¿En vilo por el Cónclave? ¡Para nada! La Iglesia es de Cristo

Querido lector, gracias por estar de ese lado. Los últimos detalles de este escrito los estoy haciendo al filo de una de la mañana del 8 de mayo (¡oh, acabo de darme cuenta: ya estamos en el día de Nuestra Señora de Luján!). Pensé que terminaría más temprano… es cierto que las dos horas esperando la fumata -alguna cosa hice pero «perdí» a propósito tiempo… me pareció lo más católico que podía hacer- me atrasaron bastante; pero también es cierto que por lo general escribir, al menos a mí, lleva más tiempo de lo que suelo calcular. ¿Por qué te aclaro eso? Porque el escrito es largo… perdón! no me salió de otro modo… Hoy en día todo tiene que ser corto y rápido… lo siento. Pero al menos, no te molestes conmigo… discúlpame y piensa que tardé en escribirlo, por lejos, mucho más tiempo que tu en leerlo. Bueno, no sé si esta aclaración cabe aquí pero a estas horas estoy como estoy, quizás mañana la borro 🙂 — Vamos con el escrito.

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Ninguna institución meramente humana, llevada con tanta imbecilidad y pillería,

 habría durado ni quince días. (Hilaire Belloc)

Hay algo que, sin duda, podemos agradecerle al Papa Francisco: el haber despertado en muchos —y al menos en mí, ciertamente— una mayor atención al tiempo de sede vacante y al momento del Cónclave, moviéndonos a ofrecer nuestro pequeño aporte en forma de oraciones y sacrificios por el bien de nuestra Madre la Iglesia.

Pero esa “atención activa” también trae consigo un cierto nerviosismo… una expectación inquieta que hace pensar que quizás hay algo más que necesitamos considerar para alcanzar la paz y la calma, sea quien sea el que aparezca en las próximas horas en el balcón del Vaticano revestido de blanco, con o sin zapatos rojos.

Tampoco pretendemos una impasibilidad rayana al indiferentismo; máxime teniendo en cuenta la reacción de San Ignacio ante la elección como Papa del cardenal Carafa, que comentábamos en el post anterior.

Pero sí, para llegar a esa tranquilidad que viene de una confianza más plena fue necesario —al menos en mi caso— una cierta “vuelta de rosca”; quizás algo evidente para muchos, pero que en mí requirió un proceso, y que comparto por si puede ser de provecho para alguien más.

Y en esto, como en tantas otras cosas, la luz nos viene del mismo Verbo Encarnado: verdadero Dios y verdadero hombre; tan omnipotente como el Creador mismo, y tan débil como un crucificado; belleza absoluta y, al mismo tiempo, Aquel «ante quien se oculta el rostro» (Is 53,3). Él fue quien formó las doce columnas sobre las que se sostiene la Iglesia, pero una de ellas se quebró y tuvo que ser reemplazada. Fundó su Iglesia sobre la Roca inconmovible que es Pedro, quien no por eso dejó de ser también Simón: lo negó tres veces y, más tarde, convertido ya y luego de Pentecostés, debió ser corregido por San Pablo por no caminar rectamente conforme a la verdad del Evangelio y ceder a respetos humanos (cf. Gal 2,11-14).

Es decir, todo lo bueno, perfecto, noble, indefectible, santo, y cuántas más grandiosidades se quieran agregar, siempre será divino, vendrá de lo alto, será de Dios. Y todo lo malo, imperfecto, defectuoso, falible y pecaminoso –y cuántas deficiencias quieran ser añadidas– vendrá de nosotros, de nuestro pecado, del mal uso de la libertad. En el caso del Señor, claro está que no cabe en el pecado alguno, pero sí las consecuencias que él mismo quiso asumir para redimirnos.

Pues bien, aplicadas estas verdades a lo que nos toca en cuestión, podemos tener la plena tranquilidad de que la Iglesia es de institución divina y el mismo Dios Encarnado ha asegurado que «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18). Es decir, nosotros –el Papa incluido– podemos embellecerla o afearla en algún aspecto, en lo exterior, en ciertas apariencias, pero Ella, como nacida del Santísimo costado del Salvador, permanecerá la misma, incólume, hasta el fin de los tiempos.

