Queridos todos, este post está un poco más largo que lo habitual pero me pareció que el tema lo ameritaba. En todo caso aquí les dejo el video por si prefieren verlo:
Tras la elección de un papa suele ser recurrente la afirmación: “el Espíritu Santo lo ha elegido”. Es una aseveración que surge de la devoción de la gente –incluso a veces de los mismos eclesiásticos– pero que no parece ser teológicamente acertada, no habiendo referencias en la divina revelación que la sustenten; tampoco la historia ni la reflexión teológica nos llevan a ese puerto.
De todos modos, hay que hacer algunas aclaraciones porque sí, desde algún punto de vista también se puede afirmar que el Papa es elegido por Dios.
Como la misma realidad de la Iglesia, afirmemos al comenzar que estamos ante un misterio; afirmaba San Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor Hominis (4 de marzo de 1979): «Dios me ha confiado por misterioso designio el servicio universal vinculado con la Cátedra de San Pedro en Roma»[1].
En cuanto podamos, adentrémonos en este misterio…
1 – Dios y el gobierno del mundo
Como estamos haciendo referencia a la elección de una autoridad de gobierno –en este caso de la Iglesia– comenzaremos hablando en general del gobierno del mundo.
Y debemos afirmar, en primer lugar, que Dios gobierna con su providencia todo lo creado, como leemos en la Escritura: «Mas Tú, ¡oh Padre! gobiernas todas las cosas providencialmente» (Sab 14,3). Por su parte, Santo Tomás en la Suma Teológica, luego de dejar sentado que ser gobernado es ser dirigido a un buen fin, hace alusión a la bondad divina, a la cual justamente le es propio llevar a las cosas a su fin, y afirma: «por eso, a la bondad divina pertenece el que, así como produce el ser de las cosas, así también las lleve a sus fines. Esto es gobernar»[2].
Pero si bien Dios gobierna absolutamente todo, no lo hace directamente –al menos en todos los casos. Al hablar de la providencia, siempre en la Suma Teológica, dirá el Angélico que, para gobernar, la providencia se sirve de algunos medios, es decir, de causa segundas:
Porque gobierna las cosas inferiores por medio de las superiores. Esto es así no por defecto de su poder, sino por efecto de su bondad, que transmite a las criaturas la dignidad de la causalidad[3].
Y más claramente lo afirmará cuando trate del gobierno del mundo:
Como es fin de la gobernación llevar mediante ella a la perfección las cosas gobernadas, tanto mejor será el gobierno cuanto mayor perfección se consiga por el gobernante para las cosas gobernadas. Ahora bien, mayor perfección es si una cosa, además de ser buena en sí misma, puede ser causa de bondad para otras, que si únicamente es buena en sí misma. Y, por eso, de tal modo Dios gobierna las cosas, que hace a unas ser causas de otras en la gobernación; como un maestro que no sólo hace instruidos a sus discípulos, sino que los hace además capaces de instruir ellos a otros[4].
También podemos recordar aquí aquello que trata el Angélico cuando se pregunta si Dios impone necesidad a las cosas que quiere, y responde:
Dios quiere que algunas cosas se hagan necesariamente y otras contingentemente, para que haya armonía en las cosas como complemento del universo. De este modo, algunos efectos los vinculó a causas necesarias que no pueden fallar y cuyos efectos se dan necesariamente; y algunos otros efectos los vinculó a causas contingentes que pueden fallar y cuyos efectos se dan contingentemente[5].
Por supuesto que a todas las cosas en las que interviene la libertad humana, Dios las quiere de manera contingente y no necesaria, porque de lo contrario el hombre no sería libre. Y puesto que Dios las quiere así, de manera contingente, en ellas el hombre puede fallar.
Estamos en condiciones de afirmar entonces que, en cuanto al gobierno de las sociedades humanas, Dios participa su poder, su autoridad, en las causas segundas y, por tanto, no gobierna Él directamente. Pero al participar Él su autoridad, por supuesto que se constituye como origen y fuente de la misma.
