Frente al aborto, callar es pecado

Tenía intenciones de escribir sobre este tema, pero el P. Miguel Á. Fuentes, IVE, me ganó de mano; y enhorabuena, ya que sin duda no lo podría haber hecho mejor.

Si bien lo publica motivado por lo que estamos viviendo en Argentina[1], sin embargo, cabe para todo país donde el aborto ya sea legal o donde pueda llegar a serlo, o sea, para cualquier rincón del planeta.

Sólo permítanme agregar una cita que trae san Juan Pablo II en su último libro, evocando valientes palabras del Cardenal Stefan Wyszynski, otro que no se callara ante el poder hegemónico reinante:

“La falta más grande del apóstol es el miedo. La falta de fe en el poder del Maestro despierta el miedo; y el miedo oprime el corazón y aprieta la garganta. El apóstol deja entonces de profesar su fe. ¿Sigue siendo apóstol? Los discípulos que abandonaron al Maestro aumentaron el coraje de los verdugos. Quien calla ante los enemigos de una causa, los envalentona. El miedo del apóstol es el primer aliado de los enemigos de la causa. Obligar a callar mediante el miedo, eso es lo primero en la estrategia de los impíos. El terror que se utiliza en toda dictadura está calculado sobre el mismo miedo que tuvieron los Apóstoles. El silencio posee su propia elocuencia apostólica solamente cuando no se retira el rostro ante quien le golpea. Así calló Cristo. Y en esa actitud suya demostró su propia fortaleza. Cristo no se dejó aterrorizar por los hombres. Saliendo al encuentro de la turba, dijo con valentía: ‘Soy yo’”[2].

Por si no la conocen, les comparto también otra página que el P. Miguel Ángel lleva adelante hace muchos años y con muchísimo fruto: http://www.teologoresponde.org/

Aquí va el texto en cuestión, sin desperdicio:

 

Frente al aborto, callar es pecado (P. Miguel Ángel Fuentes, IVE)

http://miguelfuentes.teologoresponde.org/2018/03/06/frente-al-aborto-callar-pecado-p-miguel-angel-fuentes-ive/

 

El 16 de marzo de 1998, la Santa Sede publicó un documento llamado “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”, dedicado a la terrible tragedia desatada durante la Segunda Guerra Mundial y la persecución del nazismo contra los judíos (que no fue sólo contra estos sino también contra muchos más: gitanos, católicos y cristianos en general). En ella se leen estas palabras:

“En los territorios donde el nazismo practicó la deportación de masas, la brutalidad que acompañó esos movimientos forzados de gente inerme debería haber llevado a sospechar lo peor. ¿Ofrecieron los cristianos toda asistencia posible a los perseguidos, y en particular a los judíos?

Muchos lo hicieron, pero otros no. No se debe olvidar a los que ayudaron a salvar al mayor número de judíos que les fue posible, hasta el punto de poner en peligro su vida. Durante la guerra, y también después, comunidades y personalidades judías expresaron su gratitud por lo que habían hecho en favor de ellos, incluso por lo que había hecho el Papa Pío XII, personalmente o a través de sus representantes, para salvar la vida a cientos de miles de judíos. Por esa razón, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos fueron condecorados por el Estado de Israel.

A pesar de ello, como ha reconocido el Papa Juan Pablo II, al lado de esos valerosos hombres y mujeres, la resistencia espiritual y la acción concreta de otros cristianos no fueron las que se podía esperar de unos discípulos de Cristo. No podemos saber cuántos cristianos en países ocupados o gobernados por potencias nazis o por sus aliados constataron con horror la desaparición de sus vecinos judíos, pero no tuvieron la fuerza suficiente para elevar su voz de protesta . Para los cristianos este grave peso de conciencia de sus hermanos y hermanas durante la Segunda Guerra Mundial debe ser una llamada al arrepentimiento. Deploramos profundamente los errores y las culpas de esos hijos e hijas de la Iglesia”.

Estas palabras escritas medio siglo después de aquellos acontecimientos nos recuerdan la actitud de algunos cristianos que “no tuvieron fuerza suficiente para elevar su voz de protesta”. Y el documento habla de “grave peso de conciencia” y de la necesidad del arrepentimiento.

