¡Madre de Dios y madre nuestra!
Nos suena familiar decir que María es “madre de Dios” y, aunque no deja de ser muy bueno, quizás justamente por esa familiaridad, no llegamos a reparar todo lo que este título lleva consigo. Sabemos, sí, qué significa ser madre –más aun las que lo son–, pero nos sobrepasa, abundantemente, saber qué estamos significando cuando decimos “Dios”. Santo Tomás dirá: “en esta vida tanto más perfectamente conocemos a Dios, cuanto mejor entendemos que sobrepasa toda capacidad intelectual»[1]. El P. José María Cabodevilla, prolífico escritor y devoto de María, expresaba esta verdad con palabras que destilan su amor filial: “Decimos madre…