2 – Origen divino de la autoridad
Que el origen de toda autoridad viene de Dios lo afirma claramente Nuestro Señor ante Pilato: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de lo alto» (Jn 19,11); lo mismo afirma San Pablo en la primera carta a los corintios: «No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas» (1Cor 13,1).
Pero que Dios sea origen de toda autoridad, no implica que este o aquel gobernante sea directamente querido o designado por Él para el gobierno, ya que, salvo excepciones, la autoridad es dada por Dios de manera mediata, también por medio de causas segundas y libres como son las voluntades humanas. Es decir que no sólo en el hecho de ejercer la autoridad Dios participa su poder a las causas segundas, sino también en el hecho de que sea éste o aquel quien ejerza esa autoridad.
San Alberto Hurtado en su libro póstumo Moral social, citando al Código Social de Malinas[6] afirma:
Aunque la autoridad emana de Dios, no se presenta en forma de donación a este individuo o a aquella familia. Dios no designa al que ejerce el poder. No lo ha hecho más que excepcionalmente en la historia del pueblo judío, por la vocación especial de este pueblo. Dios no determina tampoco el modo de designar los gobernantes, ni las formas de la Constitución. Estas contingencias dependen de hechos humanos, por ejemplo de las tradiciones antiguas de cada pueblo, de una constitución legítimamente aprobada, o incluso de la aprobación del pueblo a gobernantes que iniciaron su poder en forma arbitraria (CSM 39 y 40)[7].
Por su parte Carlos Sacheri[8] en su gran obra El orden natural, al hablar del modo más adecuado para la elección de los hombres que deben ejercer la autoridad, refiere:
La doctrina más segura es la que afirma que si bien Dios es el origen de toda autoridad, deja librado a los miembros de cada sociedad el modo de designar a las personas concretas que habrán de desempeñar las distintas magistraturas del Estado[9].
Dejar en manos de causas segundas libres el modo de determinar quién gobierna también supone que la misma elección cae debajo del libre albedrío, es decir, que Dios no elije directamente a tal o cual persona sino que da su autoridad a quien es elegido libremente por los hombres.
Si bien pasamos al ámbito religioso –al cual haremos referencia en el punto siguiente– cabe mencionar una excepción a lo que venimos diciendo, y esta es el modo utilizado por San Pedro para hacer la elección del sucesor de Judas[10], ya que hace intervenir directamente a Dios por medio del “echar suertes”. De todos modos, estamos hablando de un caso muy excepcional y donde San Pedro está inspirado por el Espíritu Santo también de una manera muy particular. Además, si se hubiesen dado más casos así en la historia, quedaría de manifiesto como aquí, que Dios ha intervenido directamente, cosa que ordinariamente no sucede. Incluso en este caso habría que tener presente que se le pide a Dios que elija entre dos candidatos ya pre-elegidos libremente según criterios dados por San Pedro, lo cual implicaría al menos cierta contingencia en la elección.
Por tanto, y para terminar este punto, podemos afirmar que toda autoridad viene de Dios pero, salvo excepciones, Él no designa de modo directo quien ejercerá esa autoridad, sino que deja esa elección a causas segundas y libres, es decir a la voluntad de los hombres que lo llevarán a cabo según usos y costumbres de cada pueblo y según las circunstancias históricas.
3 – La autoridad en la Iglesia
Lo que venimos afirmando en cuanto al gobierno del mundo –de las sociedades– y la autoridad en general, se aplica también a la sociedad divino-humana que es la Iglesia Católica.
Fue voluntad de Nuestro Señor Jesucristo constituir una jerarquía en la Iglesia; así lo afirma el Catecismo de la Iglesia, citando al Concilio Vaticano II:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios… lleguen a la salvación (LG 18)[11].
Y es claro que Nuestro Señor eligió directamente a Pedro como primera cabeza visible de la Iglesia y le entregó toda la potestad sobre ella; así lo leemos en el Evangelio:
Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. (Mt. 16, 18-19).
