Corazón que busca corazones

Confieso que no me es sencillo escribir sobre el Sagrado Corazón de Jesús, debido a que no se trata de otra cosa que de escribir del amor de Dios por los hombres, y en Dios, sus actos no se distinguen de su ser, por tanto hablar de su amor es hablar de Él mismo, porque Dios es Amor (1Jn 4,8); y para hablar de Dios hay que conocerlo, y para conocerlo hay que amarlo, ya que “El nivel más alto del conocimiento de Dios brota del amor” (Benedicto XVI), y no considero que lo amo lo suficiente como para hablar/escribir competentemente de Él, aunque sin duda no puedo dejar de hacerlo… menos en una solemnidad como esta. Me encomiendo a Quien más sabe de ese Corazón, ya que lo formó en sus purísimas entrañas.

Esta devoción no nace hace un par de siglos con Santa Margarita María, sino que surge desde el mismo momento en que el hombre quiere responder al amor de su Señor. Se pregunta San Bernardo por qué nos ama Dios, y responde “Él nos ha amado mucho para ser muy amado de nosotros”[1]. Debido a que el hombre, en esta etapa de la historia, se viene alejando cada vez más de Dios –no se reconoce amado y por tanto no lo ama– Nuestro Señor se apareció a esta Santa para manifestarle: “Este es el Corazón que tanto amó a los hombres que nada escatimó hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor”[2].

La respuesta de nuestro amor debería ser tal que nos mueva a consagrarnos enteramente a Él; dirá Leon XIII, “Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo (…) es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así, es darse y unirse a Jesucristo”[3].

Podríamos preguntarnos si la devoción al Sagrado Corazón tiene aún actualidad; escuchemos la clarividente respuesta de San Juan Pablo II, quien además hace una diáfana lectura de los signos de los tiempos:

“Se trata de un mensaje que, en nuestros días, cobra una actualidad extraordinaria. En efecto, el hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva, mientras que el centro de la persona no es ni la pura razón, ni el puro instinto. El centro de la persona es lo que la Biblia llama ‘el corazón’.

Al final del siglo XX, parece ya superada la incredulidad de corte iluminista, que dominó durante mucho tiempo. Las personas, experimentan una gran nostalgia de Dios, pero dan la impresión de haber perdido el camino del santuario interior en donde es preciso acoger su presencia: ese santuario es precisamente el corazón, donde la libertad y la inteligencia se encuentran con el amor del Padre que está en los cielos.

El Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con su Corazón, amando, como él, a Dios y al prójimo.

La devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos siglos, bajo el impulso de las experiencias místicas de santa Margarita María Alacoque, fue la respuesta al rigorismo jansenista, que había acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. Hoy, a la humanidad reducida a una sola dimensión o, incluso, tentada de ceder a formas de nihilismo, si no teórico por lo menos práctico, la devoción al Corazón de Jesús le ofrece una propuesta de auténtica y armoniosa plenitud en la perspectiva de la esperanza que no defrauda.

Hace más o menos un siglo, un conocido pensador denunció la muerte de Dios. Pues bien, precisamente del Corazón del Hijo de Dios, muerto en la cruz, ha brotado la fuente perenne de la vida que da esperanza a todo hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad, redimida del pecado. El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor[4].

¡Cuánto de verdad hay en estas palabras de Juan Pablo, el grande! El hombre de hoy está herido, partido, divido, extraviado, desorientado, desconsolado y desesperado. ¿Por qué? Porque negó a Dios… no sabe entonces de dónde viene ni a donde va. Al negar a Dios, obviamente tampoco puede reconocerse amado por Él, y ¡qué heridas tan profundas produce en el hombre la falta de amor!… Al no reconocerse amado, tampoco podrá el mismo hombre amar, ya que el amor, como decíamos, es respuesta al amor (amor con amor se paga). Incapacitado así el hombre para amar –no ama a Dios ni ama al prójimo– pierde totalmente esa armonía interna, que une todas las fuerzas en él, que es el amor. Pero como el hombre no puede vivir sin amar, al no amar a Dios, ni a los hermanos, se amará desordenadamente a sí mismo (necesariamente), y en ese amor a sí mismo, buscará su felicidad en las creaturas cayendo así en la esclavitud de los vicios, o de los odios y las guerras, y de ahí en la tristeza más profunda y la desesperación.

¡Esa es la terrible tragedia del hombre de nuestro tiempo, que ha cedido, culturalmente hablando, a aquella luciferina tentación hecha a nuestros primeros padres: seréis como dioses (Gn 3,5).

