Reflexionemos sobre la importancia de la alegría del cristiano, y más tratándose del tiempo de Pascua. Cristo Resucitado nos acompaña en este tiempo, aprovechemos estos días que quedan y reflexionemos sobre la gran verdad de la alegría que tenemos que tener por conocer al Señor, por ser cristianos, por tener fe.
Todos tenemos un deseo grandísimo de felicidad. No podemos evitarlo. Es algo ínsito, de lo más profundo de nuestra alma. No hay ser humano que pise esta tierra que no quiera ser feliz. Por eso ésto ha sido objeto de investigaciones, filosofías, libros, reflexiones.
El último fin:
Santo Tomás, en su Suma Teológica, al principio de la Prima secundae, comienza preguntándose si hay un fin último en esta vida, y obviamente lo prueba.
Todo ser humano desea un fin último que no puede evitar buscar. La decisión está en saber cuál es nuestro fin último, eso sí lo podemos decidir, pero cada cosa que queremos (aunque no nos demos cuenta) es un deseo de ese fin último.
Después de aclarar que sólamente los seres libres pueden desear el fin último (no así los animales), santo Tomás termina diciendo que el hombre y los otros seres racionales (entran aquí los ángeles) alcanzan su último fin conociendo y amando a Dios.
«Nam homo et aliae rationales creaturae consequuntur ultimum finem cognoscendo et amando Deum»[1].
El último fin del hombre es Dios. Donde vamos a encontrar la plena, completa y absoluta felicidad es post mortem, cuando podamos contemplar a Dios cara a cara. Si se nos llegara a cruzar por la cabeza que se trata de algo “aburrido” es que no tenemos la más remota idea de lo que estamos hablando.
¿Y en esta vida?¿dónde está la felicidad?
Cita San Agustín a Marco Varrón[2] quien habría catalogado 280 opiniones diversas sobre en qué unos y otros ponían este último fin…
«La beatitud implica la posesión simultánea y perfecta de todos los bienes». (Boecio) Eso se encuentra solamente en Dios.
Pero aquí ¿qué es lo más parecido a ese estado perfecto con la posesión de todos los bienes?
Santo Tomás empieza a preguntarse:
- Utrum in divitiis → ¿Si (la felicidad) está en las riquezas?
- Utrum in honoribus → ¿Si está en los honores?
- Utrum in fama seu gloria → ¿Si está en la fama o la gloria?
- Utrum in potestate → ¿Si está en el poder?
- Utrum in bonis corporis → ¿Si está en los bienes del cuerpo?
- Utrum in voluptate → ¿Si está en el placer?
- Utrum in aliquo bono animae → ¿Si está en algún bien del alma?
- Utrum in aliquo bono creato → ¿Si está en algún bien creado?
Mas resumidamente el papa León XIV, en su primera homilía a los cardenales, decía que el hombre moderno pone la seguridad en la tecnología, en el dinero, en el éxito, en el poder, en el placer. (Poner la seguridad y buscar la felicidad en algo es lo mismo).
¿En qué entonces está la felicidad aquí si no está en estas cosas?
Va a decir Santo Tomás entonces, que se dicen beatos los hombres -aquí en esta vida-‘por la esperanza de la vida eterna’, y cita a San Pablo en Rm 8: «Por la esperanza ya somos salvados». Y eso, obviamente, nos causa felicidad.
Ad primum ergo dicendum quod beati dicuntur aliqui in hac vita, vel propter spem beatitudinis adipiscendae in futura vita, secundum illud Rom. VIII, spe salvi facti sumus, vel propter aliquam participationem beatitudinis, secundum aliqualem summi boni fruitionem[3].
Pero también se puede ser feliz acá en la Tierra “por alguna participación del gozo del Sumo Bien”.
No podemos separar la verdadera felicidad del Sumo Bien que es Dios, o por la esperanza de verlo cara a cara, o poque ya gocemos algo de Él aquí.
¿Cómo hacemos para gozar algo de Dios aquí en la Tierra?
En primer lugar Dios se hizo hombre. Al acercarse tanto Dios a nosotros, entonces no podemos separar nuestra felicidad de Jesucristo, Dios encarnado.
