Les ofrezco algunos textos para este Sábado Santo que pueden servir para aprovecharlo mejor y consolar a María Santísima en su soledad. Pueden, por tanto, pasar de largo estos párrafos introductorios y debajo verán como descargar los pdf.
De mi parte solo quería hacer notar algo muy sabido por todos: qué grande es el dolor de la soledad de un ser querido.
Es muy difícil que lleguemos a cierta edad en nuestra vida y no hayamos experimentado el intensísimo dolor de no tener a nuestro lado a ese ser querido que tan feliz nos hacía (quizás nos dimos cuenta juntamente cuando “nos faltó”. Se trata de un dolor tan intenso que algunas veces, sobre todo en personas que no tienen fe, es causa de suicidio.
El dejar la casa paterna, la muerte de un familiar –especialmente un hijo–, un amigo que ya no está, o la pérdida “del amor de mi vida” … ¡qué de dolores causa! Creo que, si no existieran las lágrimas, que desahogan ese dolor y que en esos momentos parecen inacabables, podríamos morir de dolor.
Algo de esto o lo hemos experimentado –con sus más o con sus menos–, o lo hemos visto en otros, porque la vida es así…
No toca aquí, pero de pasada recuerdo que debería dolernos muchísimo más perder a Dios por un pecado mortal, que cualquier otra pérdida “humana”; y que todos estos dolores temporales y “finitos” (por perder a una creatura), deberían ayudarnos a contemplar los eternos e infinitos…
Perdón por la digresión del párrafo anterior y vamos a poner los ojos y el corazón en Aquella que hoy contemplamos con un dolor muchísimo mayor del que podríamos imaginar, porque no ha perdido solamente al más queridos de los hijos –¡se ha quedado sin Dios-hecho-hombre!–; y lo ha visto morir de la manera más atroz que podríamos imaginar. Tengamos presente que este Sábado Santo es el convierte en «marianos» todos los sábados del año.
Pero no me parece que convenga que yo hable de tal altísimo misterio; mejor los dejo con textos personas mucho más autorizadas. Solo termino recordando lo que comenta San Alfonso María de Ligorio, sobre las gracias que concede nuestra amorosa Madre a quien es devoto de sus dolores.
Refiere Pelbarto, un franciscano húngaro del siglo XV muy conocido por sus sermones teológicos y marianos –y esto es traído por San Alfonso–, que San Juan evangelista «oyó que María le pedía a su divino Hijo, gracias especiales para los devotos de sus dolores. Y Jesús le prometió estas gracias especiales:
1ª. Que el que invoque a la Madre de Dios recordando sus dolores, tendrá la gracia de hacer verdadera penitencia de todos sus pecados.
2ª. Que los consolará en sus tribulaciones, especialmente en la hora de la muerte.
3ª. Que imprimirá en sus almas el recuerdo de su Pasión y en el cielo se lo premiará.
4ª. Que confiará esos devotos a María para que disponga de ellos según su agrado y les obtenga todas las gracias que desee.
En comprobación de todo lo dicho, veamos en el siguiente ejemplo, cuánto ayuda para la salvación eterna, la devoción a los dolores de María[1].
Vamos a los textos:
- Primero recordemos que no se trata hoy de un “sábado de gloria” sino de Sábado Santo: ¿Sábado Santo o Sábado de Gloria?
Y aquí los “textos”; verán que se trata solo de un autor, San Alfonso María de Ligorio, pero sabrán los que lo conocen, que citan a muchos otros, así que sin problema puse “textos”. Ofrezco en varios formatos en orden a que lo puedan aprovechar de la mejor manera posible. Debajo la parte en que San Alfonso considera el dolor que recordamos hoy: la Soledad de la Virgen.
Dolores de María
Las glorias de María – San Alfonso María de Ligorio
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Séptimo dolor: Sepultura de Jesús
- María ha de separarse de Jesús
Cuando una madre está junto al hijo que sufre, sin duda padece todas las penas del hijo; pero cuando el hijo atormentado ha muerto y va a ser sepultado y la madre tiene que despedirse de su hijo, oh Señor, el pensamiento de que no ha de verlo más es superior a todos los demás dolores. Esta es la última espada de dolor que hoy vamos a considerar, cuando María, después de haber asistido al Hijo en la cruz, después de haberlo abrazado ya muerto, debía finalmente dejarlo en el sepulcro, quedando privada de su amada presencia.
