– Apóstol Pedro, elegido por el Señor para ser el primero entre los Doce, tengo una curiosidad… un pálpito que quisiera confirmar, algo sobre tu vida que no es conocido.
– Dime, amigo, no tengo reparos en contarte lo que ha sido de mi vida, tanto las maravillas que el Señor ha hecho, como mis debilidades y miserias. Aunque las más importantes las encuentras en el Evangelio y seguro ya las conoces.
– Sí, sí, a esas las conozco y me han ayudado mucho. Pero hay un momento en tu vida que no se encuentra en las Sagradas letras y aunque la historia nos lo relate hermosamente, no puede mostrarnos qué pasaba en tu interior en ese momento. Así que, aprovechando tu disposición, procedo a preguntarte.
– Adelante, amigo; pero solo te aclaro que, sea lo que sea, aunque te lo cuente con lujos de detalles, siempre será muy difícil trasmitir todo lo que cada experiencia ha traído consigo, especialmente las que tienen que ver con Jesús, el Señor, ya que supongo que algo de eso me preguntarás, ¿verdad?
– ¡Efectivamente! Y aunque no puedes transmitirme todo, lo que puedas, siendo algo que justamente tiene que ver con Él, todo me sirve, y mucho. Como las migajas con las cuales quería alimentarse la Cananea.
– Pregunta, entonces, con confianza, que no hay mayor alegría para un apóstol, que hablar de que ha visto y oído del Verbo de vida.
– ¡Bien! Me voy a remontar a momentos antes de tu partida de este mundo a la gloria del Padre.
– ¿Quieres saber detalles de mi martirio?
– Ehh… sí, pero no exactamente, sino de un momento previo al martirio, pero que dio lugar a que esto sucediera.
– ¿Te refieres a mi encuentro con Jesús?
– ¡Exactamente! En ese momento cuando huías de Roma por la persecución de Nerón y tuviste que elegir qué hacer.
– Ah, sí, sí. Y aunque no me costó nada decidir…, en sí misma ¡qué difícil decisión! Como sabrás, no siempre huir es señal de cobardía; yo quería seguir pastoreando las ovejas que el Señor me había encomendado tan encarecidamente.
– ¿Pero no sabías que el martirio sería tu último testimonio?
– Es cierto, Jesús me había profetizado cómo sería mi muerte y difícilmente podría darse sin un martirio: “otro te ceñirá y te llevará donde no quieras”… ¡cómo olvidar esas palabras!. Pero no sabía exactamente cuando tenía que darse y, mientras tanto, trataba de salvar mi vida y la de los primeros cristianos.
– Pues bien, la tradición nos cuenta hermosamente varios detalles de lo sucedido; cómo escapando por la Via Apia se te apareció el Señor cargando la Cruz camino hacia Roma. Podemos visitar incluso el lugar y ver las marcas de las huellas del Señor.
– Amigo, si pudiera emocionarme te aseguro que lo haría. Fue la última vez que lo vi a Jesús en la tierra y aunque he vivido momentos inolvidables con Él, este es uno de los más entrañables.
– ¿Por qué?
– Porque yo, como sabes, por mi cobardía, había renegado de Él, y por eso no pude acompañarlo al Calvario, no pude ver a mi maestro y Señor llevando la Cruz, ni si quiera fui digno de esto… y era algo que anhelaba, por ser la fuente de toda nuestra vida espiritual, pues todo está en saber llevar la Cruz, como Jesús.
– ¿Y cómo se te ocurrió hacerle esa pregunta?
– No es algo que pensé demasiado… imagínate! Solo vi a mi Señor y lo único que quería era seguirlo –de hecho, de eso se trata nuestra vida–, pero Él iba en una dirección totalmente contraria a la mía… ¡iba hacia donde estaban mis perseguidores! De ahí mi pregunta casi espontánea y entremezclada de asombro y algo de temor: “Quo vadis, Domine?”, ¿Dónde vas Señor?
– ¿Y tes esperabas la respuesta que te dio?
– Para nada… es cierto que ya entreveía algo de lo que estaba tratando de decirme, pero no, no, no podía esperar una respuesta semejante… Y otra vez te digo que, si pudiera, me emocionaría al recordar esto: “Voy a Roma a ser crucificado de nuevo”. ¡Cuánto, cuánto me dijo el Señor en esas pocas palabras!
– Creo poder imaginarme, Pedro, al menos algo de ese glorioso encuentro y de esas profundas palabras; pero solo quiero detenerme en una cosa, y es la duda que te mencionaba al comenzar, y tiene que ver con lo existencial, con lo que te tocaba directamente a ti en esa respuesta.
– ¿Tú dices de la invitación del Señor a entregarme?
– ¡Así es! Porque es algo en lo cual me parece que no solemos detenernos demasiado. Lo tomamos como parte de la historia, de la cual ya sabemos el final; y nos parece que es lo más lógico que te hayas vuelto a Roma para morir.
