1 – El más católico de todos los Santos
Todos los santos tienen muchas cosas para enseñarnos, pero sin duda que algunos “se especializan” en determinadas cosas.
Y lo particular es que, como decía Papini, «San Ignacio por su naturaleza y por la misión que eligió, es, en cierto sentido, el más absolutamente católico de los Santos». Quien trae esta aseveración, aclarando que en cierto sentido es una exageración, es José María Pemán, y la comenta así:
Por eso los enemigos del catolicismo, los alejados de Roma, no pueden comprenderlo, ni, en consecuencia, amarlo.
Dije ya en otra parte que Dios utiliza a los Santos como para reencarnarse en ellos y lograr sucesivas y parciales redenciones de la Humanidad frente a sus grandes crisis y problemas. Por eso, en definitiva, los grandes Santos pesan tanto como su época; es decir, tanto como las crisis y las angustias de la hora en que viven. Así, en los días de San Benito está en crisis la disciplina eclesiástica, y frente a esto San Benito excita las virtudes monacales; en los días feudales de San Francisco está en crisis la caridad y el amor, y San Francisco hace oficios de serafín; en los días de Santo Domingo de Guzmán está en crisis la verdad y el dogma, y Santo Domingo fomenta el estudio y crea una legión de teólogos y predicadores. Todos estos Santos son redentores parciales de algún aspecto en crisis de la doctrina o de la vida católica. Así, los racionalistas diletantes, aun enemigos de Roma, pueden deleitarse en las mil amables facetas humanas de estos Santos. Pero en los días de San Ignacio lo que estaba en crisis no era este o aquel aspecto parcial del credo o la moral católicos, sino que era la catolicidad misma, en su más íntima y entrañable esencia. No bastaba, frente a esas crisis, acentuar esta o aquella parte de la moral o el credo; había que reafirmar la catolicidad toda; había que entregar desmayadamente la voluntad a la unidad, a la obediencia, a la disciplina. Por eso los enemigos del catolicismo no encuentran en este duro y austero bloque de catolicidad, que es San Ignacio, un leve resquicio para sus transigencias de diletantes. […] por todas sus cuatro fachadas se dan, de cabezas, con lo que ellos odian: con la Iglesia, con Roma, a la que todo Ignacio está entregado y en la que todo él está sumido […][1].
Por su parte, el P. Villoslada, haciendo alusión a la misma frase de Papini comenta que quizás esa afirmación «parecerá exagerado a muchos, mas no a todos los que consideren que toda su existencia se consumió en la obediencia al Papa, en el servicio y la glorificación de «nuestra sancta Madre Iglesia»[2]
Tenemos, entonces, en San Ignacio en cierto sentido “al más absolutamente católico de los Santos” y a quien “se consumió en la obediencia al Papa y en su amor a la Iglesia”. No sería raro que tenga algo para decirnos en estos momentos tan importantes para la Iglesia, momentos de crisis, de cónclaves, etc.
2 – El amor y la obediencia al Santo Padre
Al servicio del Papa – El cuarto voto
Habría mucho que decir sobre esto pero primero que nada recordemos que San Ignacio junto con los nueve primeros jesuitas habían hecho voto de esperar en Venecia durante un año un barco que los llevase a Jerusalén y desde allí comenzar su apostolado; luego de ese año se dirigirían a Roma, ciudad del Papa y centro de la expansión del Cristianismo para ponerse al servicio del Sumo Pontífice. El año siguiente, el Papa Paulo III exclamaría: «¿Por qué suspiráis tanto por ir a Jerusalén? Buena y verdadera Jerusalén es Italia, si deseáis hacer fruto en la Iglesia de Dios»[3].
Ese servicio al Papa y la férrea obediencia que siempre le mostraron al Sumo Pontífice, San Ignacio la quiso dejar reforzada con un cuarto voto.
Las reglas para sentir con la Iglesia
Muy conocidas son también las llamadas “Reglas para sentir con la Iglesia”[4] [352] donde por ejemplo podemos leer lo siguiente:
[353] 1ª regla. La primera: despuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y prompto para obedescer en todo a la vera sposa de Christo nuestro Señor, que es la nuestra sancta madre Iglesia hierárchica.