Y sí, sin duda que la importancia de un Papa en todo esto es mucho mayor que la de cada uno de nosotros; es cierto también que gustosos deberíamos ofrecer nuestra vida a Dios como sacrificio porque sea elegido un Sumo Pontífice según el Corazón de Cristo –seguro que habrá quienes lo habrán hecho–; pero, así y todo, el Papa no es más que Cristo; es su Vicario en la tierra, pero no en el sentido de reemplazar a Cristo, sino de representarlo visiblemente. Cristo sigue siendo la Cabeza de la Iglesia; el Papa no lo suple, sino que, por designio divino, lo representa en su misión de guiar al Pueblo de Dios. Vicario no significa suplantador. El Papa actúa in persona Christi capitis (en la persona de Cristo cabeza) solo en el ámbito visible de la Iglesia, mientras que Cristo mismo permanece como Cabeza invisible y fuente de toda autoridad.

Y esto debería darnos una tranquilidad inmutable, como se dice del justo en la Escritura: «No temerá las malas noticias, su corazón está firme, confiado en el Señor» (Sal 112,7).

Ha habido Papas de todos los colores… hoy una mujer me contaba que visitando un museo en que, si mal no recuerdo, había pinturas de Papas, iba escuchando la historia de cada uno hasta que no pudo más y cortó el audio, porque no quería seguir oyendo malos ejemplos.

Hubo Papas que tomaron malas decisiones –¡y muy malas!– como por ejemplo suprimir la Compañía de Jesús; y así, lo que hizo Clemente XIV con los jesuitas en 1773, Paulo VII lo deshizo en 1814. O más recientemente, Pío XI, condenó oficialmente a la Acción Francesa mediante una serie de medidas disciplinarias en 1926, lo cual provocó, entre otras cosas, que el Cardenal Billot –caso rarísimo en la historia de la Iglesia– renunciara a su capelo cardenalicio. Ese error de Pío XI fue subsanado por Pío XII en 1939, poco después de asumir como Papa y sin hacer muchas aclaraciones al respecto –porque no hacía falta.

Y en estos avatares de Papas, errores y aciertos, hay, repito, de todo. Hasta casos muy llamativos como aquello que trae el P. Castellani en el ya citado –en el post anterior– sermón sobre San Ignacio:

Paulo III subió al Papado a los 60 años y vivió hasta los 85. No hubiese subido al Papado de no ser el hermano de Julia Farnesio, la concubina de su antecesor, Alejandro VI. Era propenso a la ira y estaba siempre rabioso contra la Iglesia, contra Francia, contra España, contra Inglaterra, contra el Turco y contra sí mismo; los Romanos decían “la iracundia de este viejo no parece cosa de este mundo”. Antes de morir le asesinaron un hijo suyo, Pier Luigi; y entre los asesinos estaba un Cardenal, el Cardenal Gambara. Murió lleno de ira como había vivido, pero su ira no hizo daño a la Iglesia; pues cuando estaba enojado, acertaba. Cristopher Hollis ha escrito: «Es curioso que Paulo III, si no hubiese tenido una hermana manceba de un Papa no hubiese llegado a Papa; y que, si no llegaba a Papa, la Iglesia perdía a toda Europa». En efecto, Paulo III estableció a los jesuitas, convocó el Concilio de Trento y fundó el Colegio Romano, mi Universidad, la Universidad Gregoriana hoy día. Fue el primer Papa de la Contrarreforma y el más eficaz de todos. Como Uds. Ven, tenía motivos para andar enojado.

Y luego, hablando del Papa Paulo IV, que había gobernado muy mal la Iglesia, comenta:

Es curioso que este Papa de vida intachable y gran letrado, pero sonso para gobernar, hiciese más daño a la Iglesia que otros Papas disolutos –pero mejores estadistas– como Julio II y Alejandro Borgia. Es que, como dijo Macaulay, un Rey sonso hace más daño que un Rey malvado; y Santo Tomás dice que los sonsos pueden ir al cielo, con tal que no sean gobernantes. Así que el que saca a un sonso del gobierno, aunque sea por medio de un golpe, se hace un bien a su alma.

