Publico un sermón que prediqué el sábado pasado (30/07) para los religiosos y religiosas de nuestros hogares de caridad de San Rafael, Argentina.
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La perfección, la santidad, no es otra cosa que la caridad llevada al extremo, a la heroicidad. Eso, para cualquier cristiano, ¡cuánto más para nosotros que dejamos todo para alcanzarlo! Y particularmente nosotros que vivimos, nada más y nada menos, que en “La Ciudad de la Caridad”.
Quiero leerles tres testimonios que nos pueden ayudar a recordar esa importancia que tiene el amor[1].
- La Cruz y el amor de Dios
Los tres testimonios son recientes, de estos años. En primer lugar, el de un sacerdote español que estuvo misionando en Bolivia unos años y al ir de vacaciones se enteró que tenía cáncer y tuvo que quedarse allí. Luego de un tiempo de enfermedad escribe una carta a sus amigos; es más larga pero cito solo una parte, para destacar la primera idea, y es el hecho de que es necesario sabernos amados por Dios para poder amar de verdad, y que aunque ese amor se experimenta, se siente, de muchas maneras, quizás no haya mejor manera que en el sufrimiento, en la cruz:
“La experiencia del sufrimiento es un misterio. En el post-operatorio, aunque estaba sedado con morfina, recuerdo que, en una ocasión, desperté, miré al crucifijo que tenía delante. Miré a Jesucristo, y le decía que estábamos igual. Con el cuerpo abierto. Con los huesos doloridos. Solos ante el sufrimiento, abandonados, en la Cruz. No lo entendía. Dios me había abandonado, ‘no me quería’. Y, de pronto, recordé las palabras que desde el cielo Dios Padre pronuncia refiriéndose a Jesucristo: ‘Éste es mi Hijo amado’. Y el Hijo amado de Dios estaba, frente a mí, en la Cruz. Me encuentro en la misma situación que él. Entonces, yo también soy hijo amado y predilecto de Dios. Y dejé de rebelarme. Y entre en el descanso. Y vi el amor de Dios. La razón humana no encuentra sentido al sufrimiento. No tiene lógica. Sólo mirando al Crucificado el hombre entra en la paz que el sufrimiento le ha robado”.
- El amor y el perdón vencen al odio
No sé si conocen la historia de Lucía Vetruse, religiosa. Escribe esta carta; una carta hermosa, porque muestra cómo sólo el amor vence. Sólo el amor vence… ¡Sólo! En nuestra vida, podremos vencer pero si no ha sido con amor, por amor, y viviendo y descansando en el amor de Dios, no hemos vencido: hemos sido derrotados por el Maligno. Y aunque parezca que hemos sido derrotados, aunque parezca que estamos acabados y varados en la orilla, si en nuestra vida hay amor, hemos vencido, Cristo ha vencido en nosotros. Esto es así de claro. Pasa que el lenguaje del Evangelio es sorprendente, muy distinto al que nosotros habitualmente empleamos.
Escribe a la Madre General de su Orden:
“Soy Lucía Vetruse, una de las novicias violadas por las milicias serbias. Le escribo sobre lo que me acaecido a mí y a las hermanas Tatiana y Sendria. Permítame que no le dé detalles. Ha sido una experiencia atroz que no se puede comunicar más que a Dios, a cuya voluntad me entregué cuando me consagré a Él con los tres votos.
Mi drama no es sólo la humillación que he sufrido como mujer, ni la ofensa irreparable hecha a mi opción existencial y vocacional; sino la dificultad de insertar en mi fe un acontecimiento que ciertamente forma parte de la misteriosa voluntad permisiva de Aquel a quien yo continúo considerando mi Esposo divino.
Había leído pocos días antes los Diálogos de carmelitas, de Bernanos, y me había surgido espontáneamente pedir al Señor morir mártir. Él me ha tomado la palabra, pero, ¡de qué manera! Me encuentro ahora en una angustiosa oscuridad interior. Ellos han destruido mi proyecto de vida –que yo consideraba definitivo– y me han trazado de improviso otro nuevo que aún no acierto a descubrir.
Le escribo, Madre, no para recibir su consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías –ofendidas– y a aceptar la maternidad no deseada… Mi humillación se suma a las de las demás, y sólo puedo ya ofrecerla por la expiación de los pecados cometidos por lo anónimos violadores y por la paz entre las dos etnias opuestas, aceptando la deshonra sufrida y entregándola a la piedad de Dios.
No se asombre de que le pida compartir conmigo una gracia que pudiera parecer absurda. He llorado en estos meses todas mis lágrimas por mis dos hermanos, asesinados por los mismos agresores que van aterrorizando nuestra ciudad. Pensé que ya no podría sufrir muchas cosas más: nunca creí que el dolor pudiera alcanzar tales dimensiones.
