¡Fiat voluntas tua!

Hablábamos en el post anterior del deseo de la santidad, de la importancia de querer realmente alcanzarla y de cómo Dios es el primer interesado en que lleguemos a ella. Podría alguno, sin embargo, quedarse con una idea un tanto vaga de lo que implica llegar a esa meta; decir, entonces, un “sí, quiero ser santo” pero con una idea de la santidad demasiado etérea, volátil, inaferrable y, por tanto –finalmente– inalcanzable. Demos, entonces, un paso más, y digamos con San Juan Pablo Magno “¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios”[1].

Este “conformar nuestra voluntad con Su Voluntad”, se encuentra a la base y como meta de cualquier espiritualidad, de cualquier camino o sistema que pretenda la unión del hombre con Dios, porque justamente esa unión se da por medio de la voluntad, o sea, por medio del amor.

Citemos diversos autores; todos dirán, de uno u otro modo, exactamente lo mismo:

“La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la gran sabiduría. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto: en conocer la voluntad de mi Señor y Padre. Trabajar en conocerla, trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada mañana, qué quieres Señor de mí (…). Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Esta es mi gran misión, mayor que hacer milagros”[2]. (San Alberto Hurtado)

“Óptimo ministro tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti oyere”[3]. (San Agustín)

“Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios y, como diré después, estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual”[4]. (Santa Teresa)

“Lo que Dios quiera… Cómo Dios quiera… Cuando Dios quiera…”. (Santa Maravillas de Jesús)

“Cada una de nuestras acciones tiene un momento divino, una duración divina, una intensidad divina, etapas divinas, término divino. Dios comienza, Dios acompaña, Dios termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Si es imperfecta, es porque nosotros hemos puesto nuestras deficiencias, es porque no hemos guardado el contacto con Dios durante toda la duración de la obra, es porque hemos marchado más aprisa o más despacio que Dios. Nuestra actividad no es plenamente fecunda sino en la sumisión perfecta al ritmo divino, en una sincronización total de mi voluntad con la de Dios. Todo lo que queda acá o allá de ese querer, no es [ni siquiera] paja, es nada para la construcción divina[5]”. (San Alberto Hurtado)

“Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: ‘Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme’.
Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, por mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?[6]”. (Papa Francisco)

Y si pudiéramos seguir citando, no terminaríamos más, porque la vida de un cristiano se va perfeccionando en la medida que imita a la de su Señor y Él, no tuvo otro objetivo, anhelo, deseo o propósito que hacer la voluntad de su Padre. Por eso, los textos sobre la voluntad de Dios y la santidad, son inacabables.

El Señor, como decíamos, solo tuvo ese deseo…  desde la Encarnación con aquel He aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad (Heb 10,9), pasando por la pérdida y el hallazgo en el Templo para estar en la casa de su Padre (cf. Lc 2,49), incluyendo toda su vida oculta donde vivía sujeto a ellos (José y María) (Lc 2,51) para hacer, por medio de los padres de la tierra, la voluntad de su Padre del cielo, teniendo en cuenta que esto era su comida y sustento: mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y cumplir con la obra que me ha encomendado (cfr. Jn 4, 34), y que la cumplió aún en abismos de dolor impercibibles para nosotros: si es posible, aparta de Mí este Cáliz, pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya (Lc 22, 42), y hasta el final: todo está consumado… todo está cumplido (Jn, 19, 30). Considerando todo esto, no es difícil llegar a la conclusión de que Jesús pensó, dijo e hizo sólo, pura y exclusivamente, lo que su Padre quería que pensase, dijese e hiciese; Él mismo lo dirá de este modo: He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 4, 34).

¿Y esto por qué? Porque Dios es amor (1Jn 4,8) y, por tanto, el Dios encarnado fundó una religión del amor: amaos los unos a los otros como yo los he amado (Jn 15,12). El amor resume y compendia todo lo que debemos hacer y pensar; de ahí aquello de San Agustín “ama et fac ut vis” (“ama y haz lo que quieras”). Y no hay amor sin unión de voluntades: ¿qué hijo puede decir que ama a sus padres si nunca obedece lo que le piden? Por eso el mismo Señor dirá: Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, y que, según el mandato que me dio el Padre, así hago (Jn 5,36). Y a nosotros nos pide que le mostremos nuestro amor por el cumplimiento de su voluntad: En esto consiste el amor a Dios, en que guardemos sus mandamientos (1Jn 5,3).

