron. Nosotros, que tenemos, para fortificar nuestra fe, dieciocho siglos de vida de la Iglesia, ¡qué pequeños nos deben parecer estos esfuerzos del infierno, de los cuales Jesús ha dicho “que no prevalecerán”; ni los judíos ni los francmasones pueden impedir a los discípulos de Jesús continuar la obra de los Apóstoles; que tengan sus virtudes y tendrán el mismo éxito. A nosotros, como a ellos, Jesús dice, bendiciéndonos: “Id, predicad el Evangelio a todas las criaturas”; asimismo, “podemos todo en Aquel que nos conforta”; “Él ha vencido al mundo”. Lo mismo que Él, tendremos siempre la Cruz; como Él, seremos siempre perseguidos; lo mismo que Él, seremos siempre los triunfadores, en realidad, y esto en la medida en que le dejemos obrar y vivir en y por nosotros. Estamos con el Omnipotente, y los enemigos no tienen más poder que aquel que a Él le place darles para ejercitamos, santificamos, hacemos conquistar victorias espirituales —las solas verdaderas y eternas— para su Iglesia y sus elegidos»[6].

Sigamos sus consejos y tengamos las virtudes de los apóstoles para tener así también sus mismos frutos; dejemos al Señor «obrar y vivir en y por nosotros». Aprovechemos el tiempo y hagámonos santos… lo demás –incluso lo que pasa en la Iglesia, sino nos ayuda a ser santos…– ¡¡filfa y pamplina!!

…….

Después de la reparadora triple confesión de amor, el Señor le dice a Pedro: “Sígueme”. Y así sigue el relato que inspiró estas líneas:

«Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?” Viéndole Pedro, dice a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?” Jesús le respondió: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿QUÉ TE IMPORTA? TÚ, SÍGUEME”» (Jn 21,20-22).

 

Puedo equivocarme, pero no me la imagino a la Santísima Virgen enterada hasta el detalle de los dimes y diretes de los primeros cristianos, mucho menos opinando aquí y allá. Ella sabía lo que debía saber y hacía lo que tenía que hacer: oraba mucho y amaba más, ahí está todo. ¡¡Nos ayude e ilumine nuestra Madre!!

 

¡Ave María y adelante!

P Gustavo Lombardo, IVE

 

 

 

[1] A. Hurtado Cruchaga S.J., Un disparo a la eternidad: retiros espirituales predicados por el Padre Alberto Hurtado, ed. S. Fernández Eyzaguirre, Univ. Católica de Chile, Santiago de Chile 20043, 138.

[2] Ejercicios Espirituales, [332].

[3] Real Academia Española. Distraer: 1. tr. divertir (‖ apartar, desviar, alejar).

[4] «Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolo”, “Yo de Cefas”, “Yo de Cristo”»(1Cor 1,12).

[5] A. Hurtado Cruchaga S.J., La búsqueda de Dios: conferencias, artículos y discursos pastorales del Padre Alberto Hurtado, ed. S. Fernández Eyzaguirre, Univ. Católica de Chile, Santiago de Chile 2005, 39.

[6] C. Foucauld, Escritos Espirituales de Carlos de Foucauld, 1964, Tercera Parte.

11 comentarios:

  1. Padre gracias por la reflexión. Nuestra Madre María nos acompañe, guie, en la oración y a sembrar cada día un poquito más de amor en nuestro corazón. Bendiciones

  2. Gracias padre Gustavo!!!🥺😥😔😌🙇‍♀️🙏♥️🤗💐

  3. Maria Vilca Figueredo

    P.Gustavo gracias por compartir esta reflexión, cuando la leía hay me acordaba que a veces me pasaba lo mismo. P.Gustavo siento que me falta tanto.
    Gracias.

  4. Gracias Padre Gustavo por siempre ayudarnos a mantenernos firmes y fieles a la Santa Voluntad de Dios de no distraernos de lo único esencial para Nuestra Vida de no perder la mirada fija en el Horizonte fijos los ojos en el Señor y de la mano de Nuestra Señora, jamás perderemos el camino a seguir🙏

  5. Gracias por la reflexión, que tan importante es perderse en el camino cuando tomamos decisiones sin Dios , cuando no tenemos en orden nuestras ideas y que valioso saber que Jesucristo está ahí para encontrarnos como ovejas perdidas para retomar el camino de nuestro Señor y Padre Eterno y ser ecuánime en mostrar nuestro corazón , paciencia,, entereza , caridad , templanza, orden, buen juicio etcétera y hacer con tanta sencillez su voluntad. Esta reflexión la necesitaba.

  6. Éste articulo llegó a mis manos y por sobre todo a mi Alma en un momento de clamor silencioso como alimento puntual. Dios siempre está presente en el momento justo 🙏

  7. Wow, bendito sea Dios. Gracias Señor por estas palabras y por el parde Gustavo, ayúdale en su sacerdocio.

  8. Isabel Jimenez

    Gracias Padre Lombardo. Es como una cascada de agua pura el hacer estos ejercicios… Dios siga iluminando a quienes pertenecen a esta organización. 🙏 🙏

  9. Maria Victoria Cano Roblero.

    Como me ha ayudado esta reflexion para hacer y pedirle a Dios la gracia de poder aceptar y hacer lo voluntad divina que Dios quiere para mi tampoco es de hacerme indiferente a lo que sucede al rededor sino trabajar en lo que le agrada a Dios.

  10. Yolanda Rangel Ballesteros

    Gracias padre, que claras y significativas éstas palabras, justo con tanto miedo que se escribe en tantos medios y que ayudamos a difundir dejando a un lado todo lo valioso que el Señor nos entrega día a día. Cómo la hermosura de los Ee y vivir todo el cambio para alcanzar la santidad y por supuesto acompañar siempre a nuestra Iglesia y a nuestros pastores.

  11. Francis Bethancourth Lotz

    Gracias padre. Cuántas veces he leído con amor este pasaje, y ahora con la meditación que hace, cuánto más por reflexionar… Duc in Altum

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