La semana pasada tuve la gracia de dar los Ejercicios Espirituales a 23 sacerdotes: 22 religiosos del IVE y un diocesano. Una gracia… y un desafío. Como supondrán, predicar a los del “gremio”, agrega cierta “presión”, subjetiva en su gran parte pero presión al fin. Animaba mucho el considerar que cada sacerdote es un canal privilegiado de la gracia (¡para eso estamos!), y que, por tanto, no estaba dando los ejercicios a 23, sino a todas las almas que de un modo u otro, dependen de ellos.
Quería compartir con Uds., adaptándolo solo un poco, lo que les prediqué en la última Misa; que si bien tiene algunas cosas sacerdotales bastante marcadas, creo que puede ser igualmente de provecho, ¡eso espero!
Una vez, habiendo terminado unos Ejercicios Espirituales para laicos en Chile, luego de los saludos correspondientes, se me acercó un ejercitante y de muy buena manera me dijo que estaba muy contento con los Ejercicios, pero que había faltado algo… que todo el Ejercicio estaba ordenado a una cosa: que lleguemos al cielo, y que no había hablado, ex profeso, del tema. Desde ahí, prácticamente siempre, he dedicado el último sermón a hablar sobre esto.
El pensamiento del cielo me parece que puede servir de mucho para la perseverancia, para animarnos a sufrir lo que haya que sufrir, según aquello de San Pablo, los padecimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros (Rm 8,18); como también por el hecho de que la búsqueda de ese cielo nos puede ayudar a entender cada vez más que, como escribía Marcelo[1]: “El cielo y el infierno empiezan en la Tierra, en el interior del hombre: o tiene a Dios dentro o no lo tiene”.
Ideas sobre el cielo
Primero digamos algo sobre el cielo… digamos en definitiva que dado que “El premio de la virtud será el mismo que dio la virtud” (San Agustín), por tanto, del cielo es más lo que no sabemos que lo que sabemos.
San Agustín, obispo de Hipona (+430), tenía idea de escribir un tratado sobre la felicidad del cielo, pero, espantado ante la dificultad de la empresa, quiso antes aconsejarse con san Jerónimo, doctor de la Iglesia, que se hallaba en Belén. Estando con la pluma en la mano para comenzar la carta que había de enviar a san Jerónimo, he aquí que se le aparece este Santo anciano, que precisamente había muerto aquel día y aquella hora.
Y san Agustín oyó de boca de san Jerónimo estas palabras: “¿Cómo piensas encerrar en una taza el mar y en un puño la tierra? ¿Quieres ver con tu ojo lo que ningún ojo humano ha visto? ¿Quieres oír con tu oído lo que ningún oído ha escuchado jamás? ¿Quieres comprender con tu inteligencia lo que ningún entendimiento ha comprendido nunca? Es ésa una empresa imposible para quien vive en la tierra. Bástate vivir de modo que puedas ganar y gozar de ese cielo que pretendes comprender y describir”. Y desapareció.
El cielo en la tierra
El poco de cielo que podemos vivir en esta tierra no puede provenir de otro sino de Dios. Él nos consuela en toda tribulación, a fin de que nosotros, que recibimos consuelo de Dios, podamos también consolar a los que se hallen en cualquier género de tribulación (2Cor 1,4).
Una mujer que había hecho los Ejercicios Espirituales por internet, estando muy angustiada por ciertos problemas sobre todo familiares, y no encontrando consuelo en ninguna parte, fue a la mesa de luz, tomó la Biblia, abrió y leyó esto, de parte del mismo Dios: Yo, yo soy tu consolador(Is 51,12). ¡Qué gran verdad…!
San Alfonso María de Ligorio, en un libro excelente pero hoy de título poco taquillero (Preparación para la muerte), escribía:
“¡Cómo sabe Dios contentar a las almas fieles que le aman! San Francisco de Asís, que todo lo había dejado por Dios, hallándose descalzo, medio muerto de frío y de hambre, cubierto de andrajos, mas con sólo decir: «Mi Dios y mi todo», sentía gozo inefable y celestial.
San Francisco de Borja, en sus viajes de religioso, tuvo que acostarse muchas veces en un montón de paja, y experimentaba consolación tan grande, que le privaba del sueño. De igual manera,San Felipe Neri, desasido y libre de todas las cosas, no lograba reposar por los consuelos que Dios le daba en tanto grado, que decía el Santo: «Jesús mío, dejadme descansar.»
El Padre jesuita Carlos de Lorena, de la casa de los príncipes de Lorena, a veces danzaba de alegría al verse en su pobre celda. San Francisco Javier, en sus apostólicos trabajos de la India, descubríase el pecho, exclamando: «Basta, Señor, no más consuelo, que mi corazón no puede soportarle.» Santa Teresa decía que da mayor contento una gota de celestial consolación que todos los placeres y esparcimientos del mundo.