[365] 13ª regla. Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárchica assí lo determina, creyendo que entre Christo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo spíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Spíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra sancta madre Iglesia.
El historiador jesuita John W. O’Malley señala que Ignacio usó deliberadamente lenguaje teológico técnico: “determinar” equivale aquí a “definir” una verdad de fe[5]. Es decir, no se trata de cualquier opinión de la autoridad eclesiástica, sino de definiciones formales en materia de fe y moral. “Lo blanco que veo” alude metafóricamente a una apariencia sensible o juicio propio, mientras que creer “que es negro” significa asentir al juicio de la Iglesia, confiando en su asistencia divina. Un ejemplo clásico es el de la Eucaristía: “lo que me parece pan (blanco), creeré que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
La carta a Claudio, emperador de la Alta Etiopía
Buscaba el Santo que el emperador de Etiopía conociese la fe católica y la abrazase, aprovechó el envío de algunos misioneros a aquellas tierras para dirigirle una carta, de la que se ha dicho que «con razón pudiera llamarse disertación teológica sobre el Primado del Romano Pontífice y su autoridad suprema, y sobre la unidad de la Iglesia Católica»[6]. Allí podemos leer entre otras cosas:
A los otros Apóstoles dio Cristo Nuestro Señor autoridad limitada; mas á S. Pedro y a sus sucesores dióla absoluta y plenísima, para que de este Sumo Pastor, como de origen y fuente, participasen los demás Pastores, y obtuviesen de él la autoridad y virtud y potestad determinada, cada cual según el grado jerárquico que en esta Iglesia militante tuviese.
Más adelante afirmará:
Y así, conforme lo declarado y condenado, es error decir que la Iglesia de Alejandría, Constantinopla, Antioquia, Jerusalén y otras patriarcales hayan, o puedan tener superioridad y distinción particular, sino que deben y han de estar unidas con la cabeza de todas, el Romano Pontífice, que sucesivamente desde San Pedro (el cual por expreso mandamiento de Dios eligió para su trono la ciudad de Roma, que consagró con su sangre, como lo afirma el santo mártir y Papa San Marcelo), ha sido adorado por Vicario de Jesucristo, sin ninguna duda ni controversia, de tantos y tan santos Doctores latinos y griegos, como la Iglesia tiene. Ha sido esta fe confirmada por infinitas naciones, santos Padres del yermo, Obispos, y otros innumerables confesores, con infinitas señales y milagros; y, en fin, con la confesión de los mártires que, muriendo por Cristo, confesaron la unidad de la Iglesia Romana, en cuya piedra firme cayó su sangre.
Conforme a esto, aquellos santos Padres, Obispos y Prelados, que se juntaron á Concilio general en Calcedonia todos a una voz clamaron y llamaron al Papa León “Santísimo, Apostólico y Universal”; y en el Concilio general de Constancia fue condenada la herejía de los que niegan el primado del Pontífice sobre todas y cada una de las Iglesias del orbe de la tierra. A estos tan firmes, averiguados y sacros decretos se llega la autoridad del Concilio Florentino, en el cual, presidiendo en el trono de San Pedro el Santísimo Papa Eugenio IV, se hallaron entre otras naciones los Griegos, Armenios y Jacobitas, que, de común acuerdo y con particular movimiento del Espíritu Santo, pusieron y definieron este artículo por estas palabras: «Definimos y ordenamos tener la Santa Sede Apostólica y Pontífice Romano el primado sobre todo el orbe de la tierra, y ser sucesor legítimo de San Pedro, verdadero Vicario de Jesucristo, cabeza de la Iglesia, Pastor y Maestro de todos los fieles, y a él (en San Pedro) haber sido encomendado el regimiento y gobierno universal de la Iglesia con absoluta potestad de Nuestro Señor Jesucristo para apacentar y regir esta máquina de la santa Iglesia».