El Señor elige directamente a Pedro, pero en cuanto a sus sucesores, que también estuvieron dentro de su voluntad al afirmar que su Iglesia permanecería hasta el fin de los tiempos, nada quedó dicho por el Señor que fuese Él directamente quien los elegiría ni tampoco así lo afirmó la Tradición ni el Magisterio. Incluso en cuanto al modo de elección podemos decir lo mismo: no hay prescripción divina al respecto. Leemos en el Diccionario de Teología Católica:
El modo de elección al papado no es fijado por la ley divina. El primer Papa, San Pedro, fue elegido por el mismo fundador de la Iglesia; pero luego no encontramos ni en la Sagrada Escritura ni en tradición, ninguna prescripción de Nuestro Señor en este respecto. Además, si Jesucristo hubiera especificado incluso la forma, no habría variado a través de los siglos, como podemos ver. Dejó, pues, a la Iglesia, y sobre todo a su Supremo Pastor, el cuidado de resolver este punto esencial de la disciplina eclesiástica e introducir en él todas las modificaciones que las vicisitudes de los tiempos exigirían en el futuro[12].
Y, de hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia se han realizado elecciones de los sumos pontífices de muy diversas maneras: elección popular, intervención del poder civil, designación del papa de su mismo sucesor, como se cree que hizo San Pedro con San Clemente, según una antigua tradición[13], etc.
Vemos, por tanto, que ha sido voluntad del Señor que su Iglesia sea regida por un supremo pastor que ocupase su lugar de manera vicaria; vemos también que el Señor eligió al primero de ellos, San Pedro. Pero en cuanto a los sucesores, nada ha sido revelado por lo cual pueda deducirse que el mismo Señor los elige directamente, ni tampoco ha dejado establecido los modos para que se lleve adelante esa elección, lo cual también implica de suyo cierta contingencia. ¿Por qué, entonces, se suele afirmar que el Espíritu Santo elige al sumo pontífice?
4 – Asistencia del Espíritu Santo en la elección del Papa
No hay duda que, por tratarse de algo tan relevante para el bien de la Iglesia y del mundo, en la elección papal hay una asistencia especial del Espíritu Santo. Además, no hay que dejar de considerar las oraciones que se elevan por esa intención. Leemos en la carta de Santiago: «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, que da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Sgo 1,5); si Dios da sabiduría a quien la pide de manera particular, cuánto más entonces podemos pensar que el Espíritu Santo iluminará a los cardenales en el momento de tener que elegir al sumo pontífice, estando toda la Iglesia suplicando por esa intención.
Pero esto no quita que los cardenales puedan hacer uso de su libertad y puedan no ser fieles a esas gracias y luces del Espíritu Santo y obrar más por intereses humanos que por inspiración divina. Como comentó una vez un cardenal: «Nunca fui golpeado en la cabeza por el Espíritu Santo. Tuve que hacer la mejor elección que pude en base a la información disponible»[14].
Así es que, los cardenales pueden ser fieles al Espíritu Santo y elegir a la persona más idónea para el cargo y por tanto querida por Dios; o pueden ser infieles al Santo Espíritu y no elegir al más indicado, y en tal caso no sería algo querido por Dios, sino permitido.
Por lo tanto, aun teniendo en cuenta la especial asistencia del Espíritu Santo, se puede afirmar que la elección de una determinada persona a ocupar la cátedra de Pedro, es la voluntad de Dios en el mismo sentido en que puede serlo cualquier evento histórico: Dios, respetando el orden por Él mismo establecido y dejando así obrar libremente al hombre, le da la capacidad de obrar según la voluntad divina o al margen de ella.
Al Papa Benedicto XVI cuando todavía era cardenal, allá por 1997, se le preguntó en la televisión alemana si el Espíritu Santo es responsable de la elección de un papa, dijo:
Yo no diría eso, en el sentido de que el Espíritu Santo escoge al Papa… Yo diría que el Espíritu no toma precisamente las riendas del asunto, sino que, como buen educador, por así decirlo, nos deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos del todo. Por lo tanto, el papel del Espíritu debe entenderse en un sentido mucho más elástico, no es que dicte el candidato por el que se debe votar. Probablemente la única garantía que ofrece es que la cosa no pueda arruinarse del todo[15].
