Lo que me enseñó la montaña (2)

Bariloche 2008 262Seguimos comentando algunas cosas aprendidas en las convivencias en la montaña junto con seminaristas y novicios.

En camino: en los senderos, llamados “picadas”, existen marcas denominadas “pircas”; algunas están hechas con pinturas en los árboles, otras -en las partes más altas, donde ya no hay árboles- son pequeños montículos de piedras, a veces también pintadas y con un trozo de rama en la punta.

Si el sendero es bastante transitado y, por tanto, está bien marcado, estas pircas pasan casi desapercibidas o forman parte del colorido y del folclore de la caminata o del ascenso pero, si el sendero es poco visible, son importantísimas y, a veces, ver una de esas, da un alivio difícil de comprender para quien no se haya sentido perdido alguna vez en la montaña; si no se encuentra alguna, en principio, no habría que seguir avanzando, de lo contrario se estaría corriendo el riesgo de adelantar equivocadamente, con todo lo que ello implica.

A veces se escoge una especie de sendero que parece un camino, o una bajada que se cree ser la que corresponde y, luego de un tramo, se puede percibir que no hay pircas… existe una tentación muy fuerte de seguir bajando por si se trata de otra alternativa, o de seguir insistiendo para ver si el camino se “abre” más y toma “forma” el sendero por el cual veníamos. No poco esfuerzo implica reconocer que se ha errado, sobre todo porque esto lleva consigo volver a subir hasta donde equivocamos la senda.

Dicho/escrito/leído frente a una computadora, quizás con un café en la mano, no suena a demasiado esfuerzo… pero puedo asegurarles que estando “in situ”, sí lo es…

De esto, más de una vez he pensado que se pueden sacar un par de enseñanzas para la vida espiritual:

Avanzar por terreno seguro: cada camino de santificación es personalísimo, como personalísimos somos cada uno de nosotros; sin embargo, hay muchos principios y cosas seguras de las cuales no podemos separarnos sin correr gran peligro. Podrían nombrase muchos signos de que vamos bien, pero solo menciono algunos a manera de  ejemplo:

Los sacramentos, siete canales por los que nos llega todo lo que Cristo ganó para nosotros en el Calvario.

La humildad en seguir los consejos ajenos, sobre todo de personas prudentes, cuánto más de un buen director espiritual.

La obediencia. Como decía San Francisco de Sales: “Todo es seguro en la obediencia y todo sospechoso fuera de ella”.

La caridad: Dios es amor, ¿qué más decir?

La docilidad al Magisterio de la Iglesia, ¿o pensamos que sabemos más que el Espíritu Santo?…

Hay cosas que no cambian con el paso del tiempo -la pólvora ya está inventada. Si queremos caminar por un camino donde no tengamos “signos de seguridad”, donde todo sea nuevo, donde todo lo pasado se deje taxativamente de lado, donde no tengamos más referencia que nosotros mismos -o un grupito de “iluminados innovadores”- muy probablemente caminemos con mucho riesgo de perdernos, y quizás para siempre. No olvidemos que “un pequeño error en el comienzo es un gran error en el final”…

 Bariloche 2008 434 (Medium)

Volver al sendero: si estamos descendiendo, quizás cómodamente, por el espacioso camino que lleva a la perdición (Mt 7,13), debemos tener las agallas suficientes como para reconocerlo y volver, cueste lo que cueste, al punto en que nos desviamos. Ese “cueste lo que cueste”, la gran mayoría de las veces implica, mucha, muchísima humildad. El demonio pondrá mil escusas a nuestro amor propio para que no regresemos… habrá que hacer, una y mil veces, oídos sordos y volver a subir por la estrecha entrada y el angosto camino que lleva a la Vida, ese que pocos son los que encuentran (cf. Mt 7,14).

Una de las tentaciones más fuertes puede ser el pensar que ya no podemos regresar, pero: te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza (2 Cor 12,9); o, que si lo hacemos “nunca será como antes” y, en realidad, humildad de por medio, eso es bien cierto, no será como antes, ¡será mejor! Así obra Aquel que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5), como le dijo a Santa Faustina Kowalska:

“Me es sumamente agradable este decidido propósito tuyo de hacerte santa.  Bendigo tus esfuerzos y te daré la oportunidad de santificarte. Sé atenta para que no se te escape ninguna oportunidad que Mi providencia te dará para santificarte.  Si no logras aprovechar una oportunidad dada, no pierdas la calma, sino que humíllate profundamente ante Mí y sumérgete toda con gran confianza en Mi misericordia y así ganarás más de lo que has perdido, porque a un alma humilde se da con más generosidad, más de lo que ella misma pida”. Diario La Divina misericordia en mi alma, n. 1357.