Y con respecto al cismático Patriarca de Alejandría, afirmaba sin ambages:
Supuestos estos fundamentos, no sin graves causas les parecía y sentían mal su abuelo y padre de Vuestra Alteza, de reconocer en lo espiritual al Patriarca de Alejandría, que, como miembro cortado y podrido del cuerpo místico de la Iglesia, ni tiene movimiento ni virtud, ni puede recibirla del mismo cuerpo: porque, como él sea cismático y esté segregado de la Santa Sede Apostólica y de la cabeza de toda la Iglesia, ni puede dar vida de gracia, ni administrar la dignidad y oficio pastoral legítimamente, ni él la recibe para poderla dar ni comunicar á ninguno por ninguna manera ni derecho: porque la Santa y Cató lica Iglesia solamente es una en todo el mundo; y es imposible que siendo sola, reconozca juntamente al Pontífice Romano y al Patriarca de Alejandría, o que para cada uno se dé Iglesia particular y absoluta ; pues como su esposo Jesucristo es solamente uno, así su esposa la Iglesia ha sido y es siempre una, de la cual dice en persona de Cristo el sabio Salomón en sus Cantares: Una est columba mea ; y el Profeta Oseas, hablando más en particular a este propósito: Congregabuntur filii Juda et filii Israel pariter, et ponent sibimet caput unum. Y conviniendo mucho después en lo mismo el Evangelista San Juan, dice, hablando en persona de Cristo Nuestro Señor: et fiet unum ovile et unus pastor.
Los Ejercicios Espirituales
Sabido es que San Ignacio deseaba no ver la muerte antes que se aprobaran los Santos Ejercicios y la Compañía de Jesús. Pues bien, los Ejercicios fueron el 31 de julio de 1548 y el texto aprobado fue en latín, por lo cual el Santo tenía por ese texto un respeto particular.
Los ataques al texto latino –probablemente no conocían el original en castellano– fueron durísimos:
Baste citar el más representativo, que es sin duda el que figura en la «Censura» que fray Tomás de Pedroche presentó en 1553 al arzobispo Martínez Silíceo; califica a la regla XIV (en su versión latina) «non modo erronea, temeraria et scandalosa, verum etiam haeretica» (Chron. III, 524; la «Censura» en su integridad en págs. 503-524)[7].
Por lo cual en España el P. Aráoz había cambiado una palabra que desde un punto de vista formal no había tenido en latín la mejor traducción. San Ignacio «lo sintió mucho, condenando mucho a Araoz por haberlo hecho, pues los Ejercicios en su texto latino habían sido aprobados por el papa»[8]
Por último, mencionemos cómo mandó el Santo «hacer una peregrinación a los Padres Polanco y don Diego de Guzmán, para que Nuestro Señor diera salud al papa Marcelo, de quien esperaba mucho para la reforma de la Iglesia».
3 – Los Papas en tiempos de San Ignacio
Pero para que pensemos que este amor y obediencia al Papa provenía en San Ignacio de algo natural o por los beneficios concedidos, enmarquemos la situación y veamos cómo fue la relación de los Papas con la Compañía de Jesús en esos tiempos. Así lo comenta el P. Castellani en un sermón en la fiesta de San Ignacio en 1966:
Después de Paulo III [qué fue favorable] vinieron dos Papas contrarios a los jesuitas, uno los molestó poco, Julio III, pero el otro quiso suprimirlos, Paulo IV; y otro favorable, pero que reinó sólo 21 días, Marcelo II.
Para ponerlo más esquemáticamente:
- Paulo III (1534–1549): Muy favorable a los jesuitas.
- Julio III (1550–1555): Moderadamente favorable o al menos no hostil.
- Marcelo II (1555): Favorable, pero reinó solo 21 días.
- Paulo IV (1555–1559): Contrario a los jesuitas.
Puntualmente sobre este último comenta el P. Cándido Dalmases:
Con el papa Paulo IV (Juan Pedro Carafa), las relaciones de Ignacio fueron siempre difíciles. Eran hombres que no habían nacido para entenderse, tanto por diferencias de carácter cuanto por los respectivos puntos de vista[9].