Y continuó afirmando: «Hay demasiados casos de ejemplos que contradicen esa afirmación de que el Espíritu Santo elige a los Papas»[16].
De manera similar, en su discurso final ante el colegio cardenalicio, el papa Benedicto declaró:
Antes de despedirme personalmente de cada uno de vosotros, quiero deciros que seguiré estando cerca de vosotros con mis oraciones, especialmente en estos próximos días, para que seáis completamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el Señor os muestre al que él quiere[17].
La oración del papa –y de todo el orbe católico– para que sean dóciles al Espíritu Santo indica, obviamente, la posibilidad de que no lo sean.
Por tanto no debe entenderse que, por acción directa del Espíritu Santo, el Papa elegido sea necesariamente el más prudente, el más sabio o el más santo entre los posibles candidatos. Basta con repasar la historia para comprobarlo: ha habido Papas santos, buenos, mediocres, deficientes e incluso desastrosos.
5 – Cómo sí puede decirse que el Papa es elegido por el Espíritu Santo
Pero por supuesto, una vez elegido el sumo pontífice, sea quien sea, es investido por la autoridad divina y todo el orbe católico debe reconocerlo, respetarlo y amarlo como “el dulce Cristo en la tierra” según inmortal frase de Santa Catalina.
- Dios es quien confiere al Papa su misión
Aunque el Papa sea elegido por medio de un voto humano, su misión pastoral no proviene de los cardenales ni de los fieles, sino directamente de Dios. Es Cristo mismo quien le encomienda el cuidado de su Iglesia: “Apacienta a mis ovejas”. Así lo expresa también la liturgia tradicional de la Iglesia, al pedir que Dios mire con favor al elegido y lo sostenga en su tarea: Deus, omnium fidelium pastor et rector, famulum tuum N., quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius réspice…[18] Es decir, “Dios, pastor y gobernante de todos los fieles, mira propicio a tu siervo N., al que quisiste poner al frente de tu Iglesia como pastor…”. Esta misma afirmación se repite en multitud de lugares, en los textos litúrgicos relacionados con el Papa.
Juan Pablo II afirmaba en la homilía de inicio del pontificado (22 de octubre de 1978): «Hoy un nuevo Obispo sube a la Cátedra Romana de Pedro, un Obispo lleno de temblor, consciente de su indignidad… ¡Oh, el designio de la Divina Providencia es inescrutable!»[19]
Por eso, el Papa no representa a los electores ni a los fieles, sino que actúa como Vicario de Cristo, con plena autoridad para gobernar la Iglesia universal. Según el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium), esta autoridad incluye la infalibilidad en cuestiones de fe y moral, bajo condiciones muy concretas.
El respeto hacia el Papa, por tanto, no depende de su santidad personal ni de la opinión que se tenga de él, sino de la dignidad de la misión que Dios le ha confiado. Honrarlo forma parte del cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.
- El Papa forma parte del plan de Dios
Aun así, todo lo que sucede en la historia tiene lugar bajo el cuidado providencial de Dios, aun lo acontecido bajo causas contingentes, que pueden fallar[20]. Y bien sabido es que Dios permite el mal en cuanto puede sacar bienes de él; Santo Tomás citando a San Agustín afirma: «de ningún modo hubiera permitido Dios omnipotente la presencia del mal en sus obras, de no ser tan bueno y poderoso que del mal pudiera sacar un bien»[21]. Agreguemos que «todo sucede para bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28).
6 – Qué hacer nosotros aquí y ahora: ¡rezar y ofrecer!