Ir al frente: no poca es la importancia del guía del grupo (por lo general alguno que ya conoce el camino de años anteriores). Fácil de deducir: si él se equivoca -ya en la picada, ya en los tiempos, etc.- todo el grupo sufrirá las consecuencias.

Gran enseñanza para todos lo que de algún modo hacen/mos de guías: sacerdotes, padres de familias, religiosos/as, jefes, etc. No poca responsabilidad cae sobre nuestros hombros… sobre todo si se trata de lo que Dios ha puesto como más imagen suya en nosotros: “Las almas no las ha de tratar cualquiera, pues es cosa de tanta importancia errar o acertar en tan grave negocio”[1]. ¡Gran responsabilidad, eterna responsabilidad! Pongamos todo lo que esté de nuestra parte y confiemos en la infinita misericordia del Todopoderoso…

Lo pequeño: en mi primera salida, bajo el sol y sobre las piedras, pude valorar aquello que tantas veces creí que era intrascendente y hasta logró molestarme: una botella. Al no saberlo y quizás, al no escuchar a alguno que me lo recomendó, nada llevé para cargar agua. Y, si bien por supuesto que quien tenía, me la daba, no era lo mismo, con semejante calor, que tener el agua a mano todo el tiempo. Parábamos en pequeñitos arroyos de una frescura contrastante con la temperatura ambiente y, además de tomar, varios cargaban agua… Yo añoraba una simple botella de plástico… abollada, sucia, como sea… en ese lugar “la” botella, cobraba un valor que nunca hubiera pensado.

¡Muchas cosas tenemos en nuestra vida que valoramos tan poco! Chesterton tiene un libro titulado: “El hombre vida”. Lo leí en el Noviciado e hice una monografía; me saqué muy buena nota pero… no lo entendí (era mi primer libro de Chesterton…) Años más tarde, ya sacerdote, un colega me explicó la trama, diciendo que era uno de los libros más hermosos que había leído de ese gran autor -ahora en proceso de beatificación; trata el escrito de alguien que, para valorar lo que tiene, se roba sus propias cosas -que luego recupera- se engaña con su propia mujer, etc.

Lamentablemente, muchas veces solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos… y sobrevaloramos las cosa que tienen los demás: “el cerco del vecino siempre parece mejor que el nuestro”…

La luz: en la montaña aprendí su importancia… Por un lado, la vez que me olvidé llevar linterna, junto con el esfuerzo por no perder la paciencia, pude experimentar algo tan obvio, lo difícil que es hacer las cosas más sencillas sin luz.

Por otro lado, en una oportunidad, unos 10 años atrás, subimos un cerro muy alto y el guía, un baqueano de la zona, nos hizo levantar a eso de las 3.30 a.m., por lo cual tuvimos que caminar un par de horas de noche. Por esas cosas de la vida, no teníamos una linterna cada uno… y ahí experimenté la imposibilidad de caminar por la montaña sin que alguna luz te alumbre. Había que esperar que la linterna más cercana enfocara delante nuestro para animarse a dar un par de pasos. Entendí entonces de un modo totalmente nuevo aquello del salmo: lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero (Sal 118,1)

¿Tenemos la palabra de Dios tan presente en nuestro caminar diario como para decir que no damos un paso sin contar con ella? ¿La Palabra encarnada es nuestro gran modelo y guía? Nos hacemos a menudo esa pregunta tan repetida y predicada por San Alberto Hurtado: ¿qué haría Cristo en mi lugar? ¿Es nuestra lámpara el Cordero? (Ap 21,22)

Obstáculos en el camino: se sabe por experiencia que mientras el agua corre, no se pudre. Dado que los arroyitos aquí son cristalinos, deduje que eran las piedras que estaban dispersas por todo el trayecto, las que producían esa trasparencia y hermosura particular. Puede ser esto así o no… pero al aplicarlo a la vida espiritual, reflexioné sobre aquello tan sabido de que el obrar impide caer en tentaciones: “Haz siempre alguna buena obra porque te halle el demonio bien ocupado” decía San Jerónimo[2]. Y si ese obrar se encuentra salpicado con cruces, mucho mejor y más fructuoso el trabajo, según aquello de [a]todo el [sarmiento] que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto (Jn 15,2)

Contrariando una ley: durante el esfuerzo de las subidas uno experimenta paso a paso, anhelito tras anhelito, que está yendo en contra de una ley… la de la gravedad.

Exactamente igual pasa en nuestro ascenso a Dios. Hay algo que se siente, se experimenta, se vive, se sufre… que me empuja para abajo, que lucha contra mi ascender; que, denodadamente, procura que no alcance la cima… Es la ley del pecado (Rm 7,25), de ese pecado que habita en mi (Rm 7,17), como dirá San Pablo, contra la cual tengo que luchar día a día y cuya lucha implica sacrificio y renuncia (a veces hasta el heroísmo), pero que también trae consigo gozos celestiales.