Por su parte, en el sermón citado, el P. Castellani comenta:
Carafa era enemigo personal de San Ignacio porque, en primer lugar, Ignacio era español y él era napolitano y odiaba a los españoles; en segundo lugar porque lo había invitado a entrar en la Orden de los Teatinos que él había fundado junto con San Cayetano en Thiene; y tercero, después de hecha la Compañía los había instado a fundirse con su Orden que tenía porvenir mientras ellos no tenían ninguno –creía él; e Ignacio se había negado. Era para temblar porque Paulo IV era intemperante y arbitrario; y por cierto gobernó desastrosamente.
El P. Dalmases hace notar que San Ignacio pidió oraciones ya dos elecciones antes, para que no fuese elegido Carafa:
Ya antes, con ocasión de la elección del sucesor de Julio III, Ignacio temió que ésta recayese en el cardenal Carafa. El P. Cámara anota en su Memorial, al día 6 de abril de 1555: «1.º De la afección del Padre a la música y cómo teme theatino [Carafa] por el cantar. 2.º De lo que el Padre dijo hoy de hacer oración para que, siendo igual servicio de Dios, no saliese papa quien mutase lo de la Compañía, por haber algunos papables de que se teme la mutarían»[10].
Aunque repitamos un poco lo comentado por el P. Castellani, digamos algo más sobre la tirante situación entre ambos; comenta el P. Dalmases:
Antes de su elección al pontificado, Juan Pedro Carafa había manifestado deseos de que su Orden teatina y la Compañía se fundiesen en un solo instituto. Ignacio opuso una tenaz resistencia. Como ya hemos indicado, el gran temor de Ignacio era que el nuevo papa modificase el Instituto de la Compañía en puntos esenciales. Este temor le acompañó hasta su muerte. Por fortuna, esto no se verificó en vida de Ignacio. Cuando el Fundador había ya muerto, Paulo IV ordenó dos cambios importantes: la introducción del coro en la Compañía y la duración, reducida a un trienio, del mandato del general[11].
En lo que respecta a “la introducción de coro”, que es lo referido en la preocupación “por el cantar” en el 1º punto traído por el P. González en la cita anterior, es de notar que la orden fundada por San Ignacio es la primera en la historia que no tienen la oración litúrgica cantada en común como parte de su regla; y por supuesto que no era por algo personal de San Ignacio, todo lo contrario, él amaba el canto litúrgico y lo consolaba mucho, pero Dios le pidió otra cosa y, como en todo, así lo hizo.
Con una mirada superficial o haciéndolo desde la tribuna, alguno podría opinar que se trata de un “cambio menor”; pero, de hecho, el P. Dalmases habla de “puntos esenciales” y “cambios importantes” y, justamente por eso le causaba temor a San Ignacio que fuese elegido Carafa (digamos que san Ignacio no se preocuparía por cosas menores…). Lo mismo podría decirse del otro cambio que introdujo Carafa que no está nombrado por González –no sabemos si San Ignacio lo sospechaba o no– pero el P. Dalmases lo nombra como parte de las cosas importantes que cambió; es decir, de tener un prepósito general vitalicio, a que sea por un trienio.
Y aquí entonces conviene aclarar algo que trae el mismo P. Dalmases en referencia a San Ignacio y Carafa: «En particular tenían una concepción diversa sobre la vida religiosa»[12]. San Ignacio había recibido ciertas particularidades de su Compañía en la eximia ilustración del Cardoner, por eso cuando le preguntaban al respecto, decía: «Y a estas cosas todas se responderá con un negocio que pasó por mí en Manresa»[13]. Lo mismo podríamos decir de cada fundador con respecto a su fundación: que lo que quieren para su orden no es algo personal sino lo que han recibido como parte de la gracia fundacional, esa gracia carismática tan particular.
Carafa, ya Papa, seguía con la misma idea de cambiar lo recibido por San Ignacio y, como vimos, así lo hizo. Gracias a Dios, como comenta el Padre Dalmases:
Pero esta orden, comunicada solamente de palabra y sin ir acompañada de una abrogación de los privilegios otorgados por los papas precedentes, valió solamente durante la vida del pontífice que la había intimado[14].
Dicho sea de paso, la Compañía creció y se plantificó en todas las partes del mundo: los Teatinos se extinguieron (al menos así lo afirma el P. Castellani; no sé si existe todavía la orden).