Nuestro Señor quiere destruir en nosotros el corazón de piedra y darnos un corazón de carne (Ez 36, 26), y para esto, no encuentra mejor modo que mostrarnos, una y otra vez, el infinito amor que alberga su Corazón, el cual lo llevó a derramar hasta la última gota de su sangre por nosotros. Corazón que no busca otra cosa, que nuestro amor. ¿Acaso hay algo más doloroso y triste que amar y no ser amados? Y ¿acaso Él no busca nuestro amor sobre todo por nuestro bien?

Jesús pide nuestro amor, y como el suyo, el nuestro deberá ser un amor crucificado, un amor reparador, y un amor que busque otros amadores. La ingratitud y el olvido de los hombres ante la misericordia de Dios hieren el Corazón de Jesús, como testimonia la corona de espinas que lo circundaba durante la primera aparición. Jesús se quejó de ello a la Santa con estas palabras:

“Como agradecimiento (a mi amor) no recibo de la mayoría de los hombres más que ingratitudes, irreverencias, sacrilegios, frialdad y desprecio”. “Mira cómo me tratan los pecadores… Sólo demuestran frialdad y rechazo ante todas mis atenciones para hacerles el bien… Dame por lo menos la satisfacción de suplir sus ingratitudes… Participa de las amarguras de mi Corazón”.

El amor de Cristo nos apremia, dice San Pablo (2 Co 5, 14). María Antonia de la Paz y Figueroa, una gran mujer Argentina que mucho hizo por la propagación de los Ejercicios Espirituales en los tiempos del cierre de la Compañía de Jesús, y que tiene iniciado su proceso de beatificación, escribía: “Oh mi Dios, y quien os viera ya amado de todas tus criaturas tanto cuanto mereces ser amado”[5].

“Si supieras, le dice Jesús a sor Margarita María, cuánta sed tengo de ser amado por los hombres, no ahorrarías esfuerzos en ello… ¡Estoy sediento, ardo en deseos de ser amado!”.

Dirá Juan Pablo II que “la devoción al Corazón de Cristo es inseparable de la Eucaristía, sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor”[6]. Un medio privilegiado de manifestar nuestro amor por Jesús, será, por tanto, honrando la Sagrada Eucaristía, el “Sacramento de su amor”. Jesús le confiaba lo siguiente a santa Margarita María:

“Siento una ardiente sed de ser honrado y amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, y no hallo a casi nadie que se esfuerce, según mi deseo, por saciar esa sed, manifestando alguna reciprocidad”.

Sigamos el consejo del Papa viajero:

“Os invito, por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, a mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a repetir a menudo […]:  ¡Sacratísimo Corazón de Jesús, en ti confío!”[7].

 Y si estamos cansadosy tristes quizás, recurramos al Señor que nos dice:

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11,28-30)

Si tenemos sed de la verdadera paz y felicidad, Jesús con un grito –como nos narra la Evangelio– no invita: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien crea en mí», como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. (Jn 7,37-38).

Acudamos al Sacratísimo Corazón de Jesús, por medio del Inmaculado Corazón de María, ese “grande y divino mundo de Dios”, como la llamaba San Bernardo, “donde hay bellezas y tesoros inefables”, agregaba San Luis María. Sin duda, el tesoro más bello e inefable es el Corazón de su Hijo.

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Más material sobre el tema:

–        Juan Pablo II, Catequesis 20 de junio de 1979, El misterio del Corazón de Cristo (Ver Aquí)

–        Pío XII, Carta Encíclica “Haurietis aquas”, Sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, 15 de mayo de 1956, (Ver AQUÍ).

–        Pío XI, Carta Encíclica “Miserentissimus Redemptor”, Sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús, del 8 de mayo de 1928, (Ver AQUÍ)

–        León XIII, Carta Encíclica “Annum Sacrum”, de la Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, del 25 de mayo de 1899, (Ver AQUÍ)

Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.

 

[1]Cit. en San Alfonso María de Ligorio, Práctica de amor a Jesucristo, cap. IV “Cuán obligados estamos a amar a Jesucristo”.

[2]Las palabras del Señor a Santa Margarita María Alacoque está tomadas de la Carta Espiritual de la Abadía San José de Clairval, de junio del 2000.

[3]León XIII, Carta Encíclica, “Annum Sacrum”, de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, 25/05/1989.

[4]San Juan Pablo II, Catequesis del 8 de junio de 1994.

[5]Frase estampada en un mural de la casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; casa que fundó la “Beata de los Ejercicios” (así la llamaban) por pedido de Nuestro Señor, quien le prometió que nadie la iba a destruir. Actualmente es la casa más antigua de la Ciudad de Buenos Aires (terminada en 1799).

[6]Juan Pablo II, Catequesis del 1 de junio de 1974.

[7]San Juan Pablo II, Catequesis del 8 de junio de 1994.