El título evoca esta sentencia de San Alberto Hurtado: «¡Oh Jesús!, amigo de mi alma… si voy a pecar átame, o mátame, pero pecar nunca, traicionar tu amistad, ¡jamás!»[1].
Pregunto… y aquí cada uno deberá sincerarse en lo más profundo de su corazón: ¿hasta qué punto esas palabras no suenan exageradas, “imposibles”, solo para santos, hiperbólicas, poéticas o parte de una espiritualidad perimida?
Porque de acuerdo a la sincera respuesta que demos a esto, será nuestro “grado” de vida espiritual, nuestro “nivel” de amor a Dios, nuestra seriedad en el camino a la santidad y nuestra coherencia con lo que creemos.
Que lo diga con inmejorables palabras el Beato Dom Columba Marmion:
Entre Dios y el pecado hay una incompatibilidad irreductible; no puede haber alianza posible entre Cristo y Belial, padre del pecado (2Cor 6,15), enseña san Pablo. Sería una ilusión imaginar que Dios se nos comunicara sin que detestáramos el pecado; y esta ilusión es tanto más peligrosa cuanto es más frecuente. Debemos desear ardientemente la unión con el Verbo; pero este deseo debe ser eficaz y movernos a destruir cuanto se oponga en nosotros a dicha unión.
Algunos encuentran admirable, y lo es, lo que llaman la parte positiva de la vida espiritual, a saber: el amor, la oración, la contemplación y unión con Dios; pero no hay que olvidar que éstas sólo se hallan aseguradas en un alma purificada de todo pecado y de todo hábito vicioso, y que se esfuerza por amortiguar las causas del pecado y de las imperfecciones, mediante una vida llena de generosa vigilancia.
Débil es la vida del alma con tendencias viciosas no combatidas: su edificio espiritual vacila, si no es constante en rehuir el pecado, pues está construido sobre arena movediza[2].
Y sí, esto es así, tal cual lo afirma el Beato… Así es de sencillo y difícil, así de profundo y epidérmico, así de evidente y nebuloso, así de irreductible y conciliable… y sí, así de divino y diabólico.
¿Pero qué estoy diciendo? Lo siguiente…
– Es así de sencillo porque basta con saber el catecismo básico (por supuesto, hablo del de siempre, no de lo que se enseña en muchas parroquias hoy en día…), basta esas primeras nociones para entender que, si no dejamos el pecado de verdad y no luchamos contra él, no podemos pensar en amar a Dios verdaderamente y nos ponemos en riesgo la salvación. Por eso tan solo con siete años, como propósito de su primera Comunión, Santo Domingo Savio pudo escribir: “Antes morir que pecar”. Y a los diez años, en la misma circunstancia, la Beata Laura Vicuña dejó plasmado: “Quiero morir antes que ofenderte con el pecado; y por eso quiero apartarme de todo lo que pueda separarme de Ti”.
Y así de difícil porque nos vamos haciendo grandes y en lugar de entender cada vez con mayor profundidad lo revelado y vivirlo con mayor entrega, vamos cediendo en lo segundo y se nos va nublando lo primero, según el certero dicho: “el que no vive como piensa, termina pensando como vive”.
– Así de profundo porque estamos hablando de nuestra relación con Dios. Decía el Papa Magno:
En el marco de la “imagen y semejanza” de Dios, “el don del Espíritu” significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales “profundidades de Dios” están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre[3].
Y por eso, romper con esa amistad por el pecado, implica no entender la profundidad de esa relación, que abarca la misma profundidad de Dios; otra vez Karol, el Grande:
Convencer en lo referente al pecado quiere decir demostrar el mal contenido en él (…). No es posible comprender el mal del pecado en toda su realidad dolorosa sin sondear las profundidades de Dios[4].