Y en verdad, no pueden faltar las promesas del Señor, que ofreció dar, aun en esta vida, a los que dejen por su amor los bienes de la tierra, el céntuplo de paz y de alegría (Mt 19, 29).
¿Qué vamos, pues, buscando? Busquemos a Jesucristo, que nos llama y dice (Mt 11, 28): «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y abrumados, y Yo os aliviaré.» El alma que ama a Dios encuentra esa paz que excede a todos los placeres y satisfacciones que el mundo y los sentidos pueden darnos (Fil 4,7).
Verdad es que en esta vida aun los Santos padecen; porque la tierra es lugar de merecer, y no se puede merecer sin sufrir; pero, como dice San Buenaventura, el amor divino es semejante a la miel, que hace dulces y amables las cosas más amargas. Quien ama a Dios, ama la divina voluntad, y por eso goza espiritualmente en las tribulaciones, porque abrazándolas sabe que agrada y complace al Señor”[2].
Pensamiento del Cielo
Nuestro pensamiento debe estar en el cielo… escribía san Juan Pablo II: “Debemos pensar en el Paraíso. La carta de nuestra vida la jugamos apuntando hacia el Paraíso. Esta certeza y esta esperanza no nos saca de nuestros empeños terrenos sino que los purifica y los intensifica, según se muestra en la vida de los santos”[3].
Sabemos que él predicó esto con su ejemplo: una vez le sugirieron que descansase de su ingente labor, y respondió “ya descansaremos en el cielo”.
San Felipe Neri siempre repetía para que ninguno se olvide: ¡Paraíso, paraíso!
Cuando 72 volvieron de su misión, felices por el apostolado (¡qué felicidad más noble!), porque hasta los demonios se habían sometido en nombre de Jesús, sabemos la respuesta: ¡el Cielo! alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos (Lc 10, 17-20).
Nuestros pensamientos… y también nuestro corazón:
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,19-21).
Si hablamos del “corazón” hablamos del amor; y como ya vimos, el amor es “comunicación de las dos partes”[4]; por tanto, como parte integrante, sustancial diría, de la relación de amor de amistad entre Dios y nosotros, está el hecho de que Él quiere compartirnos ese cielo, o sea quiere compartirSE, darSE. Es por esto que si bien está claro a lo que apunta la poesía de Santa Teresa “no me mueve mi Dios para quererte…”, sin embargo hay que entenderlo bien, porque sí, de hecho, tiene que movernos a querer más a Dios, el cielo que nos tiene prometido. Porque es justamente parte integrante del amor.
Santo Tomás dice que el grado de gloria que tendremos, será proporcional al deseo que tengamos de Dios… San Juan de Ávila, hablando de los trabajos por el reino de Dios y del descanso del cielo como de un abrazo de Dios, escribía:
“Cuán blandos, amorosos y dulces brazos nos tiene Dios abiertos para recibir a los heridos en la guerra por él (…) y si algún seso hay en nosotros, mucho deseo tendremos de estos abrazos; porque, ¿quién no desea al que todo es amable y deseable, sino quien no sabe qué cosa es desear?[5].
Vale la pena soportar con paciencia las cruces, a cambio de una alegría tan grande. Cuando le preguntaron a Santa María Egipcíaca, una mujer cristiana, conversa, que había pasado sola en el desierto cuarenta y siete años en medio de tremendas penitencias y sacrificios, cómo había hecho para resistir con constancia tanto tiempo, ella respondió : “con la esperanza del cielo”.
El santo “es aquel que reza con los ojos abiertos” decía el P. Castellani. La oración es la que hace esto. El hombre de oración, rodeado como está de la luz sobrenatural, tiene la visión clara, como se la puede tener aquí abajo, de las cosas del cielo; de Moisés dice la Escritura que “Permaneció firme como si viese lo invisible” (Heb 11, 27).
Termino con algunos párrafos del Beato Paolo Manna (+1952), gran misionero por vocación y, aunque la salud no le permitió continuar misionando en Birmania, fue un gran formador de misioneros. Creó la Unión Misional del Clero, que en 1937 recibiría el título oficial de Obra Pontificia. No solo los sacerdotes, sino todo el pueblo cristiano debe revalorizar la misión; es lo que nos pide el Papa Francisco cuando nos habla de que quiere “una Iglesia en salida”[6]:
Nuestra Patria está en el cielo
“Para llegar hasta las almas, para conquistarlas no valen los medios humanos. Estamos en la tierra entre hombres pero tratamos intereses totalmente celestiales y divinos, trabajamos en un mundo sobrenatural. Para actuar con eficacia en este ambiente debemos estar en continua comunicación con Dios; debemos ser hombres “cuya patria está en el cielo” (Fil. 3,20). Sólo así nuestras palabras y nuestros trabajos serán eficaces y llegaremos hasta las almas y hasta el corazón de Dios.