Los Ejercicios Espirituales empiezan diciendo que el hombre es creado para Dios. Y después de la primera semana todos los ejercicios se dedican a hablar de Jesucristo Nuestro Señor, por eso los ejercicios producen tanta felicidad.
«La verdadera alegría nace de la certeza de que el Señor está cerca, está con nosotros y nos ama»[4]. (San Juan Pablo II)
¿Y de dónde nos viene esa certeza?: de Jesús Nuestro Señor.
«Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad»[5]. (Juan Pablo II)
Como un eco, Benedicto XVI volvía a repetirles en Colonia:
«La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear, tiene un nombre, un rostro, el de Jesús de Nazaret»[6].
¿Qué lugar ocupa Jesús en mi vida? ¿puedo decir con san Felipe Neri «El que no ama a Jesús no sabe lo que ama»?.
Uniendo la felicidad con la salvación, Santo Tomás dice que la humanidad de Cristo es nuestra felicidad:
«Ad hunc autem finem beatitudinis homines reducuntur per Christi humanitatem, secundum illud Heb. II, decebat eum propter quem omnia et per quem omnia, qui multos filios in gloriam adduxerat auctorem salutis eorum per passionem consummari»[7].
Citando a la carta a los Hebreos dice que era conveniente que Aquél por quien y para Quién son hechas todas las cosas, que muchos hijos lleve a la gloria el Autor de nuestra felicidad por su Pasión.
Entonces Cristo por su humanidad y por su Pasión es la causa de nuestra felicidad, porque no tendríamos acceso al Padre, no tendríamos Cielo sin Jesús. Y ese Cielo empieza ya aquí, por eso Jesús nos hace felices ya aquí. ¡Qué consuelo tener a Jesús!
En gracia de Dios.
Existe una unión a Jesús que se da por medio de la gracia. La fe hace que me justifique, que esté en gracia de Dios a traves de los sacramentos. Por eso ¡no olvidemos que tenemos que estar en gracia de Dios!
Dijimos antes que la felicidad es una decisión. ¿porqué?. Salvos casos especiales de enfermedad grave de depresión (en los que igualmente llevan mucho mejor la depresión teniendo fe en Jesús), la decisión está en poner a Dios en primer lugar en mi vida, a luchar por estar en gracia de Dios y no dejarme llevar por los vicios (los pecados). Todo eso no me da la alegría verdadera porque no me deja gozar de Aquél que es la alegría verdadera que es Dios. «Dios es alegría infinita», decía Santa Teresa.
«La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo; la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde lo bajo hacia lo alto; basta un simple movimiento de ojos». (Beato Carlo Acutis)
¿Adónde tengo puestos mis ojos?
«El cristianismo es alegría y Pier Giorgio poseía una alegría fascinadora…»[8]. (San Juan Pablo II)
El sacerdote mártir polaco Jerzy Popielusko le pide entre otras cosas a Dios «alegría interior, porque es arma de gran poder contra Satanás, triste por naturaleza»[9].
Es un don que se le puede pedir o no pedir a Dios, es un don de Dios que yo tengo que pedir, que recibir, que aceptar.
«Bienaventurados trabajos que aún acá en la vida tan sobradamente se pagan»[10]. (Santa Teresa de Jesús)
«Vale más una gota de celestial consuelo que un mar de alegrías y placeres mundanos». (Sta. Teresa de Jesús)
La alegría está en la virtud, en elegir cosas buenas por hábito (repetición de cosas buenas). Y la virtud da felicidad, porque los actos buenos dan felicidad.
En la virtud
«La alegría -dice Aristóteles- es el acompañamiento de todo acto perfecto»[11]. (Irala)
Son decisiones sobre qué debo hacer en este momento.
«Si mi aspecto es alegre, no puede usted figurarse lo que me complace oírselo decir. Pues la felicidad es el objetivo del ser humano. El que ha sido perfectamente feliz tiene derecho a decir: “He cumplido la ley divina en la tierra”. Los justos, los santos, los mártires han sido felices»[12]. (Fedor Dostoiewski)
San Alberto Hurtado
«¿Y en qué consiste la felicidad, mis queridos esposos? El Señor Jesús nos da la norma de la felicidad cristiana y la razón de ser de ella: la felicidad cristiana consiste en darse. Y por eso Jesús nos dice “más feliz es el que da, que el que recibe” (cf. Hech 20,35). Y si miramos a Dios, fuente de toda felicidad, Dios es el que da».