Hasta aquí estamos sobre todo en ámbitos de decisiones prudenciales, de gobierno. Pero ¿qué hay en lo referente a la verdad en cuanto a lo que se debe creer o hacer? ¿Puede el Papa equivocarse en estos ámbitos? Digamos que sí, efectivamente. De hecho, se habla de la existencia de dos papas herejes en la historia de la Iglesia: Honorio I y Liberio. Honorio I (625–638) fue condenado después de su muerte por el Tercer Concilio de Constantinopla por apoyar, al menos pasivamente, la herejía monotelista[1] al no condenarla claramente. Por su parte, a Liberio (352–366) se le acusa de haber cedido ante el emperador firmando una fórmula ambigua relacionada con el arrianismo, aunque este hecho es muy discutido por los historiadores y nunca fue condenado oficialmente. En ambos casos, no se trató de enseñanzas definidas como doctrina de fe, por lo que no contradicen el dogma de la infalibilidad papal, que solo se aplica cuando el Papa habla ex cathedra en materia de fe o moral.

Entonces aquí conviene hacer una precisión fundamental. El Papa, en cuanto Sucesor de Pedro, goza del carisma de la infalibilidad únicamente cuando define solemnemente una verdad de fe o de moral, en su calidad de Pastor universal de la Iglesia, y con la intención de obligar a toda la Iglesia a creerla como parte de la Revelación divina. Fuera de ese marco —por ejemplo, en afirmaciones más prudenciales, decisiones pastorales o incluso en omisiones— no goza de esa misma garantía sobrenatural.

Pero también conviene tener en cuenta esta distinción: aunque casos muy raros como los citados, puede haber errores graves cuando se niega una verdad dogmática; pero también puede haber errores menores, pero reales, cuando se afirman o se omiten cosas en los niveles intermedios de la verdad. Porque la verdad no se da siempre en blanco y negro: hay un verdadero degradé[2] entre lo que está solemnemente definido y lo que pertenece a opiniones prudenciales, juicios disciplinarios o interpretaciones circunstanciales. Y dentro de ese degradé puede haber luces y sombras, aciertos y errores.

No todo error del Papa implica una herejía, pero tampoco todo lo que dice debe tomarse como irreformable o definitivo, sobre todo en tiempos modernos que lo que dice en cualquier momento o en cualquier circunstancia, puede en segundos recorrer el globo terráqueo. Lo importante, entonces, es mantener el juicio sereno, la fe firme, y la caridad sin fisuras, sabiendo que Cristo mismo vela por su Iglesia, y que ninguna sombra temporal podrá apagar la luz del Sol que la ilumina desde lo alto.

Por tanto, en cuanto a lo que hay que creer y lo que hay que hacer, no ha habido ni habrá Papa alguno que pueda cambiar nada a lo revelado. Aquí podrían aplicarse aquello del Señor: «Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni una i ni una tilde de la ley, hasta que todo se cumpla» (Mt 5,18).

Y así como en decisiones prudenciales de gobierno han cometido errores –como hemos visto–; y así como han caído en herejía –o han estado muy cercano a ello–, sin embargo, repito, nunca nada cambió de lo definido (¡ni cambiará!). Pueden, como decimos en Argentina, “embarrar la cancha”; puede hacer realmente daño y en ese “hacer daño” mandar mucha gente al infierno –como un pastor que no guía el rebaño a los pastos o deja que se lo coman los lobos–, por eso no es que estamos hablando de cosas menores; pero lo que quiero destacar es que la Verdad y el Bien, lo que hay que creer y lo que hay que hacer, siempre sabremos dónde está, qué es, donde se encuentra.

Porque la Iglesia no ha nacido con este o con aquel Papa… tenemos muchos siglos, mucho dicho, enseñado y definido para cotejar si algo que afirma tal o cual Pontífice es o no verdad de la Iglesia. Si queremos sinceramente no separarnos de lo que Dios ha revelado, podemos hacerlo sin lugar a duda. Y ahí tiene que estar nuestra tranquilidad, porque nadie, ni siquiera un Papa, ni mil Papas, ni una ni mil iglesias sinodales alemanas, pueden cambiarnos a Jesucristo.

¿Y por qué decir todas estas cosas? Porque los tiempos que corren no son fáciles. Por algo el Card. Müller señaló, hace unos días y hablando del Cónclave, que «la cuestión no es entre conservadores y liberales, sino entre ortodoxia y herejía»[3].

