Más o menos a los 14 años comencé a ir a alguna Misa durante la semana –además de la dominical; no entendía en profundidad de qué se trataba pero sin duda la consideraba una muy buena manera de rezar. Visto en perspectiva, puedo dilucidar en esto un signo de mi vocación.
Poco tiempo después, llegó a mis manos un pequeño libro de San Leonardo de Porto Mauricio titulado “El tesoro escondido de la Santa Misa”. No he vuelto a leerlo, por lo cual no recuerdo mucho el contenido, pero sí la tesis principal, la idea que el autor de un modo y de otro, con doctrina y con ejemplos –muchos ejemplos– trata de destacar. Habla de una verdad que me descubrió un mundo totalmente nuevo, que dio muchísimo más sentido a “mis” Misas y que, probablemente, sea el por qué más profundo del hecho que ahora la celebre a diario… Esa verdad es que ¡¡LA MISA ES UN SACRIFICIO!!
Perdonen si les hablo de algo tan sabido como que la composición del agua es H2O, pero para quien no la conoce, es esta una verdad tan fuerte, profunda e intensa que puede hacer pensar –como me ocurrió en su momento– “¡haberlo sabido antes!” o “¡por qué no me lo dijeron antes!”…
– ¿Así que cada Misa es un sacrificio?
– ¡Efectivamente lo es!; se trata nada más y nada menos que del mismo sacrificio de la Cruz perpetuado en nuestros altares hasta el fin de los tiempos.
– ¿Sufre de nuevo Cristo en cada Misa?
– No, es un sacrificio incruento, es decir, sin derramamiento de sangre, sin sufrimiento. Pero eso no quita que sea el mismo sacrificio del Señor. En cada Misa Él, por todos nosotros se inmola sacramentalmente, entregándose al Padre en el Espíritu Santo.
– ¿Puedo ir a cada Misa como si estuviera yendo al Calvario, 2000 años atrás?
– Sí, esa sería una hermosa manera de prepararte para participar de ella. Ya que, como enseña el Catecismo “todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos”[1]. ¡Cuánto más es aplicable esto a la Santa Misa!
– Pero, ¿acaso la Misa no es también un banquete?
– Te respondo con palabras del beato Juan Pablo II: “el «banquete» sigue siendo siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota”[2].
Entendido así, el Santo Sacrificio de la Misa toma, sin duda nuevos, transformadores e innumerables matices para quienes participan.
Se entiende así cómo no hay cosa en la tierra que dé más gloria a Dios y que santifique más a las almas, como enseña el Concilio[3]. De ahí lo que vivían y decían los santos:
Santo Tomás de Aquino: “La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz”.
San Andrés Avellino: “No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús”.
El santo cura de Ars: “Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”. “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”.
Santa Teresa de Jesús: “Sin la Santa Misa, ¿que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio”.
San Bernardo: “Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación”.
De seguir citando, la lista se haría interminable…
Bajo este aspecto sacrificial, se comprende también que no hay mejor manera de participar de la Misa que ofreciéndose uno mismo como víctima junto a Cristo, “la Víctima”; y de esta manera estaremos en sintonía con el Concilio, que nos pide una participación litúrgica “plena, consciente y activa”[4]. El santo cura de Ars decía: “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”; y esto sin duda puede decirse de cada persona que participa en la Eucaristía.
Comprender esto hará que nuestras celebraciones sean realmente sagradas. “Sacrificio” viene de “sacrum facere” es decir de “hacer sagrado”. ¡Cuán poco sabemos hoy en día de lo sacro!, lo cual se obtiene por la confluencia de dos experiencias antagónicas que, paradojalmente, se armonizan: la del “mysterium tremendum” y la del “mysterium fascinans”. Por algo un indiecito de nuestras tierras argentinas, el beato Ceferino Numuncurá, luego de participar de una Misa del Papa Pío X, con música de Lorenzo Perosi y Palestrina, exclamó: “parecíame estar en el paraíso”.
“Ver” a Cristo entregado en los altares por nosotros, no ayudará a percibir el amor de Dios que tanto amó al mundo que le dio su Unigénito Hijo (cf. Jn 3,16). De ahí que “En cada Misa, Dios nos dice a cada uno: «Te amo». Nos besa como una madre a su niño. Él nos ve en su Hijo, nos trata como «hijos en el Hijo»[5] y nos dice: Tú eres mi Hijo, muy amado, en quien me complazco (cfr. Mt 17,5)”[6].
Contemplar la Sangre sacramentalmente separada del Cuerpo sobre el Ara Santa, será también fuente de vocaciones sacerdotales y religiosas. La vocación no es otra cosa que una llamada a estar más cerca del Crucificado, aceptando invitación a “negarse”, “tomar la cruz” y “seguirlo” (cfr. Lc 9, 39), y como decía Juan Pablo II “Es una exigencia dura, que impresionó incluso a los discípulos y que a lo largo de los siglos ha impedido que muchos hombres y mujeres siguieran a Cristo”[7].
Participemos con devoción en nuestras Misas y ofrezcámosle, en sacrificio, todo lo que somos y tenemos a Dios; como enseñaba Juan Pablo II: “Nuestra humilde entrega –insignificante como el aceite de la viuda de Sarepta o el óbolo de la pobre viuda– se hace aceptable a los ojos de Dios por su unión a la oblación de Jesús”[8]. Él sí vivía sus Misas “Nada tiene más importancia para mí o me causa mayor alegría que celebrar a diario la Misa”[9], decía; y también, dado lo maravilloso e inabarcable del Santo Sacrificio: “Yo no me conmuevo durante la Misa, yo hago que suceda. Me conmuevo antes y después”[10]. Antes y después… es decir, vivía aquello de San Alberto Hurtado y de tantos santos y santas:
“Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome… en unión con Cristo. ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!”[11].