Y así de epidérmico porque lo que decía el P. Hurtado de los jóvenes hace 70 años atrás, ahora se le aplica a la mayor parte de la sociedad –al menos en occidente–, incluida una buena porción de la Iglesia: «La mentalidad de nuestros jóvenes: Superficialidad… burlarse de situaciones y buscar en todo el aspecto comodidad, agrado»[5]. Es evidente que la noción correcta del pecado y la lucha que lleva consigo, en una “forma mentis” así, sencillamente no cabe.
– Así de evidente porque solo es «el necio [el que] se ríe de su culpa» (Prov 14,9), y no hay página de la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que no haga referencia al pecado como lo contrario a Dios. Y es así de nebuloso para quienes ya no creen que la Escritura es palabra de Dios. Por eso «los protestantes liberales y los modernistas, negaban que, por el pecado, “existiese verdadera enemistad de Dios para con los hombres”[6]»[7].
– Así de irreductible porque:
El pecado en sí mismo es una rebelión contra Dios, es el gesto de un traidor que trata de derribar a su soberano y matarlo. Es un acto –la expresión es muy fuerte– que si fuera capaz aniquilaría al Dueño de todo. El pecado es el enemigo mortal del tres veces santo, de modo que el pecado y Él no pueden vivir juntos, y así como el Santísimo lanza de sí al pecado a las tinieblas; así también, si Dios pudiera no ser Dios, o ser menos que Dios, sería el pecado el que tendría la capacidad de hacerlo[8].
Y conciliable porque la filosofía moderna ha roto las inteligencias, llegando incluso a negar el principio de no contradicción[9]. Y «los que niegan el principio de contradicción caen en muchos absurdos[10]», y, por ende, es imposible que tengan un modo firme y fuerte de pensar, sino que todo lo endulzan, todo lo edulcoran, nada es “sí, sí” o “no, no” (cf. Mt 3,37), nada hay en sus cabezas –ni corazones– por los cual valga dar la vida; y “nada” es “nada”, o sea, Dios tampoco entra en esa ecuación. Y así no tienen ningún problema de llamar “bien” al pecado… como aquel sacerdote que, en una confesión a un laico que se acusaba de haber mirado a una mujer deseándola en su corazón, le respondió: “Ud. no se haga problema, sólo dé gracias a Dios por poner almitas en cuerpos tan lindos”…
– Y por último, sin ambages ni componendas decimos: Así de divino y así de diabólico.
Así de divino porque todo un Dios hecho hombre, repito TODO UN DIOS HECHO HOMBRE, fue muerto en la cruz por el pecado, por nuestro pecado, por mí pecado. Por tanto, hacer lo posible –y lo imposible– para evitar el pecado no es otra cosa que entender algo al menos del misterio de la Cruz, consolando al Señor o al menos no aumentando su dolor.
Y así de diabólico porque ¿qué más quiere el demonio que pequemos? ¿Alguien tiene alguna duda de esto? ¿Y qué mejor estrategia para alcanzar su cometido que quitarle importancia al pecado? Por eso fue en el siglo XX, donde se dio el ateísmo más horroroso de la historia –obviamente instigado por aquel que quiso hacerse como Dios–, donde también se dio aquello que con lapidaria sentencia afirmó Pío XII: «el pecado de este siglo es la pérdida del sentido del pecado»[11]. Y no vayamos a pensar que ahora estamos mejor…
Por eso, para vivir una fe verdadera, al menos en el fragor de una consolación en nuestra oración, digámosle al Señor, con el P. Hurtado: “si voy a pecar… átame o mátame…”.
¡No es exageración, es lógica pura! Si entendiéramos qué es el pecado… no habría que decir nada más. ¿Para qué vivir si vamos a pecar mortalmente aunque sea una sola vez más? ¡¡¿¿Para qué??!! ¡Basta ya Señor, llévanos ahora mismo! No estamos aquí sino para amarte y hacerte amar, para después amarte por toda la eternidad. Si vamos a hacer lo más contrario al amor… ¡¡¿¿para qué seguir aquí??!! ¡¡Átame o mátame!!