¿Qué pecado cometieron estos cristianos? El no elevar la voz de protesta frente a un crimen sólo puede ser pecado si hay obligación de protestar y no callar. Y acusar a un cristiano de “no haber tenido fuerza suficiente” solo vale en tanto dicha falta de fuerza sea más bien tibiezadesidiacobardíamiedo o desinterés por la vida ajena en peligro.

Hubo muchos cristianos, pastores, sacerdotes y obispos, que dieron la cara y arriesgaron la vida. La Iglesia ha beatificado a mons. Clemens August von Galen, llamado el León de Münster, de quien se dice que fue el obispo “que le paró los pies a Hitler”. Él no tuvo reparo en predicar con valentía contra la ideología del nacional-socialismo y contra el exterminio de discapacitados en las mismas narices del Führer. Si Hitler no lo tocó en aquel momento, se debió a que había decidido asesinarlo después de alcanzar la victoria que Dios no le concedió nunca.

En su primera carta pastoral diocesana de la Pascua de 1934, von Galen condenó sin reservas la cosmovisión neopagana del nazismo poniendo claramente en evidencia el carácter religioso de esta ideología:

«Una nueva y nefasta doctrina totalitaria que coloca a la raza por encima de la moralidad, coloca a la sangre por encima de la ley […] repudia la revelación, pretende destruir los fundamentos del cristianismo […]. Es un engaño religioso. A veces ocurre que este nuevo paganismo se esconde incluso bajo nombres cristianos […]. Este ataque anticristiano que estamos viviendo en nuestros días supera, en violencia destructiva, a todos los demás de los que tenemos conocimiento desde los tiempos más lejanos».

La carta termina con una admonición a los fieles a no dejarse seducir por tal «veneno de las conciencias» e invita a los padres cristianos a vigilar a sus hijos. El mensaje pascual cayó como una bomba y tuvo un efecto liberador en el clero y en el pueblo, teniendo eco no sólo en Alemania, sino también en el extranjero.

El sábado 12 de julio de 1941 el obispo recibió la comunicación de que habían sido ocupadas las casas de los jesuitas  de la Königstrasse y de Haus Sentmaring. Con el avance de la guerra los jefes supremos del partido intensificaron el secuestro de bienes de las confesiones cristianas, y precisamente en los días en que Münster sufría graves daños por los bombardeos, la Gestapo comenzó sistemáticamente a deportar a religiosos y a ocupar y confiscar los conventos. También fueron secuestrados los conventos de las monjas de clausura. Los religiosos y religiosas fueron insultados y expulsados. El obispo se puso en movimiento inmediatamente. Afrontó personalmente a los hombres de la Gestapo, diciéndoles que estaban realizando «un acto infame y vergonzoso», y los llamó con mucha claridad y franqueza «ladrones y bandoleros». Consideró que había llegado el momento de intervenir públicamente. Estaba listo para cargar con todo por Dios y por la Iglesia, aunque esto pudiera costarle la vida. El día siguiente, tras prepararse bien el sermón, subió al púlpito decidido a llamar a las cosas por su nombre:

«Ninguno de nosotros está al seguro, ni siquiera el que en conciencia se considera el ciudadano más honesto, el que está seguro de que nunca llegará el día en que vengan a arrestarle a su propia casa, le quiten la libertad, le encierren en los campos de concentración de la policía secreta de Estado. Soy consciente de que esto puede sucederme hoy también a mí… En nombre del pueblo germánico honesto, en nombre de la majestad de la justicia, en el interés de la paz… yo levanto mi voz como hombre alemán, como ciudadano honrado, como ministro de la religión católica, como obispo católico, yo grito: ¡exijamos justicia!».

Hoy nos viene bien recordar este ejemplo de valor y claridad, porque ambas cosas son necesarias en los momentos aciagos donde se juegan los principios fundamentales de la civilización. Valor sin claridad, sirve de poco, y claridad sin valor, ¿a quién salva?

