Hoy toda la Iglesia celebra a Santo Tomás de Aquino quien cuando fue canonizado por el Papa Juan XXII, afirmó de él que “ha iluminado más a la Iglesia que todos los otros doctores. En sus libros aprovecha más el hombre en un solo año que en el estudio de los demás durante toda la vida”, y agregó que “su doctrina no pudo provenir sino de una intervención milagrosa de Dios” [1].
Si, como decía ese gran misionero que fue el P. Segundo Llorente, “El santo es un milagro de la gracia”, en el caso de santo Tomás estamos hablando de un doble milagro unidos en su persona y que se retroalimentan: su doctrina y su santidad. Justamente es eso lo que nos hace pedir la Iglesia en la oración colecta (la primera oración de la Misa, después del Kyrie –Señor, ten piedad– o el Gloria, si hubiera), que dice así:
“Oh Dios, que hiciste de Santo Tomás de Aquino un varón preclaro por su anhelo de santidad y por su dedicación a las ciencias sagradas; concédenos entender lo que él enseñó e imitar el ejemplo que nos dejó en su vida”[2].
Milagrosa doctrina que lo llevó a afirmar a Inocencio VI: “Los que han seguido la doctrina de Santo Tomás de Aquino no se han desviado jamás del sendero de la verdad y cuantos la han combatido han sido siempre sospechosos de error”[3]. Por su parte San Pío X declaraba que“Desde la bienaventurada muerte del Santo Doctor, no ha habido Concilio en la Iglesia al que no haya asistido Santo Tomás con los tesoros de su doctrina[4]”.
Y podríamos seguir y seguir citando al magisterio y hasta el mismo Concilio Vaticano II que lo recomienda como autor en dos oportunidades –nunca en la historia en la historia de los concilios había sucedido algo así–, pero basten estas líneas para introducir el texto que queríamos compartir y que corresponde al Oficio de lectura (parte de la liturgia de las horas que rezamos los sacerdotes y religiosos). Siendo hoy viernes, con más razón viene al caso, por invitarnos a poner los ojos en la Cruz del Señor, quien fue el gran amor de su vida y quien en sus últimos días le dijo “Has escrito bien de mí, Tomás ¿Qué recompensa quieres por tu trabajo?”… “Señor no quiero ninguna cosa sino a Ti”.
P Gustavo Lombardo, IVE
Oficio de lectura (28 de enero)
De las Conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero (Conferencia 6 sobre el Credo)
En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes
¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.
La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.
Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno —es decir, de Adán— todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.
[1] Juan XXII, Alocución en el Consistorio (14/07/1323).
[2] Para algún amante del latín: “Deus qui beatum Thomas sanctitatis celo ac sacra doctrina estudio conspicuum eficisti, da nobis, quaesuums, et quae docuit intellectu conspicere, et quea gessit imitatione complere”
[3] J.J. Berthier: Santus Thomas Aquinas Doctor Communis Eccesiae, vol. I, Testimonia Ecclesiae, Romae, 1914.
[4] Motu Proprio Doctoris Angelici. Estas palabras de Pío X fueron retomadas por Pío XI en su Encíclica Studiorum Ducem.