En otro sermón:
«Y sin embargo, la vida no es triste sino alegre; el mundo no es un desierto, sino un jardín; nacemos, no para sufrir, sino para gozar; el fin de esta vida no es morir sino vivir. ¿Cuál es la filosofía que nos enseña esta doctrina? ¡¡El Cristianismo!!.
“¿Cómo?, preguntará alguna escandalizada, ¿usted pretende cambiar las palabras de Yahvé: Comerás el pan con el sudor de tu frente; darás a luz con dolores; la tierra con esfuerzo entregará sus frutos, tendrás enfermedades y muerte? ¿No decimos acaso en la Salve que esta tierra es un valle de lágrimas? ¿No dijo acaso Jesús que el que quisiera ir tras Él tomara su Cruz y lo siguiera? ¿Y San Pablo, que no conocía sino a Cristo y a Cristo crucificado?” (cf. Gn 3,16-19; Mt 16,24; 1Cor 2,2)
Sí, todo esto es verdad, verdad sagrada. Pero nada de ello impide que para el cristiano esta vida sea camino de alegría, fuente de aguas vivas y frescas que saltan hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38), clima de paz, de esa paz que nos dejó Cristo, que el mundo no conoce, pero que es la satisfacción del orden, la saciedad del amor»[13].
En otro lugar, también hablando del amor:
«Si amatur, non laboratur et si laboratur, labor amatur.(…)» (si uno ama no cuesta trabajar, y si se trabaja se ama el trabajo). «Y así, contentos, siempre contentos. La Iglesia, los hogares cristianos, centros de alegría; un cristiano siempre alegre, ¡que el santo triste es un triste santo! Con el paréntesis de la risa franca, con esa paz que, como decía alguien del Papa Pío XII, le baja de los ojos, toma la boca, infunde paz y serenidad… Es tal vez el único gran gobernante que parece profundamente alegre.
Jaculatorias del fondo del alma, contento, Señor, contento. Y para estarlo, decirle a Dios siempre: «Sí, Padre»»[14].
«El que hace la voluntad de Dios ama a Dios, y a aquél que ama a Dios, “vendremos y haremos en Él nuestra morada” (Jn 14,23), y haremos brotar en el fondo del alma una fuente de aguas vivas, de paz y de gozo, que brota hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38). Cristo es la fuente de nuestra alegría. En la medida que vivamos en Él viviremos felices».
El secreto del hombre más feliz del mundo[15]
Solía contarlo San Alfonso María de Ligorio, y lo repite uno de sus hijos, gran apóstol de la Palabra de Dios. Escuchadlo, mis hermanos, y aprended.
Un monje sabio tenía una verdadera curiosidad. Muchas veces interrogaba al Señor:
–“Señor, ¿quién será hoy en el mundo el hombre más santo?, ¿Quién será el hombre más feliz?”.
Eran las horas de la mañana, y repitiendo la misma oración, oyó una voz que le decía:
–“¡Vete al templo, y en el atrio te lo dirán!”.
El monje metió las manos en las anchas mangas, se echó la capucha sobre la cabeza, atravesó los largos patios, y se asomó al atrio de la santa abadía. Allí sobre un banco de piedra, había pasado la noche un pobre mendigo. En aquel mismo momento se despertaba y se santiguaba devotamente.
–“Buenos días, hermano” -le dijo el monje.
–“Buenos días” -contestó alegre el pobre pordiosero.
–“Alegre os levantáis, por lo visto” -replicó el monje.
–“Padre -contestó el mendigo-, yo siempre estoy alegre”.
–“¿Alegre? No lo creo”.
–“Siempre alegre, padre; siempre alegre”.
–“Entonces, ¿tú eres hombre feliz?”.
–“Completamente feliz”.
–“Y en los días del invierno cuando cae la nieve, y tú vas pasando de puerta en puerta, como los pajarillos saltan de rama en rama, ¿eres feliz?”.
