Dios sigue siendo el mismo, y así también el Evangelio y nuestra naturaleza caída. Sin embargo, no se vive igual la vida cristiana ahora, a comienzos del siglo XXI, que hace 5 siglos atrás.
Es cierto, hay un sano aggiornamiento, ese que buscaba san Juan XXIII con el Concilio Vaticano II, pero hay otras cosas que no dejan de ser parte de “la dimensión pagana de la cultura que vivimos”[1] como afirmaba el entonces Cardenal Bergoglio a los sacerdotes y consagrados de su arquidiócesis. En este sentido es erróneo afirmar que la penitencia ya es algo del pasado, que ya no hay que pensar en las postrimerías (incluso porque quizás no existan… sobre todo el infierno…), dejar de lado ciertos mandamientos –o interpretarlos de cualquier modo–, poner en duda la indisolubilidad del matrimonio y cosas por el estilo.
Y en lo que respecta a la Cuaresma, la Iglesia, por medio de la liturgia, nos recuerda una y otra vez, la invitación a la penitencia, sobre todo la interna, o sea al arrepentimiento de los pecados. Como dirá san Ignacio en sus santos Ejercicios, luego de indicar que la penitencia se divide en interna y externa:
“Interna es dolerse de sus pecados con firme propósito de no cometer aquéllos ni otros algunos” [82]. Y si hoy en día nos arrepentimos menos de los pecados, no es por un honroso “estar al día” de nuestra espiritualidad, sino por el llamado por san Juan Pablo Magno: “eclipse de la conciencia”[2] en el cual estamos imbuidos y que, difícilmente, no deje algún resabio en nosotros, más aun teniendo en cuenta que los pocos rayos de luz que permitía ver ese eclipse 30 años atrás –cuando lo afirmaba el santo Papa–, hoy en día definitivamente ya no existen…
También la Cuaresma es una invitación a dar más limosna, en lo cual podemos encerrar todo tipo de obras de caridad. El mandatun novum del Señor de amarnos como Él nos amó sigue tan vigente y no cabe adaptación alguna; y su: lo que hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicisteis, suena tan claro y estremecedor hoy en día, como cuando fue pronunciado por la Palabra hecha carne.
La oración es el tercer pilar: el velad y orad del Señor, amonesta tan fuerte hoy como en el pasado (o al menos debería hacerlo). Hoy por hoy, debido a que la vida moderna, sobre todo en las grandes ciudades, tiene un ajetreo particular, quien quiera rezar tendrá que usar no pocas veces de cierto ingenio no necesario en épocas pasadas. En ese sentido cabe aquello de Benedicto XVI: “Es necesario aprender a rezar, casi adquiriendo de nuevo este arte”[3].
Pasando a la penitencia externa, en primer lugar, siguiendo con san Ignacio, digamos por qué debemos hacerla:
“Las penitencias externas principalmente se hacen por tres effectos: el primero, por satisfacción de los peccados passados; segundo, por vencer a sí mesmo, es a saber, para que la sensualidad obedezca a la razón, y todas partes inferiores estén más subiectas a las superiores; tercero, para buscar y hallar alguna gracia o don que la persona quiere y desea, ansí como si desea haber interna contrición de sus pecados o llorar mucho sobre ellos o sobre las penas y dolores que Christo nuestro Señor passaba en su passión, o por solución de alguna dubitación en que la persona se halla” [87].
El santo también afirma, “la (penitencia) externa o fructo de la primera (la interna) es castigo de los pecados cometidos, y principalmente se toma en tres maneras” [82]: en el comer [83], en el dormir [84] y en el dar dolor sensible a la carne [85].
En cuanto al comer, sabido es, por ejemplo, que Juan Pablo Magno ayunaba, y con extremo rigor, sobre todo durante la Cuaresma, período en que reducía la alimentación a una sola comida completa al día. En una oportunidad Mons. Cafarra estaba invitado a un almuerzo con Juan Pablo II. Cuando llegó, las religiosas que atienden los trabajos domésticos en el palacio del Papa, le comentan que el Papa adelgazaba más de 15 kilos en cada cuaresma por los ayunos y las penitencias que hacía. Las monjas preocupadas le piden a Mons. Cafarra que le diga algo al Papa para incentivarlo a que coma más. Así es que cuando todavía estaban comiendo Mons. Cafarra le dice al papa: “Su Santidad, veo que usted ha comido poco y de hecho se ve que ha adelgazado bastante en este tiempo. Es necesario que usted coma más, el mundo necesita un papa fuerte”. Y ahí nomás el Papa, golpeando la mesa con la mano le respondió: “¡El mundo no tiene necesidad de un Papa fuerte, el mundo tiene necesidad de un Papa santo!” [4].
Y en cuanto al dar dolor sensible a la carne, comenta Slawomir Odler, procurador de la causa de beatificación del Papa:
“Tal y como pudieron oír los miembros de su entourage tanto en Polonia como en el Vaticano, Karol Wojtyla se flagelaba. En su armario, en medio de las túnicas, tenía colgado un cinturón especial para pantalones que utilizaba como látigo y que se llevaba siempre a Castel Gandolfo”. (Libro Por qué santo)
Con respecto a las horas de sueño Juan Pablo II, además de dormir pocas, a veces no dormía –rezaba– y otras dormía en el suelo.
Estas cosas son, sin duda, dignas de admirar, y si no tenemos la fuerza para hacerlas o tal vez Dios no nos las pida aquí y ahora, sin embargo sería difícil pensar que Él no nos esté pidiendo hacer al menos algún sacrificio para poder decir con san Pablo: Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24).
