Tomás e Ignacio, dos gigantes unidos por la Verdad

¿Se pueden unir los Ejercicios Espirituales con el yoga, el zen y otras yerbas? ¡Claro que sí! Así como se puede unir el agua con el aceite, el bien con el mal y ponerle a satanás una aureola…

A pesar de eso, hay quienes lo hacen… o sea, lo intentan hacer, faltando en eso no solo a la fe, sino a la misma razón, porque con un poquito de coordinación neuronal (solo un poquito eh!!), honestidad intelectual y amor a la verdad, ni atisbarían a intentar unir cosas tan opuestas.

¿No te suena bien lo que digo? Entonces, perdón, pero aquí no podré explicártelo porque sería muy largo; intenté hacerlo y me llevó más de 100 páginas en un trabajo de fin de master que presenté hace unos meses: “El yoga y los Ejercicios Espirituales, dos cosmovisiones antagónicas”.

En la parte final del trabajo expuse brevemente cómo hay que tener una mente tomista –es decir una mente que naturalmente funcione y además sea católica– para poder aprovecharse de los Ejercicios Espirituales según la intención de su autor y, en definitiva, del Divino Autor que los inspiró a San Ignacio.

Siendo hoy el día en que la Iglesia celebra al Gigante Tomás de Aquino, sin querer dejar pasar la oportunidad y sin tiempo para hacer otra cosa, les comparto la parte del trabajo donde trato del “Ignacio tomista”.

Espero les sea de provecho y, si le hiciera falta, envíe un pequeño consuelo al Santo de Loyola, traicionado hoy en día de manera escalofriante… como muy bien decía el P. Miguel Fuentes al hablar de la gnostización de la fe[1], la moderna «teología» gnóstica vive una existencia parasitaria; se trata de «los teólogos progresistas que hablan contra ella [la Iglesia], pero desde dentro de ella y con sueldo de ella»; cambien «Iglesia» por «San Ignacio» o «Ejercicios Espirituales» y ya entenderán a lo que me refiero; eso sí, lo hacen de manera subrepticia, es decir, sin hablar directamente en contra, sino… se les acabaría el negocio…

Ahora sí, la parte del trabajo, tal cual está, con numeración incluida:

 

III.3. La mente tomista de San Ignacio

 

San Ignacio tenía una «mente tomista» y sólo con esa mente se pueden entender y aprovechar los Ejercicios. Y no queremos afirmar solamente que la «forma mentis» de Ignacio era tan católica como la de Santo Tomás y, por tanto, solo a la luz de la catolicidad, de la fe católica de siempre, podemos entender y vivir los santos Ejercicios, sino más aún: que San Ignacio se impregnó de la sabiduría del Aquinate y que encontró en ella no solo los nuevos conocimientos que fue adquiriendo, sino también la base teológica que daba explicación a las elevadísimas revelaciones recibidas especialmente en su tiempo en Manresa.

III.3.1. Ignacio estudió e hizo estudiar a Santo Tomás

En filosofía en la Sorbona estudió Ignacio sobre todo a Aristóteles[2], quien difícilmente hubiera llegado a enseñarse en esas cátedras sin la influencia del Aquinate un par de siglos antes. Teología estudió con la Summa Theologie puesto que en París «el fino olfato teológico y pedagógico de Loyola se orientó pronto hacia los Jacobitas, que era el nombre de los Dominicos de Saint-Jacques»[3], convento de frailes de diversas naciones donde habían enseñado Alberto Magno y el mismísimo Santo Tomás.

El P. Villoslada, quien menciona de Ignacio su «amor preferente a la teología de Santo Tomás»[4] dirá también:

Llegado a París, estudió la Suma Teológica de Santo Tomás, sobre lo cual observa justamente A. Guillermou: «En verdad la experiencia directa de las cosas de Dios precedió en él al estudio sistemático de la teología. Pero él predicó a los demás con el ejemplo. Ignacio, el místico, favorecido con gracias excepcionales, optó por un sistema sólidamente carpinteado. En una época, en que todas las vacilaciones eran posibles y admitidas en cualquier parte, se adhirió, y quiso que se adhirieran más tarde los miembros de su Compañía, a la fuerte estructura del tomismo»[5].

«La doctrina tomista –sigue Villoslada– será la que el legislador de la Compañía prescribirá después a toda la Orden»[6], y cita las Constituciones de la Compañía: «En la Teología leeráse el Viejo y el Nuevo Testamento y la doctrina escolástica de Santo Tomás»[7].

