Viejo yo… ¿en serio?

El P. Gabriel sigue nostálgico por la partida de su hermano a la misión y sigue dejando fluir su pluma. Leyendo lo último que me envió (va completo debajo, sin desperdicio), me sentí muy identificado con una frase, donde haciendo alusión a lo que le provocó el encuentro con su hermano, el P. Martín, agrega que sintió lo que sintió: “entre algunas lágrimas discretas, propias de mi vejez”. Y sí, la última parte hizo mucho eco en mí, que también me siento igual.

Le tuve que preguntar qué edad tiene: “40 jajaja”, respondió. Alguno podría decir que está en la famosa crisis de esa edad, pero no creo que sea el caso; además, yo tengo casi 45… no creo que duren tantos esas crisis, si es que se dan. ¿Por qué nos sentimos viejos entonces?

Primero, abro el paraguas para jóvenes quizás tan indiscretos como lo era yo: si llega a leer esto alguien entre 20-25 pensará que está bien que nos sintamos así… Recuerdo que cuando murió el P. Guillermo Costantini allá por el 2000, todos decían que había muerto muy joven; yo entendía que no tenía 80 años, pero teniendo yo 20, no me parecía tan joven. Es cierto que ya lucía algo de calvicie, pero no cambia mucho mi “error” de percepción. ¿Cuál fue ese error? Hace un par de años pasé por la parroquia San Maximiliano Kolbe, en San Rafael, Mendoza, donde él fue párroco, y me acerqué a una placa en su memoria justamente para ver qué edad tenía en el momento de su partida. La cosa es que, al constatarla, no podía salir del asombro y sacaba la cuenta una y otra vez… ¡cuando murió contaba con solo 42 años! ¡¡Mamma mía!! Yo tenía casi esa edad cuando miraba esa placa…

Por eso, si alguno verdaderamente joven está leyendo estas líneas, sepa que cuando tengan 40 o por ahí, no serán propiamente viejos… Y sí, nada más relativo que la edad…

Aprovecho la oportunidad para traer a colación un par de textos que recuerdan a ese gran sacerdote que fue el P. Guillermo[1], quien, además, me recibió con mucha caridad, junto al P. Carlos Stewart, para mis primeros ejercicios espirituales en San Rafael, contando yo con 15 años.

Habiendo hecho la aclaración para los inmaduros jovencillos… vayamos al porqué del “sentimiento de vejez”. Contestaré por mí, claro está; aunque sin duda que en muchos aspectos pensaremos más o menos todos igual; y, en cuanto al “viejo” P. Gabriel, si no se le va la nostalgia, seguramente nos regalará alguna reflexión más profunda aún.

La respuesta sin duda que tiene que ver con nuestra vocación. Hay algo muy personal que no sé si algún día contaré o no –porque no tiene mucha relevancia– con respecto a la cantidad de años que creo que viviré… pero lo dejamos porque no “suma” demasiado aquí, y vamos a lo importante.

En primer lugar tengamos en cuenta que a nosotros se nos llama presbýteros[2] (del griego: πρεσβύτερος), que significa literalmente “el más anciano” o “anciano”. En la antigüedad, tanto en la tradición judía como en la primitiva Iglesia cristiana, los líderes de las comunidades eran los ancianos, personas respetadas por su madurez y sabiduría, más allá de la edad biológica. Algo de esto sin duda que hay en este “sentir vejez”; hace unos 20 años que casi todo el mundo me trata de “Ud.”, y me tienen un respeto propio de una persona, justamente, mayor/anciana.

Todo lo que sigue, con sus más y sus menos, hace referencia al hecho de estar de paso… lo que de algún modo te acerca al término de la vida… y como el término de la vida generalmente se da en la vejez, por tanto no es extraño sentirse anciano aún sin serlo.

Vestimos de negro; la sotana es una clara muerte al mundo, que pasa… Justamente por eso, como enseñaba San Juan Pablo II, el hábito «para el religioso expresa su consagración y pone en evidencia el fin escatológico de la vida religiosa»[3]. Fin escatológico porque vivimos en muchos aspectos como será «en la resurrección, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres marido; sino que serán como los ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22,30).

Y este es otro aspecto no menor, que nos mantiene “con un pie acá y el otro Allá”, y es el hecho de no formar una familia. Al partir de este mundo no dejaremos una mujer sin esposo y, sobre todo, hijos sin padres. Ver crecer a los hijos y ver «a los hijos de tus hijos» (Sal 128,6), sin duda que es una manera de estar un poco más afincados en este mundo. 

Se me podría objetar falta de amor por las ovejas del redil; y sí, es cierto, no tengo la santidad de San Pablo para decir «me siento presionado por ambas partes: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor; pero por causa de ustedes, es más necesario que permanezca en la carne» (Fil 1,24). Pero justamente por no tener esa santidad, sé cuán reemplazable soy, muchísimo más que un padre de familia que para sus hijos y esposa es único. En mi caso estoy convencidísimo que Dios puede reemplazarme con instrumentos mucho menos deficientes, es decir, con sacerdotes mucho mejores. 