Pero a fin de considerar mejor este último misterio de dolor, volvamos al Calvario para contemplar a la afligida Madre que aún tiene abrazado al Hijo muerto. Parece que le dijera con Job: “Hijo, hijo mío, te has vuelto cruel conmigo” (Job 30, 21); sí, porque todas tus bellas cualidades, tu hermosura, tu gracia, tu virtud, tus modales amables, todas las muestras de amor especialísimo que me has dado se han trocado en otras tantas flechas de dolor, que cuanto más me han inflamado en tu amor, tanto más me hacen sentir ahora la pena cruel de haberte perdido. Hijo mío tan amado, al perderte a ti lo he perdido todo. San Bernardo imagina que le habla así: ¡Oh verdadero Hijo de Dios, tú eras para mí padre, hijo y esposo; tú eras el alma mía! Ahora me veo huérfana de padre, quedo viuda sin esposo, me siento desolada sin hijo; habiendo perdido al hijo, lo he perdido todo.
De este modo está María anegada en su dolor abrazada a su Hijo; pero los santos discípulos, temiendo que esta pobre madre muriese allí de dolor, se apresuraron a quitarle de su regazo aquel Hijo muerto para darle sepultura. Por lo cual, con reverente violencia se lo quitaron de los brazos y, embalsamándolo con aromas, lo envolvieron en la sábana ya preparada, en la que quiso el Señor dejar al mundo impresa su figura, como se ve hoy en Turín.
Ya lo llevan al sepulcro en fúnebre cortejo: los discípulos lo cargan a hombros; los ángeles del cielo lo acompañan; las santas mujeres van detrás, y con ellas la Madre dolorosa siguiendo al Hijo a la sepultura. Llegados al lugar del sepulcro, cuánto hubiera deseado María quedar en él con su Hijo si ésa hubiera sido su voluntad. Pero como no era ése el divino querer, al menos acompañó al cuerpo sagrado de Jesús dentro del sepulcro mientras lo colocaban allí. Al ir a rodar la piedra para cerrar el sepulcro, los discípulos del Salvador debieron dirigirse a la Virgen para decirle: Ea, Señora, hay que rodar la piedra; resígnate, míralo por última vez y despídete de tu Hijo. Y la Madre dolorosa le diría: Hijo mío amadísimo, recibe el corazón de tu amada Madre que dejo sepultado con el tuyo. Dijo la Virgen a santa Brígida: Puedo decir con verdad que habiendo sido sepultado mi Hijo, allí quedaron sepultados dos corazones.
Por fin ruedan la piedra y queda encerrado en el santo sepulcro el cuerpo de Jesús, aquel gran tesoro, que no lo hay mayor ni en el cielo ni en la tierra. Hagamos aquí una digresión: María deja sepultado su corazón en el sepulcro con Jesús, porque Jesús es todo su tesoro. “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Lc 12, 34). ¿Y nosotros dónde tenemos puesto nuestro corazón? ¿Tal vez en las criaturas? ¿En el fango? ¿Y por qué no en Jesús que aun habiendo ascendido al cielo ha querido quedarse, no ya muerto, sino vivo en el santísimo Sacramento del altar para tenernos consigo y poseer nuestros corazones?
- María se despide de su Hijo
Pero volvamos a María. Al decir de san Buenaventura, al partir del sepulcro lo bendijo diciendo: Sagrada piedra, piedra afortunada que ahora guardas dentro de ti al que ha estado nueve meses en mi seno, yo te bendigo y te envidio; te dejo que custodies este Hijo mío que es todo mi bien y todo mi amor. Y después, dirigiéndose al eterno Padre, diría: Oh Padre, a ti encomiendo a este tu Hijo y mío. Y con esto, dando el último adiós al Hijo y al sepulcro, se marchó y se volvió a casa. Andaba esta pobre Madre tan triste y afligida que, según san Bernardo, excitaba las lágrimas de muchos aun sin querer, de modo que por donde pasaba los que la veían no podían contener el llanto. Y añade que los que la acompañaban lloraban por el Señor y por ella a la vez.