Decía san Juan Pablo II en la Constitución apostólica sobre la sede vacante:
Durante la Sede vacante, y sobre todo mientras se desarrolla la elección del Sucesor de Pedro, la Iglesia está unida de modo particular con los Pastores y especialmente con los Cardenales electores del Sumo Pontífice y pide a Dios un nuevo Papa como don de su bondad y providencia. En efecto, a ejemplo de la primera comunidad cristiana, de la que se habla en los Hechos de los Apóstoles (cf. 1, 14), la Iglesia universal, unida espiritualmente a María, la Madre de Jesús, debe perseverar unánimemente en la oración; de esta manera, la elección del nuevo Pontífice no será un hecho aislado del Pueblo de Dios que atañe sólo al Colegio de los electores, sino que en cierto sentido, será una acción de toda la Iglesia. Por tanto, establezco que en todas las ciudades y en otras poblaciones, al menos las más importantes, conocida la noticia de la vacante de la Sede Apostólica, y de modo particular de la muerte del Pontífice, después de la celebración de solemnes exequias por él, se eleven humildes e insistentes oraciones al Señor (cf. Mt 21, 22; Mc 11, 24), para que ilumine a los electores y los haga tan concordes en su cometido que se alcance una pronta, unánime y fructuosa elección, como requiere la salvación de las almas y el bien de todo el Pueblo de Dios[22].
¡Cuán importante es el Papa para todo el mundo! Comenta el P. Casanovas sobre San Ignacio:
Al ser elegido el Papa Marcelo II, todos sintieron grandes esperanzas de que reformaría la Iglesia, y en casa y fuera de ella no se hablaba de otra cosa. Cuenta el P. Cámara que «como los Padres tratasen de eso en su presencia [de San Ignacio], nos respondió que tres cosas le parecían necesarias y suficientes para que cualquier Papa reformase el mundo, es a saber: la reformación de su misma persona, la reformación de su casa y la reformación de la corte y ciudad de Roma»[23].
Y también, dice el P. Villoslada sobre San Ignacio:
Él opinaba que la reforma eclesiástica había de venir de arriba, del papa. Ni siquiera esperaba mucho del concilio, que ciertamente daría buenas leyes, mas no podría hacer que se ejecutasen[24].
Por tanto, ofrezcamos todas las oraciones y sacrificios que podamos por este Cónclave que se aproxima, porque está en juego la salvación de las almas, está en juego la gloria de Dios. Como dirá San Maximiliano Kolbe: «Donde más brilla la gloria de Dios es en la salvación de las almas».
Puede servir unirnos para eso: ofrecemos aquí una grilla para anotarse, y algunas oraciones que pueden ayudar. Vamos a hacer una novena, empezando el 1º de mayo día de San José. La idea entonces es anotarse para sentirnos unidos rezando por algo que realmente nos incumbe muchísimo.
Le pedimos insistentemente a nuestra Madre del Cielo que cuide de su Iglesia, y que esté presente allí con los cardenales como lo estuvo en Pentecostés con los apóstoles, y el Espíritu Santo -en ese misterio de la gracia y la libertad- los «empuje» a los cardenales para que elijan a aquél que sea como Cristo, que tenga el corazón del Señor.
¡Ave María y adelante!
[1] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_04031979_redemptor-hominis.html
[2] Unde ad divinam bonitatem pertinet ut, sicut produxit res in esse, ita etiam eas ad finem perducat. Quod est gubernare. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 103, a. 1 co. Tomamos sustancialmente las traducciones de la edición en castellano de la BAC, con algunas presiones personales.
[3] Quia inferior gubernat per superiora; non propter defectum suae virtutis, sed propter abundantiam suae bonitatis, ut dignitatem causalitatis etiam creaturis communicet. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 22, a. 3 co.
[4] Cum per gubernationem res quae gubernantur sint ad perfectionem perducendae; tanto erit melior gubernatio, quanto maior perfectio a gubernante rebus gubernatis communicatur. Maior autem perfectio est quod aliquid in se sit bonum, et etiam sit aliis causa bonitatis, quam si esset solummodo in se bonum. Et ideo sic Deus gubernat res, ut quasdam aliarum in gubernando causas instituat, sicut si aliquis magister discipulos suos non solum scientes faceret, sed etiam aliorum doctores. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 103, a. 6 co.