También aparece el Angélico Doctor refrendado por Ignacio en las llamadas «Reglas para sentir con la Iglesia» [352] de los Ejercicios; así afirmará en 11ª donde, luego de hacer un encomio de los santos padres (doctores positivos), recomienda la escolástica por motivos muy sopesados y valederos, poniendo en primer lugar al Doctor Común:

11ª regla. Alabar la doctrina positiva y escolástica; porque assí como es más proprio de los doctores positivos, assí como de Sant Hierónimo, Sant Augustín y de Sant Gregorio, etc., el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor; assi es más proprio de los escolásticos, assi como de Sancto Thomás, Sant Bonaventura y del Maestro de las sentencias, etc., el diffinir o declarar para nuestros tiempos de las cosas neccesarias a la salud eterna, y para más impugnar y declarar todos errores y todas falacias. Porque los doctores escolásticos, como sean más modernos, no solamente se aprovechan de la vera inteligencia de la Sagrada Scriptura y de los positivos y sanctos doctores; mas aun siendo ellos iluminados y esclarescidos de la virtud divina, se ayudan de los concilios, cánones y constituciones de nuestra sancta madre Iglesia [363].

Y vemos, para que se note mayormente la preferencia de Ignacio por Tomás, cómo esta legislación no dejaba de ser innovadora; del Colegio Romano, fundado por los jesuitas en tiempos en los que San Ignacio era prepósito general y con gran deseo suyo de que llegase a ser universidad, comenta el P. Villoslada:

Es digno de notarse que, mientras en todas las instituciones universitarias de Italia se seguía la costumbre medieval de leer en teología los cuatro Libros de las Sentencias de Pedro Lombardo, fue en el Colegio Romano donde el Doctor Martín de Olabe se adelantó a todos imponiendo como libro de texto y base de las lecciones la Suma teológica de Santo Tomás[8].

Cabe asimismo traer a colación lo sucedido con Guillermo Postel, novicio que, con aire de sabio y loco, pero también de gran erudito, pretendía formar parte de la Compañía. San Ignacio luego de varios intentos «no logró asesar aquella cabeza loca ni rectificar sus torcidos conceptos teológicos, por más que le prohibió leer otro libro que no fuese la Summa Theologiae del Doctor Angélico»[9]. Aunque no deja de ser anecdótico es bastante sugestivo el suceso para mostrar la gran estima que tenía Ignacio no sólo de los escritos de Santo Tomás en orden al quehacer teológico, sino también en lo que respecta a la «forma mentis», es decir, a formar y estructurar el modo de pensar.

Así pues, podemos afirmar con el erudito teólogo jesuita del siglo pasado Bertrand de Margerie, que es «Santo Tomás de Aquino doctor propio de la Compañía de Jesús». En su artículo, que justamente así titula, evoca una homilía que el Cardenal Roberto  Belarmino (S.J.) predicara el 30 de julio de 1608 en Roma, cuando todavía San Ignacio no había sido canonizado:

Nuestro Bienaventurado Padre ha cerrado las puertas a las herejías que son la forma de idolatría en la que caen los cristianos. Pues, liga, en cuanto se puede, a la Sede Apostólica, sobre la cual, como sabía estaba fundada la verdadera Iglesia. Por esto ha ordenado que todos sigan la doctrina de Santo Tomás (Const. IV, 14, 1, 464), por ser la más aprobada[10].

III.3.2. Santo Tomás y los Ejercicios Espirituales

Santo Tomás y San Ignacio poseen dos «carismas teológicos» excepcionales, y la Iglesia ha dejado clara constancia de ello. Comentando el P. Iparraguirre la declaración por parte de Pío XI de San Ignacio como patrono de todos los Ejercicios Espirituales y de las casas dedicadas a ellos, comenta:

Con este patronazgo concedía Pío XI una clara primacía a San Ignacio en una parcela tan importante de la espiritualidad. El cardenal Pla y Deniel cree ver un paralelismo innegable entre esta preferencia dada al autor del libro de los Ejercicios y la otorgada por León XIII a Santo Tomás en el campo de la teología y la filosofía. Como Santo Tomás ejerce un «doctorado universal» sobre la ciencia eclesiástica, así San Ignacio debe ser, según el mismo Pontífice, el faro luminoso que guíe a las almas en el sendero de la perfección. Los principios generales del Doctor Angélico son los goznes sobre los que gira la teología católica. Las leyes reguladoras del penitente de Manresa han de formular también «el código sapientísimo y universal» de las normas de la dirección de las almas[11].