A la puerta de nuestros conventos, llamaban cada día centenares de criaturas famélicas, con la desesperación en sus ojos. La semana pasada, una joven de dieciocho años me había dicho: ‘Afortunada, usted, que ha escogido un sitio donde la milicia no puede entrar’; añadió: ‘Usted no sabe qué es la deshonra’. Lo pensé despacio y vi que se trataba del dolor de mi gente; y casi sentí vergüenza al estar excluida de su entorno.
Ahora soy una de ellas –una de tantas mujeres anónimas que mi pueblo, con el cuerpo destrozado y el alma saqueada–. El Señor me ha admitido al misterio de la vergüenza; es más: a esta hermana suya, le ha concedido el privilegio de comprender hasta el fondo la fuerza diabólica del mal.
Sé que, de hoy en adelante, las palabras de valor y consuelo que trataré de sacar de mi pobre corazón serán de verdad creídas por la gente, porque mi historia es la suya, y mi resignación, sostenida por la fe, podrá servir, si no de ejemplo, al menos de confrontación con sus reacciones morales.
Todo ha pasado, Madre, pero ahora comienza todo.
En su llamada telefónica, después de decir palabras de consuelo que le agradeceré toda la vida, me hizo usted una pregunta: ‘¿Qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?’ Sentí que mi voz temblaba al hacerme esta pregunta, que no podía ser respondida de inmediato –no porque no haya reflexionado sobre la lección que tenía que hacer, sino porque usted no quería turbar con eventuales proyectos mis decisiones–.
Lo he decidido ya: si soy madre, el niño será mío y de ningún otro. Lo podría confiar a otras personas, pero él tiene derecho a mi amor de madre, aunque no haya sido deseado, querido. No se puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene necesidad de crecer allí.
Realizaré mi vida religiosa, pero de otro modo. No pido nada a mi Congregación, que me lo ha dado ya todo. Estoy agradecida a la fraternidad de mis hermanas y a sus atenciones; sobre todo, por no haberme importunado con peticiones indiscretas.
Me iré con mi hijo. No sé adónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino que tendré que seguir para cumplir su voluntad.
Seré pobre; retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en lo días de trabajo; e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques… Haré todo lo posible por romper la cadena del odio que destruye nuestros países. Al hijo que espero, le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo, a mi lado, de que la única grandeza que horna a la persona es la del perdón”.
Esta mujer vive aún… estará con su hijo, sus zuecos y su delantal recogiendo resina… y dando testimonio de que lo que significa amar… de que el amor vence…
- Dios es el único tesoro
Por último, el testimonio de otra religiosa en un lugar muy difícil de misión (podría ser una de nuestras hermanas en Siria por ejemplo). Ella se fue de España al Congo, a una zona en guerra a reemplazar a otra monjita que había sido asesinada, la cual, a su vez, también había ido a reemplazar a otra monjita asesinada… El P. Pablo, a quien le escribe la carta que voy a leer, cuando la despedían en su comunidad él le dijo: “te doy la bendición o la unción” (ella se río… a las demás hermanas no le gustó mucho el chiste).
La leo ya que habla por sí misma:
Querido P. Pablo,
Hace ya algún tiempo que no sabes de mí. Las cosas no van nada bien por este país. Últimamente, la guerra, las tensiones, la muerte amenazan con quitarme la paz, pero ya me conoces… [nada le quita la paz porque tiene fe].
En Madrid, me molestaban las moscas para la oración; aquí, las balas me ayudan. En Madrid, los niños me agotaban; aquí, me agoto para no ver morir a estos niños. En Madrid, estaba deseando quedarme sola para descansar; aquí, pido a Dios que no sigan muriendo niños y familias enteras, no vaya yo a quedarme sola…
Hace tiempo, la oración era una ‘actividad más del día’. Aquí he empezado a descubrir que la oración es el alma de la vida. Sin la oración no puedo hacer nada, y menos que nada. Ahora, en medio de estos niños, el alimento que más necesito es el de la oración, rezar y rezar… No está de más que me mandes algo –si puedes–; pero mándame, sobre todo, oración; y pide para que no decaiga yo en mi oración.
Antes de ayer, me encontré en la puerta de esta casa a una niña en la calle, sola, llorando. Sus padres la habían abandonado porque temían por su vida. Saben que en nuestra casa estaría más segura. Yo sé que no encontraremos a sus padres nunca jamás… Pero es que saben que este es un hogar que acoge porque es el ‘hogar de Dios’. ¡Cuánto me alegra ser el hogar de Dios! Un hogar donde reina el amor. ¡Cuánto me alegra no tener ni un momento para preocuparme de mí, porque sé que Dios ya se ocupa de mí! Ahora me toca a mí ocuparme de los demás en su nombre.