En cada Misa se renueva y perpetúa el misterio pascual en su totalidad, es decir la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por eso también en cada Misa participamos de la alegría del Resucitado pregustando nuestra propia resurrección; de ahí que uno de los saludos posible al terminar la Eucaristía sea: “La alegría del Señor sea nuestra fuerza, podéis ir en Paz”.
Junto a cada altar, como lo estuvo junto a la cruz, está la Madre del Crucificado. Ella, que al decir de San Alfonso, sufrió en el Calvario lo equivalente a mil muertes; Ella, que al decir del mismo santo, se hizo a tal punto una misma víctima con su Hijo que no fueron dos sacrificios, sino uno solo; Ella, que como Madre nuestra conoce de nuestras debilidades y reticencias ante el sacrificio personal. Ella, entonces, sea nuestro gran ejemplo, nuestra gran maestra y compañera en cada Santa Misa; Ella nos enseñe a morir con y por su Hijo; Ella presente a Él y con Él al Padre, en el Espíritu Santo, nuestra pobrísima ofrenda, que entregada por sus manos dejará de ser tan pobre. Ella, finalmente, nos enseñe a vivir como resucitados: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 3,1), y donde está Ella sentada a la diestra de Cristo…
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Más textos sobre el tema:
– El libro mencionado: “El tesoro escondido de la Santa Misa” de San Leonardo de Porto Mauricio. (Descargar AQUI)
– Un escrito pronunciado por el P. Hurtado en julio de 1940, en plena guerra mundial, del cual tomé la cita del post: “La Eucaristía”. (Descargar AQUI)
– “Nuestra Misa”, libro del P. Carlos Miguel Buela, fundador de nuestro Instituto, a quien también le debo el amor al Santo Sacrificio. (Descargar AQUI)
Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.
La Misa es nuestro alimento espiritual, y donde también nuestro espíritu revive este sacrificó, donde nos renovamos, donde debemos tomar conciencia y conversar con Dios y con Nuestra Madre María, y pedir perdón.
Muy buenos los escritos para descargar.
Un abrazo en Cristo y María,
Francisco Baeza
Desde mi Consagración al Inmaculado Corazón de María, he visto como poco a poco Dios me revela su inmenso amor, Un momento que me impacta de la Santa Misa es el momento de las ofrendas y sobre todo la Consagración, ahí es donde le ofrezco al Padre Celestial el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en expiación de mis pecados y del mundo entero. Con la explicación que Usted nos da, ahora tengo la certeza de que Dios me mira a través del sacrificio de su amado Hijo, con ojos de amor y misericordia aún cuando sea una pecadora que con muchos obstaculos intenta hacer su voluntad.
Padre, me encomiendo a sus oraciones para que María Santísima me ayude a agradecer y a reconocer el sacrificio de su Hijo en la cruz ue se renueva en cada misa.
La Misa es el milagro de Amor más grande que se realiza en nuestros altares gracias al ministerio sacerdotal. Que el Señor nos bendiga con santas y abundantes vocaciones sacerdotales para que nunca nos falte el Pan de Vida!!!!
Gracias Padre Gustavo por estas reflexiones.
Que Dios lo bendiga!!!!
Muy cierto Margarita! Y no dejemos de rezar por las vocaciones: «En el mundo contemporáneo, la mies evangélica es verdaderamente inmensa. Sólo queda rogar al Señor —y hacerlo con insistencia— que mande obreros a esta mies, en espera de la cosecha». JUAN PABLO II
Gracias Padre Gustavo, sus reflexiones reavivan mi fe.
¡Muchas gracias!
A eso lo hace el Espíritu Santo! Pero qué bueno saber que usa algo de estas letras como instrumento y que Ud. es dócil a sus mociones! Como decía Juan Pablo II: «la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo»
Bien dicho, Francisco! Hay que seguir así, ya que como decía el santo cura
de Ars: » La Misa es la devoción de los Santos».
Qué bueno que pueda confirmar esa gran verdad! Ahora será cuestión de
transmigra a los demás, en su entorno; ya que como decía Benedicto XVI: «la
acción misionera consiste en definitiva en comunicar a los hermanos el amor
de Dios» 8/5/06 La encomiendo especialmente!! Ave María y adelante!
Me emociono mucho sus palabras y citar este libro en particular . Lo leí y marco en mi vida un antes y un después . Desde entonces voy a misa con más devoción y amor a Nuestro Señor . Llego a mis manos gracias a Cari , mi evangelizadora . Y como dice usted ! Haberlo sabido antes !! Pero El no mira la edad que tengo , y siempre doy gracias a Dios por haber entrado a trabajar ahí . Donde encontré una amiga que me acerco mas a Dios . Gracias padre por tan hermosas palabras , que Dios lo bendiga y la Virgencita lo cuide .
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Cuando llego a la Santa Misa, siempre pienso que así como El Señor llamó a tres, así también nos invita como a Ellos a entregarnos en oración acompañandoLo en el huerto de los olivos.
Gracias por hacernos parte de su vida contándonos lo que El Señor ha hecho en usted
Padre, simplemente hermoso!!!