Misioneros Apostólicos, esencialmente misioneros, nosotros somos, “debemos ser” hombres distintos, especiales, diversos de todos los otros hombres: estamos en la tierra, pero tratamos todos los días negocios del Cielo, somos hombres pero vivimos y trabajamos sólo por los intereses de Dios; nos movemos en el tiempo, pero es a la eternidad y por la eternidad que hacemos todo: intenciones, esfuerzos y fatigas. Debemos, pues, ser hombres más celestiales que terrenos, como los que se deben mover en una atmósfera y tratar todos los negocios del Cielo, comenzando por la Santa Misa y la Sagrada Comunión que hacemos por la mañana…
‘Nuestro’ cielo
Cuando penséis en el cielo no penséis en él de forma abstracta, no penséis en el cielo de los demás, sino en el cielo del buen misionero, fiel a su vocación, en el cielo preparado para cada uno de nosotros. Nuestro Señor dijo: Voy a prepararos un lugar (264). ¿Dónde? ¿Cuál? Quiero, Padre, que donde estoy yo, estén también ellos conmigo (265).
Y en otra ocasión: Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os voy a dar el reino como el Padre me lo dio a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en el reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (266). ¿Qué significan estas promesas? El cielo especial reservado a los sacerdotes, a los hombres apostólicos, a los que han seguido más de cerca a Nuestro Señor, abrazando los consejos evangélicos. No les concederá a éstos un puesto cualquiera sino uno especial, cerca de su mismo trono, entre los comensales íntimos de la mesa de honor, sentados en torno a él para juzgar al mundo.
Si reflexionáramos a menudo sobre esto, ¡cuánto más estimaríamos el don de la vocación y cómo trataríamos de corresponder más fielmente! ¡Qué grande el cielo de un misionero que no se pierda en naderías, que se mantenga vivo, que se espolee! Todos los santos se habrían hecho misioneros si hubieran podido. Cualquier misionero brillará en el cielo como una estrella, viendo en su entorno a las almas que se salvaron por su apostolado. ¡Si se entendiera, si se supiera qué quiere decir misionero, todos querrían serlo! Y este cielo, este lugar distinguido es para cada uno de vosotros con tal de que lo desee.
Un cielo de acuerdo a las obras
Pero no olvidemos que, así como las estrellas difieren entre sí en esplendor, de la misma manera el premio del cielo no será igual para todos, sino proporcionado al bien que cada cual haya realizado, al esfuerzo desplegado. No basta con haber dejado todo, sino que hay que ejercer todas las virtudes propias de nuestro estado. Un religioso con voluntad a medias o tibio no goza su cielo en este mundo, mientras que el generoso se goza en los mismos sacrificios y ya gusta de un cielo anticipado en espera de poseerlo eternamente.
Decíos, pues, a vosotros mismos: « ¡Quiero hacerme santo misionero para poseer el cielo reservado a los santos misioneros! » Debe haber entre vosotros una santa envidia, o mejor, una santa emulación para subir a la mayor altura. Para esto hay que trabajar y trabajar mucho. Y sería muy cómodo tener el cielo ya ahora, en seguida. No, no; hay que trabajar cuarenta, cincuenta años y aún más. Yo miraré desde el cielo para que no os abran muy pronto sus puertas (….) ¿Qué son cuarenta, cincuenta años de trabajo en comparación con la eternidad? Este es el pensamiento que hizo a los santos, y esto es lo que debe animarnos a trabajar y a salvar las almas como verdaderos y fieles ministros de Jesús. Me parece que este pensamiento del cielo debe levantar nuestro ánimo. Nuestra recompensa está allá, ¡grande sobremanera!…Pensemos en ello a menudo”[7].
La Virgen María… Puerta del cielo, Reina del cielo…
María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes: que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos[8].
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Más material sobre el tema:
– “El misterio del más allá” (51pgs.). Escrito por el teólogo español Royo Marín, O.P. (Descargar AQUÍ).
– Carta de San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, a un amigo (citada en el post) (1p). (Descargar AQUÍ)
– Parte de la “Carta a Diogneto”. Texto muy conocido de los primeros siglos de la Iglesia donde se describe el modo de vivir de los cristianos, tan particular y atractivo; el cual debería ser también nuestro modo. (Descargar AQUÍ).
Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.
[1] Marcelo Javier Morsella, seminarista de nuestro Instituto muerto en olor de santidad en el año 1986 y cuyo nombre lleva nuestro primer Noviciado.
