“Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)

Esa afirmación del Señor que puede ser entendida con referencia a muchas cosas –ya que “todo” es justamente aquello donde nada se excluye– desde hace años me suena y resuena que principalmente se puede aplicar a una cosa, a una realidad.

No hay duda que a lo primero que hace referencia el Señor es al mundo nuevo que sobrevendrá luego de su Segunda Venida –en ese contexto lo afirma en el último libro sagrado–. Sin embargo, sabemos que ya su Encarnación produjo una nueva creación, más gloriosa aún que la primera. El Catecismo afirma que “La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera” (n. 349). Profundas palabras para ser meditadas despacio…

Lo que quiero hacer en estas breves líneas es aplicar las palabras del Señor para el fin de los tiempos, a estos, que también son últimos tiempos aunque sin llegar todavía a la parusía. Si es que me he dejado entender… sigamos.

¿Qué es aquello por sobre todo que el Señor ha hecho nuevo? ¿Cuál es la realidad que Cristo Jesús ha cambiado radicalmente en su vida y, sobre todo, en su muerte? ¿Qué es aquello que el hombre antes de Cristo miraba de una forma y ahora debe mirar de manera totalmente contraria, porque el Señor así lo hizo? Me imagino que ya deducirán a qué me refiero…

Aquello que el hombre lastimosamente se ganó como castigo del primer pecado, el dolor, el sufrir y el morir… aquello que la naturaleza humana rechaza instintiva y visceralmente… aquello que siempre el mundo ha denostado y que actualmente parece que como nunca antes se niega a mirar de frente y comete una y mil aberraciones con tal de no experimentarlo…

Todo eso, absolutamente todo, sin límite, y en una medida para nosotros incalculable, fue lo que abrazó entrañablemente, amó apasionadamente y predicó diáfanamente el Verbo Encarnado en los días de su vida mortal.

Por tanto… o Cristo, Nuestro Señor, es un Cristo crucificado y crucificador, es decir, que nos quiere llevar a la Cruz –si alguno quiere ser mi discípulo…–, o es una fantasía, una caricatura novelesca, un ente imaginario que calma, mintiendo, la conciencia y su sed de Dios… un invento de un “dios” a medida que se usa como se quiere y cuando quiere… en definitiva un “jesús” que nunca ha existido ni existirá…

Nuestro Señor quiso la Cruz, amó la Cruz. Desde el “he aquí que vengo a hacer oh Dios tu voluntad”, voluntad del Padre que lleva incluido su sacrificio redentor, pasando por aquello de san Lucas que, al describir, con frase semita, la firme voluntad del Señor de morir en la Cruz, afirma que “endureció su rostro en su decisión de ir a Jerusalén”, hasta el “todo está cumplido” que expresó agonizando poco antes de expirar, toda la vida del Señor es un caminar al patíbulo, al sacrificio total, al dolor desgarrador…

Y amó esa Cruz apasionadamente… “con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!”. Por eso al único que llamó Satanás fue a Pedro y fue cuando éste intentó apartarlo de su gran amor, de la voluntad del Padre, del sufrimiento… “Vade retro Sátana, porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres…”. “¡¡Los de los hombres!!”… ¡claro está! No hace falta que sean satánicos sino que basta que sean nuestros, de nuestra pura naturaleza caída que aborrece sufrir… Pero hemos sido “re-creados”, tenemos una nueva vida desde el bautismo y esa nueva vida tiene otras formas, otras maneras, otras inclinaciones, otros quereres… y ahí está la lucha, la pelea, la batalla… donde no siempre gana la gracia del Señor sino lo puramente humano…

La pregunta sería ¿¿¿hasta qué punto quiero sufrir por amor al Señor que tanto sufrió por mí y que eligió el dolor para salvarme y salvar al género humano??? Porque en la medida de mi “sí”, en esa misma media conozco y amo al Señor, en esa misma medida soy cristiano de verdad…

“Santificarse es padecer” dirá San Alfonso, y santa Teresita: “La santidad no consiste en decir bellas cosas, ni siquiera en pensarlas, en sentirlas; sino que consiste en querer sufrir”. ¿¿¿Quiero o no quiero sufrir por amor a Jesús??? Porque esa y no otra es la mayor novedad que nos dejó el Redentor… esa y no otra es la gran buena noticia –¡¡que el sufrir tiene sentido, es santificador, es una perla preciosa!!–, ese y no otro es el camino a la santidad, a la unión con el Crucificado. Repetimos: o Cristo está en la Cruz o Cristo no es nadie ni nada…

Si vemos la vida de los Santos, es ahí donde notamos mayor diferencia con nosotros porque es en este punto donde han podido descubrir el corazón del mensaje del Señor y, sobre todo, el Corazón mismo del Redentor.