Por eso no ha de extrañarnos en absoluto que estos dos «grandes del espíritu» y dotados de gracias especialísimas, carismas teológicos extraordinarios –cada uno en su campo propio– se hayan de algún modo unido. Así, Santo Tomás, con su «doctrina [que] no pudo provenir sino de una intervención milagrosa de Dios»[12] dio fundamentación filosófica y teológica a lo divinamente recibido por San Ignacio. O, dicho de otro modo: Ignacio aplicó –no sin milagro– a los caminos ascético-místicos del espíritu lo que Tomás expusiera de manera extraordinaria más a nivel de principios. Pero dejemos que lo diga alguien con más autoridad, que no poco bregó por la defensa de los Ejercicios contra el naturalismo reinante en el siglo pasado; escuchemos al P. Orlandis:

De día a día nos parecen más notables y palmarias las semejanzas y afinidades entre el ingenio especulativo-práctico del autor de la Summa y el ingenio práctico-práctico del inspirado autor de los Ejercicios… en uno y otro autor, debajo de la verdad concreta y palpable de un realismo en extremo sensato y humano, late y fulgura un ideal elevadísimo y amplísimo (…) este idealismo tan elevado y comprensivo, el atento observador lo descubre oculto con frecuencia y casi imperceptible en pasajes secundarios y a primera vista de menos valor. No pocos de los principios más sintéticos y sustanciales los formula Santo Tomás al resolver una dificultad, al parecer fútil; ejemplo de esto es el principio trascendentalísimo (…) «la gracia no destruye la naturaleza». Por semejante manera muchos de los fecundísimos principios de ciencia espiritual los insinúa San Ignacio, al prescribir reglas, al parecer insignificantes, de conducta al ejercitante o al director de los Ejercicios[13].

––

Ignacio y Tomás fueron dos enamoradizos… Ya lo dijo Mons. Fulton Sheen en uno de los últimos capítulos de su autobiografía titulado «La Mujer que amo»: «Debe haber una Mujer en la vida de un sacerdote»[14]. No habría un Santo Tomás ni un San Ignacio si en sus vidas no hubiera estado esa Mujer… como tampoco hubiera habido un Salvador… porque no hay Jesús sin María.

Amemos mucho a la Santísima Virgen, ella nos llevará a la Verdad, o sea, a su Hijo, como lo hizo con estos dos Gigantes y con tantos otros. Concretemos el amor a nuestra Madre con el Rosario diario:

«Un alma que reza el Rosario todos los días, jamás será formalmente herética, ni será engañada por el demonio: esta es una declaración que firmaría con mi sangre».

San Luis María Grignion de Montfort, El Secreto Admirable del Santo Rosario.

 


[1] Ver https://vozcatolica.com/blog/2022/08/01/gnostizacion-de-la-fe-y-de-la-iglesia/

[2] Cf. R. García-Villoslada (S.J.), San Ignacio de Loyola: Nueva biografía, Madrid 1986, 330.

[3] Op. cit., 334.

[4] Op. cit., 335.

[5] Op. cit., 337-338.

[6] Op. cit., 334.

[7] Ibid. Constituciones de la Compañía de Jesús, cap 4, 4 [464]; Ignacio de Loyola, Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 1952, 497.

[8] Op. cit., 901.

[9] Op. cit., 578.

[10] En: B. De Margerie, Saint Thomas d’Aquin, docteur propre de la Compagnie de Jésus: centenaire d’un document de Léon XIII, «Doctor Communis» 45 (1992) 103-121. Cit. en: E. Forment, El Magisterio Tomista del P. Orlandis, S. I., Apóstol del Corazón de Jesús, «Doctor Communis» 2/XLVII (1994) 169 (n. 136); «Cristiandad» 755-757/LI (1994) 55 (n. 136).

[11] Ignacio de Loyola, «Introducción de los editores a Ejercicios», en I. Iparraguirre – C. de Dalmases – M. Ruiz Jurado (edd.), Obras de San Ignacio de Loyola, BAC Maior, Madrid 2013, 109-146, 119-120.

[12] Juan XXII, Alocución en el Consistorio (14/07/1323).

[13] R. Orlandis (S.J.), De la sobrenaturalidad de la vida de los Ejercicios, I, «Manresa» 12 (1936)

123-124.

[14] F. J. Sheen, Tesoro en vasija de barro, Logos, Rosario 2015.

3 comentarios:

  1. MARIA VICTORIA HERNANDEZ-ZARAGOZA

    ¡Gracias, p. Lombardo! Ud. siempre con temas de nuestro tiempo pero vinculados a los Grandes como los citados. Hoy, es más común citar a sus pares solo que, si ninguno tiene la noción de los Grandes ¡qué confusión!

  2. Estela palferro

    Donde se consigue el libro del padre Lombardo el yoga y los ejercicios espirituales dos cosmovisiones antagonicas

  3. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Enviado por mail 🙂

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