Santo Tomás, comentando los efectos que produce el Espíritu Santo en nosotros, suponiendo la vida de gracia que nos constituye en amigos de Dios, dirá:

“Es propio de la amistad convenir con el amigo en lo que quiere. Ahora bien, la voluntad de Dios se nos manifiesta por sus preceptos. Luego pertenece al amor por el que amamos a Dios el cumplir sus mandatos, según aquello: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Jn 14,15). Luego al constituirnos el Espíritu Santo en amadores de Dios, nos mueve también, en cierto modo, a cumplir los preceptos de Dios, según aquello del Apóstol: los que son movidos por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rom 8,14)”[7].

Volvamos ahora a las copias más perfectas que tenemos de Jesús, a esos evangelios encarnados que son los santos. Se cuenta de la vida de Juan Pablo II[8] que a los que le preguntaban si era fácil vivir la Historia en primera persona les contestaba: “Cuando Dios quiere, es fácil. Esto simplifica mi vida: el hecho de saber que es la Voluntad de Dios. Es Él el que dispone las cosas”.

Cuando busca su vocación, debiendo cambiar sus planes (actor, estudiante de filología); cuando lo hacen Obispo y luego Papa; cuando se plantea si debe renunciar al Pontificado o no… “La decisión de no abandonar la sede de Pedro tuvo sus raíces en su sentido espiritual de entrega total a Dios, en la fe en la Providencia y en la confianza en la ayuda de la Virgen María”. Sintetizado por el procurador de su causa de canonización, el discurso de sus pensamientos podría ser: “jamás pensé que sería Papa; Dios me llevó a ocupar este puesto; ahora no quiero ser yo el que ponga fin a esa tarea; el Señor me trajo aquí, debe ser Él el que juzgue y disponga cuándo finalizar mi servicio; si renunciase, la decisión sería mía pero yo quiero cumplir Su Voluntad, así que dejo que Él decida”.

Hacer la voluntad de Dios no pocas veces se traduce en aceptar sus designios de amor para con nosotros. Juan Pablo II cuando superó los 80 años, que cumplió en el año del Gran Jubileo del 2000, se puso definitivamente en las manos de Dios. Según afirmó en su testamento: “confío que Él me ayudará a reconocer hasta cuándo debo proseguir con este servicio al que me llamó el 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando así lo desee. En la vida y en la muerte pertenecemos al Señor… somos del Señor (cf. Rm 14,8). Espero que mientras deba cumplir el servicio de Pedro en la Iglesia la misericordia de Dios quiera prestarme las fuerzas que necesito para llevar a cabo este servicio”.

En otra parte, el mismo P. Slawomir habla de “conformidad alegre con la voluntad de Dios”: cuando se vio obligado a usar el bastón para caminar, el Papa se sentía torpe; le costaba presentarse en público con él (lo dejaba, por ejemplo, detrás de la puerta antes de subir al palco del aula Pablo VI donde se celebraban las audiencias). Pese a ello, no tardó mucho en aceptar también con serenidad este nuevo estado, y aún con humor, como lo demostró haciéndolo girar como si fuese un juguete ante millones de jóvenes durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud que se hizo en Manila, en 1995.

Yendo a lo práctico de cada día, ¿cómo descubrimos la voluntad de Dios y cómo aceptamos lo que Él permita que suceda en nuestra vida? Para ambas cosas, dudo que haya algo mejor que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que tienen como objetivo “ordenar la vida a Dios”, es decir, cumplir Su voluntad. Todo el ejercicio, de comienzo a fin, está divinamente ordenado a aquella fórmula de despedida de muchas cartas de San Ignacio y San Francisco Javier “la voluntad de Dios siempre sintamos y en todo enteramente la cumplamos”.

Se ha dicho –más específicamente lo ha dicho Juan XXII– que la doctrina de Santo Tomás de Aquino no puede darse sin milagro; como mis palabras están muy lejos de tener la autoridad de un Sumo Pontífice, me animo a decir que el libro de los Ejercicios Espirituales también en sí mismo, ya es un milagro, el cual, como lo decíamos en un post anterior citando al P. Castellani, consiste en lo siguiente:

“El hecho es éstesan_ignacio: una experiencia religiosa concreta, una conversión, ha sido como desindividualizada y arquetipada, sin convertirse por eso ni en un rígido esqueleto ni en un fantasma abstracto[9]”.