Hablando del Papado del Cardenal Carafa, el mismo P. Castellani comenta, en el sermón citado:
Cuando en la recreación alguno comenzaba a hablar de Paulo IV (todos en Roma hablaban mal del Papa), Ignacio lo cortaba diciendo: “Hablemos del Papa Marcelo”, frase que se usa aún como proverbio entre los jesuitas. El gobierno de Paulo IV fue desastroso. Al morir, él le dijo al Padre Diego Laínez que estaba a su cabecera: “Mi Pontificado ha sido el más desastroso que ha habido”. No era verdad del todo, pero era verdad en parte
4 – San Ignacio, sus 15 minutos de oración y el nuevo Papa
El Santo de Loyola era amigo de unir profundamente la oración con la mortificación, hasta tal punto que aquella sin esta, le parecía vana ilusión.
En una oportunidad en que el P. Nadal, volviendo como visitador de España, presentó a San Ignacio algunas quejas de parte de los que allí se encontraban, porque hacían solo una hora de oración mental por día. San Ignacio le respondió –comenta el P. Gonçalves–, «con un rostro y palabras de tan grande disgusto y tan gran sentimiento que a la verdad me dejó admirado». Y después de darle la reprensión, concluyó el santo:
A un verdaderamente mortificado bástale un cuarto de hora para unirse a Dios en oración. Y no sé si entonces añadió sobre este mismo tema lo que le oímos decir otras muchas veces: que de cien personas muy dadas a la oración, noventa serían ilusas. Y de esto me acuerdo muy claramente, aunque dudo si decía noventa y nueve[15].
El tema entonces, como podrá deducirse fácilmente, es que la oración nos debe llevar a la mortificación, es decir, a tener a raya las afecciones desordenadas; de ahí que el P. Casanovas condensara la vida y doctrina de San Ignacio en esta sentencia: «continua mortificación para llegar a la continua unión con la voluntad de Dios»[16].
Y como lo Santos no predican nada que no vivan o intenten vivir con todas sus fuerzas, se dio, de hecho, la oportunidad para que San Ignacio mostrara cuán mortificado estaba como para para lograr en un cuarto de hora dominar lo único que podría quitarle la paz: la disolución de la Compañía. Al relato lo podemos encontrar en más de un lugar, pero demos paso a la pluma y a la autoridad de. P. Casanovas:
Una vez, estando él muy enfermo, el bueno del médico le dijo que no tuviese pensamientos de tristeza. Hízosele muy nueva aquella advertencia, y se puso a considerar qué cosa podría afligirle y turbarle la paz. Después de mucho pensarlo, una sola se le ofreció que le llegaría al alma: si la Compañía se deshiciese. Quiso llevar más adelante su investigación: ¿cuánto le duraría esa pena en caso que sucediese? Parecióle que, si esto aconteciese sin culpa suya, dentro de un cuarto de hora que se recogiese, y estuviese en oración se libraría de aquel desasosiego, y se tornaría a su paz y alegría acostumbrada[17]: Y aun añadía más, que tendría esta quietud y tranquilidad, aunque la Compañía se deshiciese como la sal en el agua.
Un caso hubo en que pudo probarse experimentalmente esta fortaleza y confianza divina, y lo cuenta el P. González de Cámara con las siguientes palabras: todos saben cuan poco afecto fue el Papa Paulo IV, antes y después de ser cardenal, a la Compañía y al P. Ignacio. Estando, pues, un día de la Ascensión que fue el 23 de mayo del 55, en un aposento con el Padre, él sentado en el poyo de una ventana y yo en una silla, oímos tocar la señal que anunciaba la elección del nuevo Papa, y de ahí a pocos momentos vino luego recado que el electo era el mismo cardenal teatino, que se llamó Paulo IV, y al recibir esta nueva, hizo el Padre una notable mudanza en el rostro; y, según después supe, no me acuerdo si por él mismo o por los Padres antiguos, a quien él lo había contado, se le estremecieron todos los huesos del cuerpo. Se levantó sin decir palabra, y entró a hacer oración en la capilla, y de ahí a poco salió tan alegre y contento como si la elección hubiera sido muy a su gusto[18].