-“Padre, completamente feliz. Porque pienso que mi Padre Dios quiere que pase un poco de frío. También Él lo pasó; pero, mire usted, nunca me falta un pajar donde dormir y calentarme”.
–“Dime, y cuando tienes hambre, y pides de puerta en puerta, y no te dan ni un mendrugo de pan, ¿eres feliz?”.
–“Padre, completamente feliz. Porque pienso que mi Padre Dios quiere que pase un poquito de hambre. Él también la pasó. Pero nunca falta un pedacillo de pan”.
El monje le miraba estupefacto de arriba abajo.
–“Hermano -le dijo al fin-, ¡tú me engañas! ¡Tú no eres un pobre!”.
–“Padre, claro que no; yo no soy un pobre”.
–“Entonces, ¿tú quién eres?”.
–“¡Un rey!”.
–“¿Un rey? ¿Con ese zurrón y esos harapos?”.
–“¡Pues, Padre, con zurrón y harapos, rey soy!”.
–“¿Y cuál es tu reino?”.
–“Mi corazón, donde mando sobre mis pasiones. Pero todavía tengo otro reino. Padre, ¿ve usted ese sol que ahora mismo sale en su carroza de luz? ¿Ve usted esos montes? ¿Ve usted esos campos? Todo ello es de mi Padre Dios. Yo le digo muchas veces al día: ¡Padre nuestro que estás en los cielos! Y me digo: ¡Qué Padre tan grande tengo! Todo es suyo. Como yo soy su hijo, es mío también. Deje, Padre, que pase la vida. Entonces tiro al sepulcro mi cayado, mis harapos y mi zurrón, ¡y al cielo me voy!
Allí tengo mi palacio. ¡Allí está mi Padre Dios!”.
El monje no quiso oír más. Volvió al convento: rezó en el coro. Entonces comprendió que aquel pobre mendigo era el hombre más feliz y aprendió el secreto de la felicidad.
¿Y la cruz?
Parte de la respuesta está ahí. La cruz, cuando hay amor a Dios de por medio, no solamente no es causa de tristeza, sino al contrario; para los santos es causa de su alegría. El Amor hace eso. El Amor así transforma las cosas.
Terminamos con un brevísimo testimonio de María Celia Pumarada, sobre los Ejercicios Espirituales que los invitamos a hacer:
«Mi vida cambio radicalmente, muy agradecida con Dios por haberlos puesto en mi camino, pero no quiero quedarme aquí, me gustaría aprender más, mi corazón necesita más, fue todo tan bello y me siento tan feliz que ojalá pudiera tener un reforzamiento continuo, soy débil y no quiero olvidar. Gracias muchas gracias.», desde México.
Le pidamos a la Virgen, nuestra Madre del Cielo, que podamos aprender de Ella, que es la más santa. Ella misma, en su humildad, dice «Me llamarán feliz todas las generaciones».
A la más feliz de todas, nuestra Madre del Cielo, le pedimos la gracia de aprender realmente el secreto de la felicidad que no está mas que en Dios y en su hijo Jesús. Y a Él llegamos por Ella.
¡Ave María y adelante!
[1] Iª-IIae q.1 a.8.
[2] San Agustín, La Ciudad de Dios, cap. 2. Marco Terencio Varrón (116-27 a.C.) filósofo romano discípulo de Antíoco de Ascalón.
[3] Santo Tomás de Aquino, I-II q. 5 a. 3 ad 1; cf. c. y ad 2.
[4] San Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, 2002.
[5] Juan Pablo II, Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud 2003.
[6] Benedicto XVI, Jornada de Colonia, 2005.
[7] Santo Tomás de Aquino III, 9, a2.
[8] El Papa Juan Pablo II, el 13 de abril de 1980 hablando de Pier Giorgio Frassati.
[9] de las homilías en las Misas por la Patria, citado por Marcelo en una carta a su papa, Soy capitán… p. 74-75.
[10] Santa Teresa, Práctica de amor a Jesucristo, cap 13, pag 155.
[11] Irala, Eficiencia sin fatiga.
[12] Fedor Dostoiewski, L., Los hermanos Karamazov, I parte, L. 2, cap. IV. (habla el Starets Zósimo).
[13] San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, p. 80-81.
[14] San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005, p. 83.
[15] Romero, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, pp. 519-520.