[5] Vult autem quaedam fieri Deus necessario, et quaedam contingenter, ut sit ordo in rebus, ad complementum universi. Et ideo quibusdam effectibus aptavit causas necessarias, quae deficere non possunt, ex quibus effectus de necessitate proveniunt, quibusdam autem aptavit causas contingentes defectibiles, ex quibus effectus contingenter eveniunt. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 19, a. 8 co.
[6] El Código Social de Malinas es un documento elaborado por la Unión Internacional de Estudios Sociales, fundada en 1920 en Malinas (Bélgica) bajo la presidencia del cardenal Desiré-Joseph Mercier. Este código fue concebido como una guía para la acción social católica, abordando diversos aspectos de la vida social desde una perspectiva cristiana.
[7] Hurtado, A., Moral Social, p. 46.
[8] Filósofo argentino asesinado por el comunismo en la década del ’70. Mártir por Cristo pero sin reconocimiento eclesial…
[9] Sacheri, C., El orden natural, p. 194.
[10] Cf. Hch 1,15-26.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 874.
[12] Cependant le mode d’élection à la papauté n’est pas fixé par le droit divin. Le premier pape, saint Pierre, fut choisi par le fondateur même de l’Eglise; mais on ne trouve ensuite, ni dans l’Écriture sainte, ni dans la tradition, aucune prescription de Notre-Seigneur à cet égard. D’ailleurs, si Jésus-Christ en avait précisé lui même la forme, elle n’aurait pas varié à travers les siècles, comme on le constate. Il a donc laissé à l Église, et surtout à son pasteur suprême, le soin de régler ce point essentiel de discipline ecclésiastique, et d’y introduire toutes les modifications que les vicissitudes des temps exigeraient dans la suite. Ortolan, T., “Élection des Papes”, DThC, vol. 4 B, coll. 2281.
[13] Cf. Ibid.
[14] I was never whapped on the head by the Holy Spirit. I had to make the best choice I could based on the information available. Allen, J., The Rise of Benedict XVI: The Inside Story of How the Pope was Elected and Where He Will Take the Catholic Church [Edición de Kindle].
[15] I would not say so, in the sense that the Holy Spirit picks out the pope… I would say that the Spirit does not exactly take control of the affair, but rather like a good educator, as it were, leaves us much space, much freedom, without entirely abandoning us. Thus the Spirit’s role should be understood in a much more elastic sense, not that he dictates the candidate for whom one must vote. Probably the only assurance he offers is that the thing cannot be totally ruined. Ratzinger, J., en: Allen, J., The Rise of Benedict XVI…
[16] There are too many contrary instances of popes the Holy Spirit obviously would not have picked! Op. cit.
[17] Before I say goodbye to each one of you personally, I would like to tell you that I shall continue to be close to you with my prayers, especially in these coming days, that you may be completely docile to the action of the Holy Spirit in the election of the new pope. May the Lord show you the one whom he wants. Benedict XVI, Farewell address to the Eminent Cardinals Present in Rome [en línea], Clementine Hall Thursday, 28 February 2013.
[18] Missale Romanum, Editio typica tertia, Oración Colecta (2ª opción), Misa “Pro Papa”, p. 1081.
[19] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1978/documents/hf_jp-ii_hom_19781022_inizio-pontificato.html
[20] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 22, a. 2.
[21] Deus omnipotens nullo modo sineret malum aliquod esse in operibus suis, nisi usque adeo esset omnipotens et bonus, ut bene faceret etiam de malo. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 22, a. 2, ad. 2.
[22] Constitución apostólica Universi Dominici gregis del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la vacante de la sede apostólica y la elección del romano pontífice, n. 84.
[23] I. Casanovas, S.I., San Ignacio de Loyola. Fundador de la Compañía de Jesús, Balmes, Barcelona 19803, 352.
[24] R. García-Villoslada S.I., San Ignacio de Loyola: Nueva biografía, Madrid 1986, 611.