El P. Castellani, con su típica chispa, agrega:
Y, en efecto, después de haberle temblado los huesos, al día siguiente se fue a verlo al Papa; el Papa lo hizo esperar 14 horas y después no pudo menos que recibirle media hora y, al salir el Santo, Paulo IV no estaba amigado pero sí estaba advertido: había visto ante sí un hombre de poderoso carácter cuya mirada le hacía bajar los ojos. Siguió un tira y afloje hasta la muerte de San Ignacio; una serie de desafueros que no puedo detallar, para obligar a los jesuitas a disgregarse y entrar en los Teatinos; los cuales jesuitas vivían en el más extremo apuro; pues tenían voto especial de obediencia al Papa y el Papa no podía verlos ni en pintura.
5 – Nuestra responsabilidad
Estamos en tiempos de cónclave y en tiempos difíciles en general… sintámonos parte de la Iglesia y obremos con coherencia… San Alberto Hurtado trae este texto[19]:
Como lo dice admirablemente Karl Adam: El ser esencial de la Iglesia debe realizarse y expresarse no sin los fieles. En sus miembros, y por ellos, el Cuerpo de Cristo debe afirmarse y perfeccionarse. Para los fieles, la Iglesia no es sólo un don, es también un deber. La vida de la Iglesia, el desarrollo de su fe y de su caridad, la elaboración de su dogma, de su moral, de su culto, de su desarrollo, todo está en estrecha dependencia de la fe y de la caridad personal de los miembros del Cuerpo de Cristo. Por la elevación o el abatimiento de su Iglesia de la tierra, Dios recompensa el mérito o castiga el demérito de sus fieles. Es absolutamente verdadero que la Iglesia, fundada por Cristo, es edificada por la obra común de los fieles… Dios ha querido una Iglesia cuyo pleno desenvolvimiento y perfección fuesen el fruto de la vida sobrenatural personal de los fieles, de su oración y de su caridad, de su fidelidad, de su penitencia, de su abnegación… Por eso no la ha establecido como institución acabada desde el principio, sino como algo incompleto que invita al trabajo de la perfección[20].
Termino con una poesía del P. Castellani[21], muy esperanzadora, por cierto, y muy a propósito un día antes del Cónclave:
El Papado
¡Extraña, vive Dios, la dinastía
que fundó un pescador en Galilea!
Sin armas, a las armas desafía,
y es débil e inmortal como una idea.
A sus pies, las catervas, a porfía
la asaltan con el hacha y con la tea,
y ella de noche reza; y luego el día
a enterrar sus émulos emplea.
No hay otra tal en todas las edades
que a tanto golpe y tal furor se avece
con tanta fuerza pertinaz e interna;
que contraste tan duras tempestades
y tan gallardamente se enderece,
tranquila, intacta, inconmovible, eterna.
* * *
Como aquellas pirámides triunfantes
clavadas como líbicos peñones
ven pasar a sus plantas, incesantes,
las oleadas de mil generaciones.
Ramsés, Cleopatra, Antonio, coruscantes
Cruzados, Saladino, los Borbones,
Napoleón con sus tropas fulgurantes
y Míster Roosevelt, cazador de leones,
todo fue y ellas son… así el Papado,
pirámide de luz de bases dobles,
cuyo ápice se yergue hasta la gloria
sobre Pedro, que es Piedra, sustentado
ve desfilar ante sus pies inmobles
la larga caravana de la Historia…
Y cuando de este siglo diamantino
queden ruinas no más, y medios arcos,
y se hable de Venecia y de San Marcos
como hoy de Menfis y del Sesostrino.
Cuando el turista zelandés o chino
venga a mirar curioso los arcaicos
restos de Londres, o a buscar mosaicos
del Louvre, en el desierto parisino,
Aún habrá Vaticano, todavía
en medio de otros pueblos y otros nombres,
y sin sombra de ruina ni desmedro,
levantará la mano dulce y pía
bendiciendo a los hijos de los hombres
el sucesor milésimo de Pedro.
20-V-1924, Colegio del Salvador, Buenos Aires.
¡María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros!