Podemos decir que, en ese misterio de que Dios no permitiría los males si no fuese tan sabio y todopoderoso que de esos males sacase bienes mayores (Santo Tomás citando a San Agustín), de algún modo los malos Papas son una manera de que brille más aún el poder de Dios y que se muestre más claramente que el Espíritu Santo es quien lleva y mantiene, a pesar de todo, a la Iglesia.

Dos anécdotas y un escrito famoso

Para lo último que acabamos de afirmar, me parece que vienen como anillo al dedo estas referencias históricas.

– En el proceso de conversión[4] de un hombre de tradición anglicana al catolicismo a finales del siglo XIX, se cuenta que, antes de dar el paso definitivo, deseaba visitar Roma para comprobar por sí mismo la verdad de lo que había escuchado sobre la Iglesia. A pesar de las advertencias de sus guías espirituales, unos frailes dominicos que lo instruían en la fe, quienes temían que se escandalizara al ver de cerca las contradicciones humanas en el Vaticano, el hombre decidió viajar. Sus acompañantes temían que, al enfrentarse a las corrupciones y defectos que a menudo se critican en la jerarquía católica, abandonara su conversión.

Sin embargo, al visitar el Vaticano y observar las imperfecciones humanas en el clero, lejos de perder la fe, el hombre quedó sorprendentemente fortalecido en su decisión de convertirse. Reflexionó que, si la Iglesia había perdurado durante 2000 años a pesar de las fallas humanas, debía ser una obra divina. Para él, la supervivencia de la Iglesia era prueba de que estaba sostenida por Dios. Este razonamiento consolidó su fe y lo llevó a continuar su camino hacia el bautismo en la Iglesia católica. Finalmente, el converso declaró que la Iglesia solo podía mantenerse por la ayuda divina, pues sin ella, no habría sobrevivido intacta durante tantos siglos.

– Del mismo modo, existe un famoso diálogo atribuido al cardenal Ercole Consalvi[5] (1757-1824) durante la época napoleónica. Cuando Napoleón Bonaparte amenazó con destruir a la Iglesia, el cardenal le respondió con ingenio: “Majestad, si en 1800 años nosotros, el clero católico, no hemos logrado destruir la Iglesia, pese a nuestros defectos ¿cree usted que podrá hacerlo?”. Esta réplica (documentada por historiadores) resume la misma verdad: ni los peores pecados de los propios pastores han logrado hundir a la Iglesia en dos milenios, algo inexplicable si la Iglesia fuera un mero proyecto humano y no contara con la promesa de Cristo de estar con ella «todos los días, hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,20).

– Por último: en El Decamerón de Giovanni Boccaccio, escrito en el siglo XIV, se presenta la historia de Abraham, un judío parisino que, después de recibir repetidas invitaciones de su amigo cristiano Giannotto para convertirse al cristianismo, decide viajar a Roma con el fin de observar la vida del Papa y el clero de cerca antes de tomar una decisión definitiva. Este relato aparece en el segundo cuento del primer día de la obra, una de las más importantes del Renacimiento italiano. A lo largo de El Decamerón, Boccaccio presenta cien relatos que abordan diversos temas, entre ellos la crítica a la corrupción e hipocresía del clero y las instituciones de la época, pero también ofrece reflexiones sobre la moralidad, el destino y la fe humana. En el caso de Abraham, al llegar a Roma, encuentra que la vida del Papa y los cardenales está llena de vicios, como la avaricia y la lujuria, y que la simonía, o la venta de cargos eclesiásticos, es una práctica común. Sin embargo, lejos de alejarse de la fe, Abraham concluye que la supervivencia de la Iglesia a pesar de estas corrupciones debe ser una prueba del poder divino, lo que lo lleva a su conversión al cristianismo.

Digamos con Hilaire Belloc:

La Iglesia Católica es una institución que estoy obligado a considerar divina; pero para los no creyentes, una prueba de su divinidad podría encontrarse en el hecho de que ninguna institución meramente humana, conducida con tanta imbecilidad y pillería, habría durado quince días[6].