Junto al ejemplo de van Galen y de muchos otros que hicieron su correspondiente aporte heroico, también hay que reconocer el contrastante de muchos otros cristianos que se callaron la bocaTuvieron miedo. O hablaron de manera que nadie los entendió, o lo hicieron con un lenguaje diluido que a nadie ilumina y a ninguno hace temblar. O simplemente pensaron que no era problema de ellos; era una pelea que no les incumbía. ¿Es eso pecado? Sí, es uno de los dos pecados que cometió Caín. El primero fue el fratricidio. El segundo fue sostener la mentira gigantesca que destruye la base de toda sociedad: decir que no somos responsables ni guardianes de la sangre de nuestros hermanos. Este segundo pecado es el que cometen los que se callan cuando hay que hablar para salvar al inocente. Y también los que hablan con timidez y en voz baja. Aunque no podamos salvarlo, aunque solo podamos patalear para que no lo asesinen contando con nuestra mudez, nuestro deber es hablar.

El silencio, la pereza, la desidia o el miedo de aquellos cristianos dio por resultado la muerte de varios millones de inocentes (no solo judíos, sino también gitanos, discapacitados, enfermos, niños por nacer, sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos fieles a su fe, cristianos en general, y hombres que no tenían quizá fe, pero eran honrados…).

Esto pasó hace 70 años. Quizá dentro de otros 50 años -o menos- también nosotros seamos juzgados por nuestra actitud ante el más grande genocidio que ha conocido la historia de la humanidad: el del aborto que revive en nuestro tiempo la misma mentalidad pagana del nazismo y de los campos de exterminio comunistas. Cada año este crimen deja 60 millones de muertos (teniendo en cuenta solo los abortos quirúrgicos, porque la cifra puede llegar a cerca de 500 millones si sumamos los abortos provocados por píldoras abortivas y otros dispositivos, de los que casi nadie quiere hablar para no hacer más rancio el aire de su propia conciencia). Se trata de víctimas que tienen como característica el ser niños, inocentes, no haber cometido mal alguno, no tener capacidad de defenderse y ser el futuro de nuestro mundo. A esto se suma el creciente fenómeno del homicidio/suicidio llamado eutanasia.

Hay dos series de pecados que se pueden cometer relacionados con este crimen:

(1) Ante todo, los pecados que caen directamente en este homicidio cualificado: el practicar un aborto, el ayudar a realizarlo, el pedirlo, el aconsejarlo, el votarlo o hacer campañas a favor del mismo, el presionar para que alguien lo realice. Más grave que todos estos es el reclamar o simplemente postular que el aborto “es un derecho” de la mujer. En seguida diré por qué.

(2) El otro pecado es callarse ante este mal; no hacer nada para intentar detenerlo; pensar que no nos toca o que no es asunto nuestro; no apoyar a quienes dan la cara para frenar esta tragedia colectiva, o peor todavía considerar que quienes luchan contra el aborto y ponen la cara son imprudentes o fanáticos, o hacernos eco de la prensa que los despedaza, por estar ella involucrada con los que manejan las campañas abortistas. En situaciones como esta, guardar silencio puede ser pecado. No olvidemos que el pedido de perdón de la Iglesia por la mala actitud de algunos católicos ante la persecución nazista se debió a que se quedaron callados; ellos no asesinaron a nadie ni entregaron a nadie al perseguidor; simplemente miraron el espectáculo como si no fuese problema de ellos. A los que hablaron (como mons. von Galen) los persiguieron y algunos terminaron en la cárcel y en los campos de exterminio, como suele ocurrir en los tiempos difíciles. Y quizá vamos hacia algo así.

Por tanto, es nuestro deber recordar las grandes verdades sobre este tema que podemos resumir en los siguientes puntos:

1º Matar al inocente es un pecado abominable.

2º Asesinar al inocente indefenso, siendo niño, enfermo, anciano o discapacitado es un pecado más abominable aún.

3º Cuando los que lo asesinan o piden su muerte son sus padres, sus hijos, sus parientes, este se convierte en un pecado que no tiene nombre.

4º Cuando los que lo practican son los que se han comprometido a defender la vida, a curar, a aliviar el dolor, como son los médicos y enfermeros, conlleva además la traición de sus juramentos y horroriza al cielo.

5º Cuando los que trabajan por imponer una pena de muerte al inocente (como es este caso pues se condena a muerte por venir al mundo, por ser enfermo, por estar postrado o por ser deficiente) son los Gobernantes y las clases dirigentes, entonces es probable que Dios entregue a esa Nación a la decrepitud anticipada y a su propia destrucción.