Alguna mamá o algún papá podría objetarme: “Ud. puede rezar así porque no tiene hijos que mantener y educar”. A eso respondo que sí tengo hijos espirituales, pero, sobre todo, que si alguien objeta eso es porque no entiende qué es el pecado mortal… porque vivimos en un mundo ateo –al menos socialmente hablando– y somos hijos de nuestro tiempo. Porque si lo entendiéramos, entenderíamos también que ¡mejor que ese hijo se quede huérfano de un padre o una madre santos, a que los tenga en la tierra, pero con la condición de haber cometido, aunque sea un solo pecado… San Juan Pablo II quedó huérfano a los nueve años… su madre debe haber sido una gran mujer, porque “por sus frutos los conoceréis”. Repito y sin temor a equivocarme… y si te parezco exagerado, decime por qué…: mejor un hijo huérfano que un pecado mortal de uno de sus padres… mejor una parroquia sin sacerdote… y así.
Por eso, podremos multiplicar planes pastorales, reuniones sinodales, estrategias misioneras… pero si el corazón no decide realmente morir al pecado y vivir para Dios, nada tiene sentido… como vemos de tantas cosas que se hacen que sirven para tan poco, o incluso a veces son contraproducentes…
“Pero padre –otro puede objetar– yo he pecado tanto…” ¡CON MÁS RAZÓN ENTONCES! Los que hemos pecado tanto… ¡¡no lo hagamos ninguna vez más!! ¡¡no ofendamos más al Señor!! ¡¡No lo crucifiquemos!! Que su gracia nos basta… pidámosle… ¡Átame Señor, o mátame!
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A la más tierna de las Madres, no puedo rezarle así… es una súplica hermosísima pero también, como debe ser en este caso, muy firme, dura… no sé, me parece que no sería propio dirigirse con esas palabras a un Corazón como el suyo…
A Ella le suplico, al menos cincuenta veces al día que se acuerde de mí ahora y en la hora de mi muerte… Ella, que también sufrió mis pecados al pie de la Cruz… Ella, que es mi dueña y Señora y puede hacer de mi lo que quiera… Ella sabe que prefiero que adelante mi muerte hasta este mismo momento antes de ofender una vez más a su Divino Hijo…
[1] A. Hurtado Cruchaga, S.I., Un disparo a la eternidad: retiros espirituales predicados por el Padre Alberto Hurtado, ed. S. Fernández Eyzaguirre, Ed. Univ. Católica de Chile, Santiago de Chile 20043, 53.
[2] Marmión, C. Jesucristo, ideal del monje: Cap. «La compunción del corazón». Resaltado nuestro.
[3] Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 34. Negrita nuestra.
[4] Ibid., 39. Negrita nuestra.
[5] A. Hurtado Cruchaga (S.J.), Una verdadera educación. Escritos sobre educación y psicología del Padre Alberto Hurtado, ed. S. Fernández Eyzaguirre, Ed. Univ. Católica de Chile, Santiago de Chile 20112.
[6] José M. Bover. Teología de San Pablo, BAC, Madrid 1952, 346.
[7] C. M. Buela, El Arte del Padre, Obras Completas 1, Monte Pueyo, Barbastro 20214, 138.
[8] A. Hurtado Cruchaga, S.I., Un disparo a la eternidad, 307.
[9] Que una de las formas de enunciarlo es así: “Nada puede ser y no ser al mismo tiempo bajo el mismo respecto”.
[10] C. M. Buela, El Arte del Padre, 291.
[11] Pío XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos de América en Boston (26 de octubre de 1946): Discursos y radiomensajes, VIII (1946), 288.
Padre extrañaba leerlo así ❤️🔥 Firmes en la brecha ⚔️
P Gustavo, esta nota suya me inspira y da fuerza para dejar todo pecado atrás y cimentar mi vida en el camino de mayor cercanía al Señor. Ore por mí y por todos quienes vivimos esta vida temporal como tiempo de Fe, anhelando la vida sin cuerpo y con cercanía a Dios!
Con Fe y Adelante hacia la santidad !!
Pues sí, es la manera más práctica de acabar con el pecado y dejar de ofender a Dios…