Tengan en cuenta todo estos aquellos que están tentados –¡ya considerarlo es una tentación!– a bajarse de la barca de Pedro dependiendo quien se presente al sacro balcón… Eso sería no solamente un fallo en la fe, sino también no comprender la historia y lo que venimos diciendo. Sea quien sea el elegido –mañana mismo quizás–, es muy importante para mantener nuestra fe católica reconocerlo como Papa y no separarnos de él (¡y amarlo, y rezar por él!). Es cierto que los tiempos son difíciles, muy difíciles, pero siempre será verdad aquello de San Ambrosio: «allí donde está Pedro, allí está la Iglesia»[7].

Y claro que esperamos sea elegido un Papa que pueda guiar a la Iglesia como Dios quiere; un Papa según el Corazón de Cristo… un Papa santo, como tantos hubo. Copio aquí la lista de los Papas santos a los cuales le rezamos en el funeral del Papa Francisco en el Vaticano:

San Clemente I, ruega por nosotros!

San Calixto I…

San Ponciano,

San Fabián,

San Cornelio,

San Sixto II,

San Silvestre I,

San Dámaso I,

San Juan I,

San Martín I,

San León Magno,

San Gregorio Magno,

San Gregorio VII,

San Pío V,

San Pío X,

San Juan XXIII,

San Pablo VI,

San Juan Pablo II. ¡ruega por nosotros!

Y claro, no podemos despedirnos sin nombrar a Aquella que al pie de la Cruz contenía en sí toda la fe de la Iglesia; Aquella que es, con todas las letras Madre de la Iglesia; aquella que con solicitud amorosísima ha redoblado esfuerzos en estos últimos tiempos en apariciones sin precedentes… Ella conoció a Judas, supo de la traición de Pedro y conocía los defectos de todos los apóstoles… pero nunca dudó de la Iglesia, porque nunca dudó de su Hijo.

María, Madre de la Iglesia… ¡ruega por nosotros!

 

[1] La herejía monotelita (del griego monos = uno, theléma = voluntad) sostenía que en Cristo hay una sola voluntad, la divina, negando que tuviera también una voluntad humana. Esto contradice la doctrina católica según la cual Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tiene dos naturalezas completas —divina y humana— y, por tanto, también dos voluntades: una divina y una humana, en perfecta armonía. El monotelismo intentó ser una solución diplomática a las controversias con los monofisitas, pero fue condenado solemnemente en el Tercer Concilio de Constantinopla (680-681).

Santo Tomás trata este tema en la Suma Teológica, IIIa Pars, q. 18, a. 1, donde afirma: “In Christo est duplex voluntas, scilicet divina et humana.” (“En Cristo hay doble voluntad, a saber: la divina y la humana”). Y explica que negar la voluntad humana en Cristo equivale a negar su verdadera humanidad, lo cual destruye el misterio mismo de la Encarnación.

[2] . Este degradé no relativiza la verdad, sino que reconoce que su aplicación en lo contingente es imperfecta y gradual. Santo Tomás distingue entre principios primeros (necesarios, universales) y juicios particulares y prudenciales (que pueden variar y ser errados). En su pensamiento hay una jerarquía de verdades (ordo veritatis) y una progresiva participación en la verdad divina, que nunca es absoluta en las cosas humanas fuera del dogma

[3] Müller advierte de un posible cisma si no se elige a un Papa ortodoxo

[4] Vicente Niño Orti, O.P., Algo tendrá (Blog Jóvenes Dominicos, 5 Nov. 2020)

[5] Entrevista en Zenit/EWTN (16 Abr. 2004) – Menciona la respuesta atribuida al Cardenal Consalvi frente a la amenaza de Napoleón (“If in 1,800 years we clergy have failed to destroy the Church, do you really think you’ll be able to do it?”).

[6] Remark (undated) to William Temple, quoted in Robert Speaight, The Life of Hilaire Belloc (London: Hollis & Carter, 1957), p. 383.  (The Catholic Church is an institution I am bound to hold divine — but for unbelievers a proof of its divinity might be found in the fact that no merely human institution conducted with such knavish imbecility would have lasted a fortnight). Traida por: libquotes.com

[7] San Ambrosio, Enarr. In Psalmos, XL, 30.

15 comentarios:

  1. Emilia chamorro

    Creo en Cristo que me salvo. Soy hija De la Iglesia su esposa. Y cuerpo. Es Cristo a quien sigo. El humano falla pero la Iglesia vivirá para siempre. Nadie es más grande que su cabeza y su Espíritu que la guía.