Dile a todos que vivir aquí es extremadamente arriesgado: no me acostumbro ni a la muerte, ni a las balas, ni a esta miseria. Pero es aquí donde se descubre de verdad algo que yo había dicho de memoria mucha veces: que Dios es el único tesoro…”.
Y termina diciendo:
“Muchas gracias por tu bendición y por tu unción”
¿Cómo llegar a amar tanto?
Como decía ésta última religiosa: rezando… y rezando… y rezando. Que la oración sea una necesidad en nuestra vida. Así experimentaremos cuánto Dios nos ama, cuánto nos quiere el Corazón de Jesús –lo cual es indispensable para poder amar–. Y además porque en la oración el alma está ya amando y por eso está haciendo la obra más grande que puede hacer un hombre sobre la tierra. Hablando de la importancia de dedicarse a la contemplación, dice San Juan de la Cruz:
“María Magdalena, aunque con su predicación hacía gran provecho y le hiciera muy grande después, por el grande deseo que tenía d agradar a su esposo y aprovechar a la Iglesia, se escondió en el desierto treinta años para entregarse de veras a este amor, pareciéndole que en todas maneras ganaría mucho más de esta manera por lo mucho que aprovecha e importa a la Iglesia un poquito de este amor”[2]
También: ¡Amando!… “Y a dónde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”.
Esta conocida frase está tomada de una carta que San Juan de la Cruz envía a María de la Encarnación, religiosa que le ha escrito a él lamentándose de la persecución que está sufriendo, por la cual le han quitado todos los cargos –que los tenía de importancia– y lo han enviado a un lugar un tanto apartado… Él le dice que no se lamente, que vea a Dios en todo lo que le pasó, que Él lo ordena todo para nuestro bien y termina con esto justamente: “Y a dónde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”[3].
Rezar y amar… con eso, Dios se encargará de hacernos encontrar con la Cruz… que hará que recemos y amemos más aún.
“María, Madre del amor hermoso, a quienes somos tus esclavos, pero no de cualquier modo, sino esclavos de amor, concédenos la gracia de vivir por amor, crecer en el amor y morir amando”.
[1] Tomados los tres del libro Hasta la cumbre, Testamento Espiritual, P. Pablo Domínguez Prieto, Ed. San Pablo, Madrid, 200914.
[2] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 29, 1. Obras Completas a cargo de Maximiliano Herráiz2, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992, p. 712.
[3] Crisógono de Jesús Sacramentado, Vida de San Juan de la Cruz, B.A.C, Madrid 199713, p. 369.
Sin palabras me he quedado con tanto sufrimiento
Amén …
Esto tiene una profundidad única, me ha dado la respuesta para una persona que está sufriendo mucho, es verdad el sufrimiento es un misterio , pero nuestro tesoro es Cristo- Jesús
Gracias padre Gustavo que el Espíritu Santo lo siga utilizando.
¡Bendito sea Dios en el misterio de su amor!, pues que el desea ser amado hasta el extremo como el nos amó primero, Bendito seas Señor Dios nuestro el que mi alma ama y deseo tanto llegar a amar mas mejor cada vez con todo mi ser, amén!
Padre Gustavo:
Como necesitaba estas palabras y justo hoy
gracias
Gracias por estos testimonios me hacían falta para levantarme el animo de seguir sirviendo a Dios
Gracias P. Gustavo!!
ESTE LIBRO ES UN HERMOSO REGALO DE DIOS.
Que mensaje tan hermoso he recibido de Nuestro Señor, a través de usted Padre Gustavo. «Solo mirando al crucificado, podemos encontrar la paz que el sufrimiento nos ha robado» Muchas gracias, Dios y nuestra Madre Santísima le sigan bendiciendo.
Gracias Padre Lombardo.
Qué terribles a la vez que conmovedores testimonios! Cuánta enseñanza nos dejan! Cuánto verdadero amor a Dios nos muestran! Qué valor y cuánta fé para seguir adelante conforme a la voluntad de Dios.
Son verdaderos ejemplos a recordar en nuestras tribulaciones. Que a veces con mucho, son más pequeñas, y no las enfrentamos con ese valor y amor a Cristo!
Gracias de nuevo por compartirlas.
Que Dios nuestro Señor nos ayude a todos!!
Y que siempre nuestra Madre, María Santísisma nos acompañe, y esté siempre en su camino, en todo momento.
“Y a dónde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”. hermosa reflexión. Señor dame fortaleza para hacer oración, para poner amor donde no lo hay, en el hogar, en la familia y en los más necesitados de tu divina misericordia.Amén.
Hermosa oración Jhaneth!