¡Decídete a ser Magno!

Hace unos días hemos tenido la gracia de bendecir una imagen de San Juan Pablo II, lista entonces para ser colocada en nuestra iglesia parroquial, en Manresa, a contrapunto de la imagen de San Ignacio, que pudimos por gracia de Dios comenzar a venerar hace un par de años.

San Ignacio está allí con todo el derecho de encontrarnos en la ciudad ignaciana por excelencia, que lo tiene como copatrono. Fue aquí donde, como es sabido, compuso lo sustancial de los santos Ejercicios Espirituales, cuya bandera que abraza y libro que sostiene, lo evoca claramente.

Además, al Santo de Loyola le tenemos una especial devoción y tanto para nuestra espiritualidad, como para nuestros apostolados, no dejamos de aprovecharnos de los Santos Ejercicios, únicos en su género y que lo coloca a su autor liderando una dimensión importantísima de la vida de la Iglesia: la teología espiritual; pero esta ya no tratada de modo especulativo, sino en la más concreta práctica. Puestos, de verdad, en manos de San Ignacio por medio de los Ejercicios, los efectos santificadores son únicos, trascendentales e inolvidables. Pero, claro, sí… dijimos: puestos “de verdad”; hacer Ejercicios Espirituales “a medias”, es decir, sin darlo todo, sin duda que también hace bien al alma, pero no llega a estas profundidades dichas; he ahí el gran misterio de la relación entre libertad y gracia.

Pero volvamos al Papa Magno, a aquel que hizo caer al comunismo, a ese signo de los tiempos, que fue San Juan Pablo II. ¿Por qué una imagen suya entre nosotros?

Porque no podemos dejar de reconocer la estrechísima relación espiritual que une a nuestro Instituto con San Juan Pablo II, a quien con toda justicia consideramos padre de nuestra familia religiosa. Nuestro fundador se inspiró profundamente en su magisterio para expresar el carisma propio del Instituto, como lo muestran las casi 1100 citas a sus enseñanzas en nuestro derecho propio. Más aún, el mismo Santo Papa manifestó personalmente un particular aprecio por nuestra pequeña comunidad, interviniendo oportunamente en momentos clave de nuestra historia.

Entre esas intervenciones memorables, destaca su decisión de confiarnos, ya en 1997, una Missio sui iuris en Tajikistán, cuando todavía ni siquiera habíamos sido erigidos canónicamente. También fue providencial su ayuda al trasladar nuestra Casa Generalicia a Italia en el año 2001, resolviendo así no pocas dificultades. No es exagerado decir que, en muchos sentidos, nuestra congregación le debe muchísimo a San Juan Pablo II, que nunca dejó de acompañarnos, sobre todo a través de sus más estrechos colaboradores. Por eso su imagen, ahora en nuestra parroquia, no solo honra su memoria: nos recuerda que seguimos caminando bajo su protección y que tenemos un intercesor poderoso en el cielo. Como dijo alguno de los nuestros: “los Santos tienen misiones póstumas”, es decir, que siguen obrando, antecediendo, en el Cielo.

¿Pero por qué una imagen?

Creo que vale la pena re-catequizarnos sobre este punto, ya que el tema de la veneración de las imágenes no es algo menor en nuestra fe católica, y ha habido incluso mártires que han dado la vida defendiendo las imágenes. En el post Concilio –no por culpa de él–, hubo también desmanes al respecto…

Vamos a la fuente; así enseña el Bendicional[1]:

Para que los fieles puedan contemplar más profundamente el misterio de la gloria de Dios, que fue reflejada en la faz de Jesucristo[2] y que resplandece en sus santos[3], y para que estos mismos fieles sean «luz por el Señor»[4], la madre Iglesia los invita a venerar piadosamente las imágenes sagradas. Estas, además, han sido realizadas a veces con gran arte y gozan de una religiosa nobleza, con lo que vienen a ser un resplandor de aquella belleza que procede de Dios y a Dios conduce. Las imágenes, en efecto, no solo traen a la memoria de los fieles a Jesucristo y a los santos que representan, sino que en cierta medida los ponen ante sus ojos: «Cuanto mayor es la frecuencia con que se miran las imágenes tanto más los que las contemplan se sienten atraídos hacia el recuerdo y deseo de sus originales»[5].

Por todo ello, la veneración de las sagradas imágenes figura entre las principales formas de la veneración debida a Cristo, el Señor, y, en modo distinto, a los santos[6], «no porque se crea que en ellas hay alguna divinidad o poder que sean el motivo del culto que se les da», sino «porque el honor que se les tributa está referido a los prototipos que representan»[7].

La hermosa imagen de San Juan Pablo tiene como autor al P. Rodrigo Miranda, IVE (debajo el audio donde la explica), y ha quedado realmente muy hermosa (más aún de lo que se ve en las fotos, que también compartimos debajo).

Puntualmente al mirar a San Juan Pablo II, además de pedirle que siga haciendo lo que hizo por nosotros cuando estaba en la tierra, se me viene a la cabeza –o, mejor dicho, al corazón– una frase de uno de los nuestros que gustaba de llamarlo Magno: “Ojalá alguno de los nuestros se decida a ser ‘magno’, que serlo es una decisión”.