[1] J. M. Pemán, Ocho ensayos religiosos, Alcor, Madrid 1948, 195–197. Es resaltado es nuestro.
[2] R. García-Villoslada S.I., San Ignacio de Loyola: Nueva biografía, Madrid 1986, 1036. Resaltado nuestro.
[3] Fontes Narrativas III, 327. Traído en: Ignacio de Loyola, El Peregrino. Autobiografía de San Ignacio de Loyola, ed. J. M. Rambla Blanch, Bilbao 20072, 98.
[4] El título completo es: Para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener, se guarden las reglas siguientes [352].
[5] Cf. Do St. Ignatius’ “Rules for Thinking with the Church” call for blind orthodoxy?
[6] Así lo afirman los editores de las Cartas de San Ignacio de Loyola. Fundador de la Compañía de Jesús, Imprenta de Don Luis Aguado, Madrid 1899. También traído por: R. García-Villoslada S.I., San Ignacio de Loyola, 340. Puede verse la carta completa AQUÍ.
[7] Traído en nota al pie, por: L. G. da Câmara, S.I., Recuerdos ignacianos: memorial de Luis Gonçalves da Câmara, ed. B. Hernández Montes, S.I., Editorial SAL TERRAE 1992, 217. El texto en latín afirma: «no solo errónea, temeraria y escandalosa, sino también herética».
[8] Ibid.
[9] C. D. Dalmases, El Padre maestro Ignacio, BAC Popular, Madrid 1982, 221. En nota al pie de Recuerdos Ignacianos, se aclara: «No sabemos de qué otros cardenales papables (aparte de Carafa) se temía algún cambio para el Instituto de la Compañía» L. G. da Câmara, S.I., Recuerdos ignacianos, 219..
[10] C. D. Dalmases, El Padre maestro Ignacio, 222.
[11] Ibid. El resaltado es nuestro.
[12] Ibid., 221.
[13] L. G. da Câmara, S.I., Recuerdos ignacianos, 117.
[14] C. D. Dalmases, El Padre maestro Ignacio, 222.
[15] L. G. da Câmara, S.I., Recuerdos ignacianos, 31.
[16] I. Casanovas, S.I., Comentario y explanación de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, I y II, Balmes, Barcelona 1954, 612.
[17] Pongo aquí las palabras textuales de San Ignacio, traídas por el P. González, fuente primera de lo ocurrido y de donde lo toma el P. Casanovas: «Yo he pensado en qué cosa me podía dar melancolía, y no hallé cosa ninguna, sino si el papa deshiciese la Compañía del todo: y aun con esto, yo pienso que, si un cuarto de hora me recogiese en oración, quedaría tan alegre y más que antes» L. G. da Câmara, S.I., Recuerdos ignacianos, 143.
[18] I. Casanovas, S.I., San Ignacio de Loyola. Fundador de la Compañía de Jesús, Balmes, Barcelona 19803, 341–342.
[19] No pongo las manos en el fuego por este autor, “Karl Adam”, pero me remito a la autoridad del Santo y todo lo que figura en el texto se puede entender muy bien. Nuestro fundador, el P. Carlos M. Buela, sobre Karl A. afirma, luego de traer citas de varios autores que “Exaltan a Cristo pero no superan el nivel humano”: «Por piadosas y bien intencionadas que parezcan algunas, de estas fórmulas son reductibles a lo que Karl Adam llama el «jesuanismo»: sólo ven al hombre-Jesús, no ven al hombre-Dios, no confiesan al Hijo consustancial al Padre y, por tanto, son posiciones falsas y peligrosamente laudatorias». C. M. Buela, El Arte del Padre, Obras Completas 1, Monte Pueyo, Barbastro 20214, 43.
[20] A. Hurtado Cruchaga S.J., La búsqueda de Dios: conferencias, artículos y discursos pastorales del Padre Alberto Hurtado, ed. S. Fernández Eyzaguirre, Ed. Univ. Católica de Chile, Santiago de Chile 20052, 140.
[21] Blog: “Decíamos ayer”
dios lo bendiga padre, el espiritu santo, lo ilumine, para seguir con su apostolado, oramos por usted,