– Y sí, sin duda que era lo más lógico, pero como bien sabemos, la gracia supone la naturaleza, no la destruye, la eleva y perfecciona. Por eso, efectivamente, si bien la decisión no llevó más que una fracción de segundo y fue sin duda una gracia actual del Espíritu Santo, no dejó de tener un fuerte componente, podríamos decir, para tu lenguaje actual, psicológico y emocional.
– Cuéntame un poco sobre eso, por favor.
– Todo mi ser seguía el impulso del brioso caballo en que cabalgaba. Lo natural me pedía salvar mi vida y, además, de una muerte muy cruenta; pero, como te conté, también lo sobrenatural, hasta donde había podido discernir en ese momento, me empujaba a hacer todo lo posible para seguir pastoreando el rebaño del Señor. Todo hablaba de seguir, de huir, de continuar…
– Y, entonces… ¡irrumpe el Señor!
– Así es… el mismo que había irrumpido en mi historia unos 30 años atrás y me había pedido ser pescador de hombres, cosa que cambió mi vida para siempre… ahora me pedía que terminara esta vida terrena… ambas cosas son una gracia, pero, repito, hasta ese momento la tanto la naturaleza como la gracia me hablaban de preservar mi vida.
– Dime, entonces, Pedro, por favor, dime qué pasó por tu cabeza y tu corazón en aquel momento…
– En oración me han preguntado muchas veces esto, pero nunca había respondido como lo haré ahora contigo… espero te sea de provecho, y también a otros muchos.
– ¡Claro que me será de provecho! Y haré también lo posible para que otros lo conozcan.
– Procedo entonces. La mirada de Jesús es única… y al decirme que iba a Roma a ser crucificado de nuevo, clavó sus ojos en mi…
– ¿Y te acordaste de aquel momento cerca del Jordán en que lo viste por primera vez y te dijo que te llamarías Pedro? Supongo que ese encuentro, esa primera mirada, habrá marcado tu vida…
– Sin duda que fue inolvidable lo sucedido en aquel primer encuentro… pero no, no me recordé de aquella vez… Lo que vino inmediatamente a mi mente y a mi corazón y se confundió con la realidad –porque parecía casi un regresar en el tiempo– fue la mirada del Señor después de mi triple traición… Y junto con esto, que evocó ese profundísimo dolor que he llorado toda mi vida, pude recordar con mucha nitidez, mis cobardes palabras en esas tres veces que lo negué… Se me humedecieron los ojos y sin dudarlo un instante tomé las riendas de mi caballo que parecía muy extrañado por el rotuno cambio de rumbo, y regresé a Roma, a entregarme… Nada quedó del primer atisbo de miedo que tuve, y solo comencé a llorar…
– ¿De tristeza?
– Sí, pero con una aclaración importante. ¿Ves estas marcas bajo mis ojos?
– Sí, claro que sí.
– Así como el Señor se dejó las marcas de los clavos como testimonio de su amor por nosotros, así me ha regalado a mi mantener en la gloria las marcas que tantísimas lágrimas dejaron en mi rostro cuando estaba en la tierra. Y sí, son lágrimas de tristeza, pero…, es difícil de explicar, es la más dulce de las tristezas, una tristeza en una imperturbable paz y en que otorga una inconmovible fuerza junto con el deseo de darlo todo por Él. ¿Y sabes qué? Aunque siempre me habían consolado, nunca habían sido de tanto consuelo esas lágrimas como en ese preciso momento.
– ¿Por qué acababas de ver a Jesús?
– No exactamente; de hecho, también lloré ante Él cuando se me apareció a mi solo luego de su resurrección.
– ¿Por qué entonces?
– No sé si podré trasmitirte esto… pero haré el intento, porque es algo que, a muchos cristianos, incluso sacerdotes, les cuesta mucho entender y que el que ronda como león rugiente no deja de aprovechar para sus maléficos fines. Me refiero a cómo aprovechar para nuestra santificación los pecados que hemos cometido.
– Sí, sí, por favor, háblame de este tema, demasiado importante y difícil.
– No te diré más que lo que me sucedió a mí, pero creo que puede ser de provecho para todos. En cada lágrima que derramé por mis pecados, junto con la tristeza mezclada con un gran consuelo, como te comentaba, había una deseo muy grande –del Espíritu Santo, por supuesto–, de darlo todo por Aquel que lo había dado todo por mí y que yo cobardemente había engañado.
– ¿Pero no estabas dando todo ya con tus desvelos por las almas y los riesgos por el Evangelio?
– Sí, claro, con la ayuda de la gracia, hacía todo lo que podido por Él y su rebaño… pero cada vez que pensaba en mi encuentro con Jesús después de mi muerte, lo imaginaba habiendo derramado mi sangre por Él, es decir, dando todo, absolutamente, hasta el último suspiro, hasta la última gota de sangre. Y esas son las maravillas que solo puede hacer Dios… que transforma nuestros pecados en fuentes de humildad y deseo de entrega. Así que volví a Roma al galope y llorando las más dulces de las lágrimas que haya derramado… Había llegado aquel momento tan esperado, el de la reparación total de mis pecados, el de esa muestra de amor que no se puede mezclar con segundas intenciones… cuando se da la vida, no queda nada que pueda ser obstáculo al testimonio total del más puro de los amores.