  2. Reconocerlo como nuestro Papa. Gracias Padre!! Amarlo y Rezar por él

  3. Gracias por aumentar mi fe y confianza a Dios con su compartir. Me alegro de tener la gracias de ilustrar mi intelecto católico, maravillosas historias que solo con la gracias de Dios puedo comprender un poco más el misterio de lo Divino. Gracias Padre Gustavo, Gracias Padre Buela, gracias IVE, Gracias Maria por tu dulce compañía.

  4. Ana Mercedes Sierraalta Olivero

    Buenos días padre. No conozco en profundidad la Historia de la Iglesia y de los Papás, sin embargo ante todas estas controversias y situaciones, mi fe está en las palabra de Jesús Verbo Encarnado: «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella»; pase lo que pase.

  5. Hola Padre, wowwww cuanta razón en este escrito…no se le puede agregar nada mas, solo elogiarte por tan buena reflexion!!!!!!… mas de uno aqui estuvimos en vilo con la primera transmisión, personalmente nunca habia seguido los conclaves, llevo 3 Papas en mi haber de vida, y posiblemente un 4!!!. Rogamos a Dios que sea elegido un Papa Santo.

  6. Laura Aguerreberry

    Gracias padre por las iluminadoras y esperanzadoras palabras , para no bajarnos de la barca de Pedro y mirar siempre a nuestra cabeza el señor Jesucristo .

  7. P. Gustavo, muchas gracias! Excelente, edificante, enriquecedor por decir poco.
    Dios lo colme de bendiciones y gracia!
    El Espíritu Santo lo ilumine en todo momento y la Virgen Santísima lo cubra con su manto.
    Gracias por llevarnos en la barca a feliz puerto y seguro!
    ¡Ave María y Mar Adentro!

  8. deercoral0752c0fe4c

    Muchas gracias padre, por este escrito, me ha ayudado a enfocarme en lo que vale la pena hacer en estos momentos de turbulencia en los que todos opinan pero muy pocos ayudan.

  9. Beatriz Sarango L

    Muchas gracias Padrecito Gustavo Lombardo por este artículo, es extenso y muy enriquecedor. Valió la pena que se quede hasta la madrugada escribiéndolo. Este artículo si me ha dado paz y a aumentado la esperanza y la alegría ante la incertidumbre del próximo Papa que sea elegido. La lectura es un poco graciosa en algunas partes y principalmente esa parte que dice que » la iracundos de ese viejo no parece de este mundo» jiji

    Muchas gracias por su tiempo y que Dios le pague con la eternidad junto a Él a usted y a todo el equipo de los Ejercicios Espirituales.

  10. Gracias Padre Gustavo por todas sus enseñanzas , y me quedo con 👉 «Cuando Napoleón Bonaparte amenazó con destruir a la Iglesia, el cardenal le respondió con ingenio: “Majestad, si en 1800 años nosotros, el clero católico, no hemos logrado destruir la Iglesia, pese a nuestros defectos ¿cree usted que podrá hacerlo?”».

  11. Gracias P. Gustavo, su escrito me sirve de manera personal así como para convencer a otros a «permanecer en la barca de Pedro» .
    Dios lo bendiga

  12. Melisa Rodriguez R

    ¡Excelso! Un escrito super llevadero y sumamente enriquecedor. Gracias Padre por transmitirnos sus conocimientos y ayudarnos en nuestro camino de fe.
    Por cierto, que la Virgen de Luján lo siga cuidando y llenando de sabiduría. Saludos cordiales.-

  13. Padre Gustavo, muchas gracias por compartir lo que el Espíritu Santo le inspira, y, muy de acuerdo con usted, nuestra fe, confianza, obediencia y adoración está en Cristo, al Papa respecto y mucha oración 🙏 para que se deje guiar por Dios.

  14. Gracias padre por su reflexión me aclaro muchas cosas y le dió luz a mi alma y orar a la sagrada familia para que interceda por nosotros que también somos iglesia y por el nuevo papá para que le sea fiel a Cristo nuestro rey amén gracias por sus enseñanzas

  15. Estoy muy contenta y muy agradecida con Dios y sus ministros, Gracias padre Lombardo, mil gracias por todo su empeño, su sinceridad, se le aprecia mucho, desde centro América, Honduras.

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