El “espíritu de la cuaresma” nunca debe perderse, al menos en cosas mínimas, lo cual formularía así: “más y mejor”, aunque sea muy poco, pero que no deje de ser “más y mejor”.
Rezo un misterio del Rosario todos los días, ¿no podré rezar más (dos misterios, el Rosario completo) y mejor (más concentrado, en mejores horas, dedicando un tiempo especialmente a eso)?
Quizás no puedo ayunar, pero ¿acaso no puedo buscar algo que me acerque más a la cuarentena de Cristo en el desierto?: no comer dulces –o comer menos–, no condimentar las verduras –o condimentarlas menos–, no ponerle azúcar al café –o ponerle menos–, no comer postre, etc. Y ¿no podré hacer mejor lo que ya hago?: no quejarme sino alabar a quien haga la comida, no comer de más, comer más despacio, atender más aquel con quien como que a la comida misma, etc
Recordar también que no en todos lados puede cambiarse, en tiempo de Cuaresma, la abstinencia de carne los días viernes por una obra de piedad, o de caridad, o por la abstinencia de otro tipo de comida o bebida, cosa que sí puede hacerse en muchos países en el resto de los viernes del año[5].
Mortificar la carne: ¡cuántas cosas pequeñas y sencillas para ofrecer! Puedo sin duda hacer más: no podré, probablemente, bañarme con agua fría, pero sí quizás con agua tibia o un chapuzón de agua fría al terminar; no usar (o no usar tanta) calefacción o aire acondicionado en nuestros autos, lugares de estar, etc.; no fumar (o fumar menos), etc. También puedo hacer mejor lo que ya tengo que hacer: aquel trabajo que no me gusta, tratar con aquella persona que me mortifica, pedir perdón, visitar a aquel enfermo, hacer ese favor que hace tiempo me pidieron, etc.
Si no puedo dormir en el piso o pasar una noche rezando, sí podré hacer “algo más” y levantarme 15m antes para leer la Palabra de Dios, o preparar el desayuno a nuestro ser querido, y más aún, hacer mejor el acto heroico de levantarnos ni bien suene el despertador..
Mientras leían estas líneas, seguramente se les habrán ocurrido otras cosas para hacer (o dejar de hacer), más adaptadas a la realidad de cada uno: ese suele ser el Espíritu Santo que está “soplando” interiormente; ¡a ser dóciles!
Se puede mejorar también en la vida sacramental frecuentando con mayor asiduidad la Santa Misa (¡qué mejor!) o la confesión. Podríamos en estos días, por ejemplo, sonreír más (¡cuánto cuesta a veces!), tomar mayor distancia de los medios de comunicación: ayunar del celular… al menos un rato, ayunar del correo electrónico, del Facebook, etc., etc.
Cada uno deberá ver qué le pide el Señor, ya que estamos en tiempo de gracia y éstas, por tanto, se derraban con mayor abundancia. Tiempo de gracia, tiempo de conversión, de volver a Dios. Tiempo de aplicar con más fuerza el “magis” (“más”) ignaciano, del cual comenta hermosamente uno de sus fervorosos hijos:
“El santo es un milagro de la gracia. Hace lo que hacen los muy buenos, pero lo hace mejor o hace más. Un poco más de humildad. Un poco más de burro de carga. Un poco más de refinamiento en la caridad; fervor más bullente; más visitas al Sagrario y más largas; más tiempo de rodillas; o no se disculpa o se disculpa menos; en el beso al crucifijo pone unas onzas más de cariño; cuando mira a Dios lo hace con una sonrisa más encantadora, la ausencia de Dios le mata o poco menos; el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas le pone el corazón en ascuas.
El santo es el campeón de los atletas. El campeón triunfa porque llegó a la meta medio segundo antes que los otros; o dio más golpes al adversario; o mató el toro más pronto o con más gallardía y arte; o el salto que dio, batió el record en un milímetro. Siempre un poco más y mejor”. (P. Segundo Llorrente, 40 años misionero en Alaska)
Qué bueno sería que no se nos pase un día de esta Cuaresma sin que notemos, de un modo u otro, que algo hicimos para acompañar al Señor que está en el desierto, ayunando, por nosotros.
¡A María, madre de la gracia, nos encomendamos!
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Lecturas recomendadas
- Canónigo Baudenom: Formación en la humildad (Aquí)
- Miguel Á. Fuentes, IVE: Duc in altum – Esencia y educación de la magnanimidad (Aquí)
- San Marcelino Champagnat: El ayuno de los novicios – Consejos, lecciones y máximas (Aquí)
Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.
[1] Carta del Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, a los sacerdotes, consagrados y consagradas de la arquidiócesis, sobre la oración (29 de julio de 2007).
[2] Juan Pablo II, Meditación del Ángelus del 14 de marzo de 1982.
[3] Benedicto XVI, Catequesis del miércoles 4 de mayo de 2011.
[4] Mons. Cafarra se lo contó personalmente a un sacerdote quien a su vez se lo contó otro sacerdote quien me lo envió por mail.
[5] Puede leerse para aclarar el tema esta respuesta del P. Miguel Á. Fuentes sobre si la abstinencia en los viernes de cuaresma es distinta a los demás viernes del año. De paso recuerdo que el ayuno obliga de los 18 a los 59 años; y la abstinencia de los 14, sin límite de edad. Agrega el Código de Derecho Canónico: “Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia” (c. 1252).