Otra cosa más a considerar es que la vida religiosa y la misión –ayudados también por la gracia de Dios, sin duda– nos hace estar desapegados de todo y de todos. Por supuesto que es también una lucha diaria, pero venimos cortando lazos y raíces de aquí y de allá, con más o menos lágrimas… llega un momento que ya podemos decir como aquellos versos de nuestra patria Argentina: “no soy de aquí, ni soy de allá”… 

Si hablásemos de la Santa Misa… ¡¿qué decir?! Se trata de un momento absolutamente de Cielo en medio de cada jornada, y un grito clamoroso, desde la Cruz, de parte del Señor, para que muramos absolutamente a todo lo que no nos lleve a su Sagrado Corazón y haga que otros se dirijan Allí. 

En definitiva, en medio de nuestras luchas diarias, tratamos de vivir lo que nos enseña el Catecismo «Vivir en el cielo es “estar con Cristo”. Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre»[4]

Todo esto está muy bien porque ¡para eso estamos!

Santo Tomás enseña:

La finalidad principal de la religión cristiana consiste en esto: desprender a los hombres de cosas terrenas y hacerlos estar atentos a las espirituales. Por este motivo el autor y consumador de nuestra fe (Heb 12,2), viniendo a este mundo, demostró a sus fieles, con hechos y de palabra, el desprecio de las cosas seculares[5].

Y si nosotros, sacerdotes y religiosos, no vivimos y no ayudamos a vivir esto… ¡¿para qué estamos?! 

Aquí está lo hermoso de todo esto: esta especie de “vejez prematura” no nos roba vitalidad. Al contrario, nos hace buscar con más fuerza a Dios y hacer el mayor bien a las almas. Nos impulsa a vivir mejor cada día, con mayor intensidad espiritual. Porque lo esencial no se mide en años, sino en fuego interior que buscamos cada día recibir con más fuerza del Espíritu Santo. El sentido de lo eterno nos vuelve (o al menos nos debería volver) más libres, más enfocados, más apostólicos. Nos quita peso muerto, distracciones y banalidades. Y eso, lejos de debilitarnos, nos fortalece. Nos da energía, propósito, claridad.

En definitiva, puede que algunos nos sintamos viejos sin serlo, y eso está bien. Porque no hablamos de una vejez que apaga, sino de una madurez que purifica. No se trata de cansancio, sino de profundidad. Y cuando todo eso se vive en clave de eternidad, la vida tiene otro color, otro ritmo, otro sentido. Que no se entienda esto como una nostalgia o un desencanto, sino como una gracia, una mirada sobrenatural que nos ayuda a vivir mejor lo que somos y lo que hacemos. Y todo esto, vuelvo una vez más a repetirlo, muchas veces es un anhelo en medio del combate cotidiano…

Y como siempre, al final de todo, miramos a Ella. Porque María Santísima, en su pureza y plenitud, vivió a trasluz de la eternidad y con una intensidad de amor y de vida que ni siquiera podemos llegar a imaginar. Que Ella nos enseñe a vivir también así, con un corazón totalmente libre pero que justamente por eso no envejece nunca porque está lleno del Amor eterno.

 

 

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[1]Poco después de su muerte: Homilía del P. Buela en enero de 2021. A los 15 años: Memoria de su sobrina, la Hna. María del Dulce Nombre Costantini
[2]Cf. 1Tim 5,17; 1Pe 5,1.
[3]Juan Pablo II, Carta al Card. Ugo Poletti, Vicario General para la Diócesis de Roma (08/09/82); OR (24/10/82), p.5. Citado en Instituto del Verbo Encarnado, Constituciones, Editrice del Verbo Incarnato, Segni 2004, n. 54.
[4]CEC, 1024.
[5]Contra la doctrina de quienes apartan a los hombres de entrar en la vida religiosa, cap. 1.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias vale la pena vivir luchando por alcanzar la paz . Con la ayuda de Dios . Con fé y esperanza .

  2. Aquí doy gracias Al Señor por que ahora que acabo de cumplir años se que mi cuerpo va a seguir envejeciendo; pero en mi ser me siento tan joven y plena en El Señor; Hay una alegría que no puedo explicar y que me lleva a una madurez al enfrentar las responsabilidades que la edad va trayendo.
    Esta alegría al leerlo también se da Padre por que me siento su madre cuando rezo y se que en esos momentos cuido de usted; como su alumna por que cada día Dios me ha permitido aprender de su mano; y si!!,, como una hija Padre, como su hija!! Por que se que usted busca mi bien y acercarme y a nuestros hermanos más a nuestro Fin

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