6º Y finalmente, cuando se defiende no sólo el aborto sino la existencia de un “derecho a abortar” se comete no sólo un pecado contra la vida y el quinto mandamiento de la ley divina, sino que además se incurre en una herejía porque está revelado que no existe derecho a matar al inocente. Y en esto entramos en otro terreno, pues el que comete pecado de herejía destruye la fe en su alma, aunque por fuera se siga llamando católico. Observemos que no estoy hablando aquí del que hace o pide un aborto sabiendo que hace algo abominable ante Dios, sino del que defiende “la existencia de un derecho” a hacer el mal del aborto o de la eutanasia. Eso ya afecta a la fe.

No todos tenemos las mismas posibilidades de decir estas cosas, pero ha llegado el momento en que debemos buscar el modo de que nuestras convicciones no queden guardadas en nuestro corazón. El que pueda proclamarlo desde el púlpito o desde la cátedra debe hacerlo; el comerciante que pueda decirlo o hacerlo leer a sus clientes debe hacerlo, aunque no sepa encontrar otro modo que empapelar las paredes y vidrieras de su negocio con estas verdades; la ama de casa que no tenga otro medio, al menos puede decirlo a sus vecinas y defender el más sagrado de los dones naturales que Dios nos ha dado. Todos podemos rezar. Todos podemos hacer penitencia. Todos podemos patalear. Todos podemos llorar. Todos podemos salir a la calle y manifestar nuestras convicciones naturales y nuestra fe. Cada uno verá el modo. Lo que no se puede es callar.

 

  1. Miguel A. Fuentes, IVE

 

[Sermón predicado originalmente en  la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, de san Rafael, Argentina, el 6 de marzo de 2005. La actual situación argentina es ocasión propicia para volver a publicarlo].

 

 

[1] Se está comenzando a discutir sobre la aprobación de la ley del aborto.

[2] Stefan Wyszynski, Zpiski wiezienne, París (1982), p. 251. Cit. en Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, Sudamericana, Buenos Aires, 2004, p. 164.

 

7 comentarios:

  1. el aborto,holocausto silencioso

  2. «¡No tengáis miedo!»

    Favor de firmar a favor de la vida:
    http://goo.gl/WLsbTD
    https://goo.gl/8xXETm

    Favor de leer lo que ocultan los medios:
    https://goo.gl/ThPp4w
    http://goo.gl/ts0NKt

  3. Entrevista con Dios: ¿qué piensa sobre el aborto? ¡Palabra de Dios!:
    https://goo.gl/b3AQ4x

  4. Daniel Patiño

    No vamos a CALLAR:

    La despenalización del Aborto impulsada como ley en nuestro país, Argentina, es una de las aberraciones e incoherencias más grandes del “ser humano” contra él mismo, contra la misma especie humana.

    Se puede hasta dejar de lado un marco religioso para darse cuenta de que es una cuestión tan elemental, fundamental y esencial de un “DERECHO HUMANO” el más importante de todos, del derecho a la VIDA, del derecho a nacer, del derecho a vivir, del derecho a tener las mismas oportunidades de cualquier ser humano que desea entrar en la historia de la humanidad.

    Y desde el marco religioso, hoy Dios clama al hombre, al igual que en el génesis: “hombre dónde estás, qué estas haciendo con la VIDA, qué estas haciendo con tú vida…. O aún no lo sabes que el don de la VIDA es mi más preciado regalo….”

    Daniel Patiño de San Juan, Argentina

  5. Luz Marlene Lara de Reyes

    El aborto es un asesinato, al menos indefenso, es la lucha contra Dios, es la presencia del enemigo, es la destrucción de los gobiernos , de las familias y del ser humano.

  6. La mayor aberración: matar a un ser humano indefenso y totalmente dependiente, y que además sea tu propio hijo.
    El que este ‘asesinato’ se considere un delito o bien, como sucede ya en muchos países, se considere un derecho de la mujer es una mera cuestión de tiempo, el de unos cuantos meses de diferencia de edad de esa persona. Como si te dijeran que con un año de edad y hasta cumplir los dos pueden legalmente ‘interrumpir tu crecimiento’ y a partir de los dos años esa ‘interrupción’ sería ya un asesinato. Estamos mal.

  7. La comunión a los adúlteros de Amoris laetitia no es herejía porque no la ha hecho de cumplimiento obligatorio bajo sanción, pero sí una proposición próxima a la herejía, pues contradice el n. 1650 del Catecismo. custom written essays

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