– ¿Y te acompañó hasta el final este sentimiento?
– Sí, y también mis lágrimas. No hay duda que es obra de Dios, porque la naturaleza humana, esa que me hizo decirle a Jesús que se alejara de la cruz, nada sabe de estas cosas. Y así fue que, estando crucificado, después de duros golpes y en medio de atroces tormentos, mis lágrimas de consuelo se mezclaban con mi sangre e internamente repetía, con inmenso gozo, reparando mi cobardía: “sí, conozco a ese Hombre; sí, conozco a ese Hombre”…
– Casi no puedo hablar, Pedro…
– Pero falta un detalle no menor, algo que si no se hubiera dado, quizás la historia hubiese sido otra.
– Pero ¿qué puede influir tanto en algo así, en tu relación con el Señor?
– No es algo… es Alguien. Mis primeras lágrimas, amarguísimas lágrimas, como bien sabes, tuvieron como motivo y gran consuelo la misericordiosa y dolorida mirada de Jesús después de mi traición. Pero inmediatamente me alejé de allí, a llorar amargamente. No puedo explicarte el gran dolor que sentía… creía no podría haber en la tierra criatura tan miserable como yo, tan desagradecido, tan vil. Y creo que no hubiera resistido tanto dolor sin desesperarme –tu sabes, la soledad no es la mejor amiga en estas circunstancias–, no hubiera resistido, te decía, si a pocos pasos de salir del patio del sumo sacerdote, no hubiera encontrado a la Madre del Señor. Sin decirle nada Ella parecía saberlo todo. Su tierna y maternal mirada me dijo muchas cosas… que el Señor me perdonaba y seguí amando, y Ella también… Y, no sé como explicarte esto pero lo entendí en sus ojos… entendí, aún en medio del indecible dolor que Ella estaba sufriendo, como de la más fuerte de las mujeres que ha habido y habrán jamás… que me decía: “no es momento de más cobardías… sé humilde y regresa”. Por eso junto con el “sí conozco a ese Hombre”, en mi crucifixión, entre lágrimas de gran consuelo agregaba: “Madre, aquí estoy”…
Gracias Padre, leí como si lo cambiaran de tierras Padre 🔥 Que Frutos del jubileo 🌱🌾🍃🍃🍃
¡Guau!… muchas gracias por dejarnos presenciar esa conversación. ¡Qué profunda y provechosa! Impresionante.
Perdón pero no me ha gustado, demasiado largo para un post, pareciera un cuento, pero no tiene los elementos básicos que debería tener, como el principio y el desenlace, además al inicio no hay contexto. En fin, demasiadas palabras y no transmiten mucho.
Muchas gracias por tan hermosa reflexión, me emociono hasta las lagrimas, me llevo a mirarme como Pedro en los momentos en que también he negado al Señor, 😢 pero con la esperanza de que el Señor me de la gracia cada dia para no volver a hacerlo.
Simplemente,Gracias!!!!
Me encantó el relato, lo viví profundamente y deja una gran lección, de que como Pedro, todos fallamos pero al encontrarnos con la mirada de Jesús nos levantamos y seguimos felices tomados de su mano, además, de que contamos siempre con la maternal intercesión de Nuestra amada Madre, gracias y bendiciones.
Gracias mil, padre Gustavo
El texto me deja una profunda reflexión y es que desde mi pecado, y cuando me arrepiento de haber traicionado tan infinito amor, puedo darle honra y gloria a nuestro Señor, quien no aparta nunca su mirada de mí, sino que me ama y me espera pacientemente a que yo también lo mire a Él.
Entonces comprendo, que no hay pecado tan grande que supere su infinita misericordia;cuanto mayor es el pecado, tanto mas grande debe ser mí arrepentimiento y así el deseo de reparar su dolor. Dios lo bendiga…
He podido llorar con Pedro. Todos tenemos algo o mucho de él y gracias a Dios contamos con su Misericordia y con una Madre que siempre nos consuela y nos devuelve hacia El.
Hermoso relato padre. Me emocionó muchísimo. Muchas gracias!!!
Dios bendiga gracias por compartir, ciertamente la mirada de Jesús dice mucho,todo es cuestión de fe pero sobre todo tener siempre nuestros ojos en el Señor.
Tanto que reflexionar, es que descubrir el amor de nuestro Señor es una tarea interminable pero necesaria, me llegó al corazón. Gracias!
Una gran enseñanza nos deja nuestra madre Maria..y Jesus ..por supuesto de el salen todas las cosas ..esto ..a diario pasa hasta hoy en dia..