Subiendo la montaña se está yendo contra ambas leyes…

Del Beato Pier Giorgio Frassati, gran amante de la montaña, contaba su hermana:

“Su amor por la montaña era un signo de voluntad: Voluntad de ascensión espiritual, de dominio de si mismo; nunca se quejó Pier Giorgio de hambre, ni de sed, ni de cansancio”. Él mismo decía: “cada vez me gusta más escalar los montes, alcanzar las cimas más difíciles, sentir esa alegría pura que sólo se tiene en la montaña”.

Y Juan Pablo II:

“Es necesario subir [a la montaña] para recoger la invitación a hacer de la propia vida una continua ascensión hacia las metas sublimes de las virtudes humanas y cristianas”. “La montaña, en particular, no sólo constituye un magnífico escenario para contemplar, sino también una escuela de vida. En ella se aprende a esforzarse por alcanzar una meta, a ayudarse recíprocamente en los momentos difíciles, a gustar juntos el silencio y a reconocer la propia pequeñez en un ambiente majestuoso y solemne”[3].

Mencionábamos los gozos de quien se aventura a luchar por la santidad; las cimas tienen también un gozo propio que no viene solo por el paisaje que se contempla sino, sobre todo, por el esfuerzo que implicó llegar hasta ese lugar. En una oportunidad escribía Pier Giorgio: “Querría (…) pasarme jornadas enteras sobre los montes para contemplar en aquellos aires puros la grandeza del Creador”. Creo que no podría lograrse esa grandeza sin el sacrifico previo que implica llegar allí.

Contra la ley del pecado, viene en nuestra ayuda la ley de la gracia, sin la cual nada podemos. Lo mismo pasa en la montaña… difícilmente, al menos nosotros, por lo que nos motiva, subiríamos lo que subimos, sin contar con la fuerza de quien dijo sin mí, nada podéis hacer (Jn 15,5).

Particularmente estimulante es saber que, en la cima, nos espera una cruz a la cual poder besar y sobretodo el mismo Crucificado, hecho presente en la Santa Misa. De este modo, no es difícil hacer de la mochila nuestra propia cruz y entregar, en la patena, cada paso del ascenso.

Y cada paso, cada esfuerzo, antes de ser de Él, es de Ella… o mejor dicho es de Él por Ella… o… mejor que lo diga el poeta:

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Más textos sobre el tema:

–       Un escrito sobre la Misa en la montaña, del P. Carlos Miguel Buela, fundador de nuestro Instituto y a quien le debemos estas experiencias. (Descargar AQUI)

Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.

 


[1] San Juan de la Cruz, 2 Subida, cap. 30, n. 5.

[2] Citado por San Juan de Ávila, Audi filia, cap. 6.

[3] Ángelus, 11 de julio de 1999, Les Combes (Valle de Aosta).

5 comentarios:

  1. Paz y bien, muchas gracias padre , estas palabras me han llenado de amor y gozo y me invitan a ina profunda reflexion , lo tomare con su permiso para compartirlo con los jovenes de confirmacion en una actividad del Via Crucis en la montaña y nos viene como «anillo al dedo» el Señor me lo bendiga

  2. Que hermosa experiencia y sobre todo una excelente reflexion!!! Gracias por todo lo que nos regala con su blog.

  3. P. Gustavo Lombardo, IVE

    A Dios gracias que le haya servido! Por supuesto qeu lo puede usar!

  4. Roxana Córdova.

    Padre Gustavo, Me gustó mucho este artículo y el anterior. Nunca en mi vida he escalado una montaña de esa manera, he estado en la montaña pero no en modo de campamento; pero puedo imaginármelo por la manera en que Ud lo va describiendo y haciendo analogía con la vida espiritual, donde al final el reto es llegar a la cima, alcanzar la Santidad. Muy similar a lo que dice San Pablo cuando nos invita como los deportistas a esforzarnos día a día por alcanzar la meta deseada, donde para nosotros los cristianos la meta es el Cielo.
    En mi situación personal, amo la naturaleza, sea esta la montaña, el campo, el mar, la playa y cuando he tenido oportunidad, la mejor reflexión que he sacado, por ejemplo al estar contemplando el mar es «imaginar» la grandeza de Dios ante mi pequeñez, es sentirme como en medio de una bóveda inmensa y aun en medio de mi pequeñez soy parte de ella, es decir de la creación de Dios y lo mejor, sé que soy su hija!!
    Dios le bendiga y gracias por este apostolado de escribir en las redes sociales y este medio, siempre es grato leer sus artículos y agradezco a Dios por Sacerdotes como Ud. Que la Virgen le guarde siempre como buena Madre nuestra que es.

  5. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Roxana, hermosa reflexión y muchas gracias por sus palabras y por encomendarme a la Virgen!!

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