Se dice de San Francisco de Asís que nadie amó tanto la riqueza como Él la pobreza… cuando a San Ignacio, camino de Roma, se le apareció el Señor y le dijo “te seré propicio en Roma” ¿¿¿qué entendió el Santo??? Pero si nos parece locura, ¡¡y lo es!! Pensó que lo iban a crucificar en Roma… ¡¡eso es, para un alma endiosada, es decir, unida profundamente a Cristo, el “serle Dios propicio”!! No quiere otra cosa que parecerse a su Dios y Señor Encarnado… no quiere otra cosa que vivir –y morir– como su Dueño y su Todo… y hasta se sienten indignos de que Dios los elija para la Cruz…

¿¿Y nosotros?? ¡Ay…! Sí que estamos lejos… Basta un mínimo dolor que se prolongue para que ya empecemos a pensar que Dios se olvidó de nosotros, que nos está castigando… y en algún caso también empiezan a haber tentaciones contra la existencia misma del Todopoderoso…

Y sin bien no hay duda que entender y vivir el dolor como Jesús y sus santos es una gracia, tampoco hay duda que milagros no está obligado a hacer Dios a diario y que la gracia supone la naturaleza; es decir, que sin nuestra libertad cooperando con la gracia y aceptando crucificarse, no hay manera que lleguemos a descubrir “la gran novedad” que nos trajo el Señor. Una vez San Francisco de Asís dio a un leproso una limosna, pero lo hizo con cierta reticencia por la aprensión que le daban las heridas… luego, caminando un poco más recapacitó y, secundando la gracia del Crucificado, volvió y lo abrazó con todo cariño… de ahí en más no sintió ningún tipo de repugnancia hacia los enfermos. Ahí vemos… la gracia y la libertad, Dios y el hombre… “Quien te creó sin ti…”

Por último, toda esta novedad que nos trae el Señor no parece muy atrayente y, sobre todo, tiene muchos colores grises, suena a vida monótona, sin sentido, abúlica y triste casi hasta la depresión… ¡¡y he ahí la gran mentira!! que el demonio azuzará cuanto más pueda en nuestra imaginación porque él es “el triste” por antonomasia y el gran entristecedor…

¿¿¿Acaso han visto un solo santo triste??? ¡¡Uno solo al menos tráiganme y tiro a la basura estas líneas…!! ¿¿Santos crucificados?? ¡¡Todos!! ¿¿Tristes?? ¡¡Ninguno!! Porque de lo contrario ¡qué gran mentira que serían las bienaventuranzas! Porque no son otra cosa que distintos modos de crucificarse… Si me permite el Señor resumirlas –¿¿¿¡¡¡quien me creo…!!!???– podemos decir “Bienaventurados los que se crucifican conmigo porque no hay otra manera de ser como Yo que como Dios y como hombre, soy el más feliz de todos, soy la felicidad misma”.

Y no podíamos terminar estas líneas sin recordar a Aquella que no estaba al pie de la Cruz simplemente porque no le quedaba otra… porque así “le tocó en suerte”… María Santísima estaba al pie del Sagrado Madero “Crucificando a su Hijo” –ya me tiembla el pulso al escribir esto…– en cuanto que estaba ahí aceptando y queriendo lo que el mismo Jesús, Nuestro Señor, aceptaba y quería porque era Voluntad del Padre Eterno. En Caná de Galilea Jesús le dijo a María “mujer ¿qué a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora”. Esa “hora” del Señor, en el Evangelio de San Juan era su Cruz y Jesús sabía que, si comenzaba a hacer milagros, comenzaba a caminar al Gólgota e, igual que en el Huerto de los Olivos, muestra aquí también –pero en este caso ante su Madre Santísima– que su naturaleza humana rehuía el dolor… Y su Madre –¡¡eso es una Madre!!– ni siquiera dijo una palabra a Jesús… solo con una mirada lo encaminó a la Cruz, solo con sus ojos –seguramente brillosos de lágrimas– le suplicó y también ordenó que no dejara de hacer nuevo aquello que todo el mundo estaba esperando… –aunque no lo supiera– que no dejara de transformar el dolor en perla preciosa… y que Ella sería su fiel compañera en la tarea, siendo, de la nueva creación, la nueva Eva junto al nuevo Adán…

Que esta Semana Santa nos ayude a descubrir el gran secreto del dolor y del sufrir y veremos, junto con esto, que hallaremos otra verdadera perla preciosa escondida: entenderemos el gran misterio del amor, porque desde aquel primer viernes santo hasta ahora y hasta el fin de los tiempos, nada sabe de amores, quien no sabe de penas, pues pena, es traje de amadores –como dirán San Juan de la Cruz– y porque Dios reveló su esencia más íntima en la Cruz de su Hijo… nunca antes –y nunca después– el Altísimo había dicho tan claramente “Yo soy Amor”…

5 comentarios:

  1. Profunda reflexión, gracias Padre Lombardo.

  2. Susana Gargano

    Me encantó la reflexión! Gracias padre Lombardo!! Bendiciones!!

  3. Evelyn Rodriguez

    Gracias Padre!

  4. Magnífico Padre todo lo que nos transmite, tanta claridad y transparencia. He seguido sus escritos, he hecho a través suyo los ejercicios Ignacianos, el día de la Virgen de Fátima parece como si hubiera estado allí, con lágrimas de emoción por toda esa vivencia que nos compartió. Gracias Padre, muchas gracias por tanta entrega incondicional. Rezo a diario por Ud y las misiones
    Bendiciones

  5. Carlos Rosales

    Padre, no lo conocía, pero me estremeció por completo su reflexión.
    Gracias por abrirme el corazón para que penetre la gracia en mi alma y hacerme entender que el día a día es un «crucificarse con el Señor».

    Que Dios lo bendiga, mis oraciones por usted desde México.

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