[2]San Alfonso María de Ligorio, Preparación para la muerte, Consideración 21: Vida infeliz de pecadores y vida dichosa del que ama a Dios.
[3] San Juan Pablo II, Anécdotas y virtudes, voz «Cielo» p. 81.
[4] Ejercicios Espirituales, Contemplación para alcanzar amor.
[5] San Juan de Ávila, Carta 58,a unos amigos suyos: BAC 313, Obras completas del santo maestro Juan de Ávila, 5, pp. 298-299.
[6] SS. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, nº 20.
[7] Beato Palolo Manna, Virtudes apostólicas.
[8] San Luis María Grigniont de Montfort, Tratado de la Verdadera devoción a María Santísima, n. 28.
Qué lindo sermón, es para reflexionar y mucho, como laico!!! Gracias Padre por compartir con nosotros sus experiencias que enriquecen tanto.
Me atrevo a pedirle, si es posible, que escribiese sobre «¡Si se entendiera, si se supiera qué quiere decir misionero, todos querrían serlo!». Gracias.
Una vez más, gracias P. Gustavo por su post. Desde que lo leí, me quedé pensando algunas cosas, entre ellas esto:
¿Podemos ser santos e ir al Cielo? ¡Imposible!, pero Él lo puede todo: seremos santos, iremos al cielo! Por eso, toda Cruz ¡vale la pena! y por eso no hay nada en este mundo que no nos deje un “vacío” porque todo, por más o menos duradero que sea, acaba, ¡solo Dios!
La Virgen Ssma, Puerta del Cielo, nos dé las fuerzas para seguir ¡hasta el Paraíso!
Muchas gracias, Claudia! Ok, con gusto trataré de escribir algo al respecto. De un «tiempito».
Gracias Padre Gustavo, por esta interesante reflexión.
Pensar más en el Cielo, en el Paraíso!!!. Eso nos hace falta y mucho!!! Que ese es nuestro objetivo , nuestro destino final!!
Verlo más cercano, más real, no tan abstracto como usted menciona.
Eso nos hace falta para sobrellevar con más alegría las penas de esta vida. Que tampoco son sólo penas a Dios gracias…pero que no nos faltan…
Me ha hecho mucho bien esta reflexión, pues sí, yo veo el Cielo…tan lejano…
Sé que esta vida es como un viaje, a veces muy agradable , y otras muy cansado y fatigoso. Que mi casa es como un hotel del que me iré cuando el viaje termine. Y que todo se quedará, como se queda en el hotel, por lindo que sea y mucho nos guste.. Nada se llevará uno. Pero la idea del Cielo, si bien la anhelo, me parece…o parecía… lejana, casi difícil hasta de asimilar.
Pero así como lo planteó, se ve más accesible….
Gracias Padre Gustavo, y que nuestro Señor y María Santísima nos ayuden a seguir por el camino que a ese Paraíso nos conduce.
Dios lo bendiga.
Gracias querido P:Gustavo por compartir este material que tan bien nos hace,y nos permite reflexionar!! .Es mi deseo que puedas dar otro retiro para mujeres en Bella Vista, ya que yo no pude asistir.Este año podrá ser?
Que Dios te bendiga.
Gracias Padre por su reflexión, comparto con Usted un evento que me llamó la atención de mi hijo de casi 10 años de edad, estando él en oración a la Preciosa Sangre de Cristo mencionó: «Sello y protejo con la Sangre de Cristo… todo lo relacionado con mi misión de ir al cielo»:
Muchas gracias, Laura! En cuanto a su pregunta, con mucho gusto pero son cosas que no está en mis manos. Dios dirá! Bendiciones!
Uauu! Difíclmente haya podido decir algo así sin una iluminación especial del Espíritu Santo. A custodiar esa vida divina en el almita de su hijo! Bendiciones!
Muchas gracias Padre por esta bella enseñanza. La mamá de mi mejor amiga está en la fase final de un cáncer de estómago y a pesar que son cristianos (evangélicos) no llega el consuelo a sus corazones por la inminente partida de su madrecita. Le he enviado a mi amiga todas las citas bíblicas que acá usted menciona para su consuelo. Quiero rogarle sus oraciones para que que el consuelo de la esperanza les invada y pueda nuestra amada señora, tener una buena muerte. Gracias de nuevo por iluminarnos,
Cuente con esas oraciones, Sylvia!
Gracias padre Lombardo por compartir esta reflexión, como prepararnos para ir al cielo. Eso nos ayuda mas para seguir trabajando y saber cargar con nuestras cruces para ganarnos el cielo que Dios nos tiene preparado. Que Dios y la Santísima Virgen lo bendigan.
paradiso, paradiso, preferisco il paradiso!!!!!
Bellísimo,excelente reflexión
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