Afirma san Buenaventura que las santas mujeres le pusieron un velo de luto, como el de las viudas, que le ocultaba en gran parte el rostro. Y dice que al pasar de vuelta junto a la cruz bañada con la sangre de Jesús, fue la primera en adorarla, y diría: Oh cruz santa, yo te beso y te adoro porque ya no eres madero infame, sino trono de amor y altar de misericordia consagrado con la sangre del Cordero divino que ya ha sido en ella sacrificado por la salud del mundo.
- María en soledad
Después se aleja de la cruz y retorna a casa. Entrando en ella mira en torno, pero ya no ve a Jesús, y le vienen a la memoria todos los recuerdos de su hermosa vida y de la despiadada muerte. Se acuerda de los primeros abrazos que le dio al Hijo en la gruta de Belén, de los coloquios tenidos con él durante tantos años en la casita de Nazaret; le vienen a la mente las constantes muestras de afecto mutuo, las tiernas miradas llenas de amor, las palabras de vida eterna que salían siempre de su boca divina. Pero luego se le representan las terribles escenas vividas aquel mismo día; se le representan aquellos clavos, aquella carne lacerada de su Hijo, aquellas llagas profundas, aquellos huesos a la vista, aquella boca entreabierta, aquellos ojos sin vida. ¡Qué noche aquella de dolor para María! Contemplando a san Juan, la Madre dolorosa le preguntaría: Juan, ¿dónde está tu maestro? Después le preguntaba a Magdalena: Dime, hija, ¿dónde está tu amado? ¿Quién te lo ha quitado? Llora María y con ella todos los que la acompañan.
Y tú, alma mía, ¿no lloras? Vuelto hacia María, dile con san Buenaventura: Déjame, Señora mía, que llore contigo; tú eres la inocente y yo soy el reo. Ruégale que al menos te admita a llorar con ella: haz que llore contigo. Ella llora por amor, llora tú de dolor por tus pecados. Y de esta manera, llorando tú, podrás tener la gracia de aquel de quien se habla en el siguiente ejemplo.
EJEMPLO
Visita de María a un religioso moribundo
Refiere el P. Engelgrave que un religioso vivía tan atormentado por los escrúpulos, que a veces estaba casi al borde de la desesperación; pero como era devotísimo de la Virgen de los Dolores, recurría siempre a ella en sus luchas espirituales y contemplando sus dolores se sentía reconfortado. Le llegó la hora de la muerte y, entonces, el demonio le acosaba más que nunca con sus escrúpulos y lo tentaba de desesperación. Cuando he aquí que la piadosa Madre, viendo a su pobre hijo tan angustiado, se le apareció y le dijo: ¿Y tú hijo mío, te consumes de angustias cuando en mis dolores tantas veces me has consolado? Hijo mío, ¿por qué te entristeces tanto y estás lleno de temor, tú que no has hecho más que consolarme con tu compasión de mis dolores? Jesús me manda para que te consuele; así que ánimo, llénate de alegría y ven conmigo al paraíso. Y al decir esto el devoto religioso, lleno de consuelo y confianza, plácidamente expiró.
ORACIÓN PARA ALCANZAR PAZ Y SALVACIÓN
Madre mía dolorosa,
no quiero dejarte sola con tu llanto,
sino que a tus lágrimas quiero unir las mías.
Esta gracia te pido hoy:
un recuerdo continuo, con tierna devoción,
de la pasión de Jesús y de la tuya
para que en los días que me queden de vida
siempre llore tus dolores, Madre mía,
y los de mi Redentor.
Espero que en la hora de mi muerte
estos dolores me darán confianza
para no desesperarme
a la vista de los pecados
con que ofendí a mi Señor.
Ellos me han de alcanzar el perdón,
la perseverancia y el paraíso,
donde espero regocijarme contigo
y cantar por siempre
las infinitas misericordias de mi Dios.
Así lo espero, así sea. Amén.
[1] San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María, discurso 9º. El texto completo está en el pdf que ofrecemos.
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