¿Y qué es ser Magno? ¿Es lo mismo que ser Santo?

Hay una diferencia entre ser santo y ser magno, aunque ambos conceptos pueden coincidir en una misma persona, en este caso, en San Juan Pablo II.

La santidad se refiere principalmente a la unión con Dios, la fidelidad en el amor, el heroísmo en las virtudes cristianas. Es una categoría teológica y espiritual: alguien es santo porque vivió en gracia y fue fiel a la voluntad de Dios. Por eso Juan Pablo II fue beatificado y canonizado por la Iglesia.

En cambio, el título de “Magno” (grande) –como en “Juan Pablo Magno”– tiene una connotación histórica, como la que se dio a san León Magno o san Gregorio Magno. No todos los santos son llamados “magno”; este título se reserva a quienes, además de su santidad, han tenido un impacto excepcional en la historia de la Iglesia y del mundo. Es una santidad con irradiación histórica.

 “¿Por qué Magno Juan Pablo II?”, se explicita que este título se le atribuye por[8]:

  1. Papel decisivo en la caída del comunismo: Juan Pablo II fue un protagonista central en la caída del comunismo, particularmente en Europa del Este. Su visita a Polonia en 1979 fue un catalizador del movimiento Solidarność, que desafió al régimen comunista desde una raíz cultural y espiritual. Su magisterio y su valentía al enfrentar ideologías totalitarias ayudaron a derrumbar un sistema opresivo sin recurrir a la violencia, sino despertando la conciencia de la dignidad humana y la libertad religiosa.
  2. Magisterio doctrinal y espiritual: Juan Pablo II dejó una herencia doctrinal inmensa: 14 encíclicas, numerosas exhortaciones apostólicas, cartas, catequesis, y el Catecismo de la Iglesia Católica. Su pensamiento profundizó en temas claves como la teología del cuerpo, la dignidad de la persona, la redención, la familia, y la misericordia divina. Fue un verdadero “doctor de la Iglesia” contemporáneo, aunque no se le haya dado ese título oficialmente.
  3. Vida interior y mística: Detrás de su activismo exterior, Juan Pablo II era un místico. Su vida de oración era profunda y constante, con largas horas de adoración, confesión frecuente, devoción mariana intensa y una relación íntima con Cristo. Toda su fecundidad exterior brotaba de esa fuente invisible de unión con Dios.
  4. Fecundidad apostólica mundial: Fue el Papa más viajero de la historia, llevando el Evangelio a todos los rincones del mundo. Convocó a millones de jóvenes en las Jornadas Mundiales de la Juventud, promovió nuevas comunidades, alentó vocaciones, y cruzó fronteras geográficas y culturales con un carisma único. Tocó el corazón de creyentes y no creyentes, y su influencia alcanzó a todas las generaciones.

En conjunto, estos cuatro aspectos explican por qué el título de “Magno” para Juan Pablo II: por su impacto espiritual e histórico sin precedentes.

Pues bien, sin duda que para ser “magnos” tienen que darse ciertas circunstancias históricas que escapan absolutamente a nuestro libre albedrío. Y sin en contra de la distinción que mencionamos, creo que, buscando la santidad, podemos ser “magnos” más allá de lo histórico puntual que nos toque vivir.

Una persona puede ser “magno” sin realizar obras externas impresionantes si vive con una grandeza interior que brota de la unión profunda con Dios y la entrega total de sí. La verdadera magnanimidad no se mide por el reconocimiento humano, sino por la amplitud del amor con que se vive cada cosa, por pequeña que parezca. Quien es fiel en lo oculto, constante en la oración, generoso en el sacrificio, humilde ante la gracia y dócil al Espíritu Santo, alcanza una grandeza que no depende del ruido de este mundo. Alguien que vive como instrumento de Dios, en total consagración a Cristo y a la Virgen, puede ser verdaderamente “magno” ante los ojos del Cielo, aunque pase desapercibido en la tierra.

Hagamos la voluntad de Dios… toda. Seamos absolutamente dóciles al Espíritu Santo. Seamos muy buenos hijos de María, y así… seremos “magnos”.

¡Ave María, la más magnánima de todas… y adelante!

 

Comparto algo más de material:

 

[1] Conferencia Episcopal Española (ed.), Bendicional, Cap. XXXII, “Bendición de las imágenes que se exponen a la pública veneración de los fieles”, Madrid: Libros Litúrgicos, 2023.

[2] Cf. 2 Cor 4, 6; Mt 17, 2.

[3] Ef 5, 8.

[4] Ef 5, 8.

[5] Concilio de Nicea II, Act. VII: Mansi XIII, 378; Denzinger-Schönmetzer, 601.

[6] Concilio Vaticano II, constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 111.

[7] Concilio de Trento, sesión XXV: Denzinger-Schönmetzer, 1823.

[8] Cf. P. Carlos M. Buela, Juan Pablo Magno, IVE Press, New York, 2011, pp. 579–587.

Un comentario:

  1. Jesus Calderon

    Gracias, buen artículo 🙏

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