Esa experiencia religiosa obviamente es la del mismo San Ignacio, quien vivió lo que escribió y por eso se puede referir de él lo siguiente:

“Polanco [uno de los primeros jesuitas]cuenta que un día en que debían partir en viaje hacia Nápoles él insistió en que Ignacio postergara la partida por razón de la fuerte tempestad y teniendo en cuenta su salud: ‘No, respondió, Ignacio: He aquí treinta años que ningún acontecimiento me ha hecho dejar o diferir lo que he creído poder hacer por el servicio de Dios’”[10].

Que el Santo de Loyola, a quien la Iglesia celebra en este día 31 de julio, interceda desde el cielo para que muchos se aventuren en esta «palestra de la santidad», como los llamaría Pío XI[11].

Hacer la voluntad de Dios totalmente y en todo y hasta en los mínimos detalles (sin caer en escrúpulos), esa es nuestra meta; meta que está a nuestro alcance, con la ayudad de la gracia, pero que implica, sin lugar a dudas, mucha renuncia, o mejor dicho una renuncia total, como la que expresa la Madre Teresa en estas palabras: “No he hecho nada. Él lo hizo todo, solo soy un pequeño lápiz en las manos de Dios. Él escribe, Él piensa, Él mueve. Yo solo tengo que ser el lápiz”.

San Luis Orione escribió lo siguiente al parecer luego de un momento no muy fácil de “digerir” en su vida… pero así reaccionan los santos, sino en un primer momento –porque siguen siendo humanos– ni bien una bocanada del Espíritu Santo refresca sus almas:

“¡Fiat! Pronuncien esta suave palabra, oh hijos y amigos míos, pronúncienla en orionecada respiro, en cada latido del corazón, en cada movimiento de los labios. Dios la comprenderá siempre en el modo en el cual quieren que él la comprenda, ahora como oración, ahora como acto de fe en la duda, como acto de esperanza en el temor, y siempre como acto de amor. ¡Fiat! ¡En tus manos, pues, en tus manos, oh mi Dios!…Trabaja, trabaja este fango, oh mi Dios, dale una forma y después despedázala otra vez, ella es tuya y de quien hace las veces de Ti, y no tendrá nunca más nada que decir… Sufrido, elevado, abajado, útil para algo o inútil a todos, yo te adoraré siempre y seré siempre tuyo, ¡oh mi Dios! ¡Ninguno me separará de ti! En las alegrías y en los dolores seré siempre tuyo, oh dulcísimo amor mío, Jesús. Solitario e ignorado como la flor del desierto, errante como el pájaro sin nido, siempre, siempre, Señor y amor suavísimo de mi alma, saldrá de mis labios la palabra sumisa de aquella que me has dado por Madre: ¡Fiat! ¡Fiat! ¡Hágase en mí según tu palabra!”.

Recemos a diario esa conocida y hermosa oración del abandono, del Beato Charles of Foucauld:

“Padre Mío, me abandono a Ti,

haz de mi lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco.

Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,

con tal que Tu Voluntad se haga en mí

y en todas tus creaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi alma en tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo y porque para mí

amarte es darme,

entregarme en Tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tú eres mi Padre”

Madre Nuestra, ninguna creatura ha cumplido jamás la voluntad de Dios con tanta perfección como lo has hecho Tú. No te olvides de nosotros, hijos tuyos y pobres pecadores, que una y mil veces hemos desobedecido al Señor, y concédenos imitar tu fiat; ese fíat que aun proviniendo de una creatura tan pequeña y frágil, tuvo tal firmeza y convicción –como ninguna otra decisión en la historia– que mantuvo entrañablemente adherida tu voluntad a la Voluntad del Padre en cada instante de tu vida, especialmente en aquella del indecible y amargo dolor al pie de la Cruz. Madre Nuestra, ¡que tu fiat sea nuestro fiat!

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Lecturas recomendadas

–        Dom Vital Lehodey, “El santo abandono”. (Ver AQUÍ).

Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.

 

[1] San Juan Pablo II, Homilía pronunciada en la parroquia romana de San José, domingo 1 de enero 1981.

[2] San Alberto Hurtado, Un disparo a la eternidad, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 20043, p. 46.

[3] San Agustín, Confesiones (10,26,37).

[4] Santa Teresa, Castillo interior, 2M 1, 8.

[5] San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 20052, p. 216.

[6] Papa Francisco, 13 de octubre de 2013 (Zenit.org).

[7] Santo Tomás, Suma contra gentiles, L. 4, cap. 22.

[8] Los textos que siguen están tomados del libro ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, cuyo autor es Slawomir Oder, postulador de su causa de beatificación/canonización.

[9] Leonardo Castellani, La Catharsis en los Ejercicios Espirituales, Ediciones Epheta, Buenos Aires 1991, p. 15.

[10] San Alberto Hurtado, San Ignacio Maestro de la Vida Espiritual, Revista Mensaje, julio 1953, pp. 213-215 (póstumo).

[11] Encíclica Mens Nostra, sobre los Ejercicios Espirituales, n. 22.

14 comentarios:

  1. Roxana Córdova.

    Gracias Padre Gustavo. Curiosamente, algunos de sus estradas suelen llegar en momentos precisos, cuando lo estoy necesitando y éste me ha tocado y hecho reflexionar mucho acerca de la Voluntad de Dios.Bendiciones.

  2. P.Gustavo
    Grs por este texto, me ha llegado profundamente y me permite reflexionar en todos los alcances del ¡SI Señor, aquí estoy, hágase tu voluntad!
    De la mano de María, nuestra madre se puede alcanzar
    Puedo reenviar ésta pág a otras personas?

  3. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Por supuesto, Mirta!

  4. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Cosas de Dios!!

  5. Dennis Hernández

    Gracias P. Lombardo por este escrito. Me ha suscitado el deseo de ser santo cada dia en mi vida para mejor servicio a nuestro señor. Tenga plena seguridad que sus escritos animan a las almas en su viaje hacia la casa celestial.
    Dios le bendiga.

  6. Brisa María gonzalez

    Padre, Lombardo, gracias por estas hermosas reflexiones.
    Que con la Gracia de nuestro Señor, logremos todos hacer su voluntad, y así llegar a ser santos.
    Yo veo tan lejana de mí la santidad… sin embargo la voluntad de Dios quiero hacer, sí. aunque El sabe cuántas veces no la hago… Pero sin duda Su voluntad hacer es lo que quiero…

    Dios lo bendiga y lo haga un Santo.

  7. maria del prado

    Gracias.

  8. No es fácil, sobre todo cuando un gran dolor nos invade…..

    Si lo logramos de corazón, DIOS MIO QUE PAZ NOS DAS ENVOLVIENDONOS EN TU AMOR!!!!!!

  9. ana maria estrella arce.

    Nuestro Padre Dios,le siga iluminando; Padre Gustavo, cada vez que leo sus escritos y los que nos envía; despierta en mí mas ansias de hacer la voluntad de nuestro Padre, continuar con los ejercicios y sobre todo decir el ! FIAT ! SEÑOR HAGASE EN MI TU VOLUNTAD.

    Me encomiendo a sus oraciones. Dios les bendiga.

  10. Héctor Martinez

    Padre Gustavo, tengo una percepción diferente ahora de hacer y buscar la voluntad de nuestro Padre y cada momento es el momento para hacerlo, gracias.

  11. Que Dios lo llene de bendiciones para que siga iluminándonos.
    Sonia.

  12. PADRE GUSTAVO, HACE ALGUNOS ANOS, HE ESTADO ESTUDIANDO, LOS ESCRITOS DE LUISA PICARRETA, ACERCA DE LA DIVINA VOLUNTAD.
    PERO ESTA REFLECCION, HA SIDO TAN HERMOSA, HA CALADO MAS PROFUNDAMENTE EN MI ALMA. TANTO QUE HICE UN EJERCICIO DE CONTEMPLACION, QUE ME LLEVO MUCHO RATO. GRACIAS, Y BENDICIONES.

  13. Pingback: Fifa 16 Demo

  14. Julieta Santana Huicochea

    Al iniciar los ejercicios yo decía, «pero Yo no quiero ser Santa» y ahora sé que es lo que debo buscar y lograr la Santidad.

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