Madre, ¡sólo un suspiro!

Madre mía, sólo te pido una cosa: un suspiro.

Tanto necesito de tu Hijo y tantas veces se lo he pedido; tengo fe de que Él escucha nuestras súplicas pero Madre, si mis súplicas llegan por medio tuyo, todo será distinto.

¡Un suspiro Madre, sólo un suspiro!

No te pido que me mires, ni siquiera soy digno de eso, mira solo a tu Hijo que yo he puesto en esa Cruz y, mirándolo, suspira una vez por mi pobre alma.

Ese anhelo, ese deseo tuyo por alcanzarme un favor de tu Hijo que expresarás en un suspiro, Madre mía, vale más que todas las oraciones y que todos los sacrificios que pueda hacer yo durante toda mi vida. Es más, ese solo suspiro tiene más poder que todas las oraciones de todos los santos y ángeles del cielo juntos.

¡Un suspiro Madre mía, sólo un suspiro!

No tengo que decirte qué necesito porque nadie como Tú lo sabes. Como en Caná, Madre mía, dile, con un suspiro, que me falta el vino de las virtudes, que mi caridad es egoísta, que mi esperanza es débil y mi fe vacilante… Dile que me cuesta olvidarme de mí mismo, que no vivo su Evangelio con radicalidad, que le temo a la Cruz. Dile que confío demasiado en mí y muy poco en Él…

Pero, sobre todo, Madre mía, con ese suspiro, pídele a tu Hijo que también me diga a mí esas palabras que dirigió a Juan, que también yo pueda tenerte entre mis cosas más queridas[1]. Pídele, Madre mía, que te ame de verdad, como a mi Madre (¡pues lo eres!), porque amándote Madre, estaré seguro de amar también a tu Hijo, y eso -lo sabes- es lo único importante y lo que más anhelo.

¡Un suspiro, Madre mía, sólo te pido un suspiro!…

 


[1] En el texto griego la expresión “eis ta ídia” (en latín “inter sua”) se traduce mejor la recibióentre sus cosas más queridas” o “entre las cosas propias” (pero “lo propio” entendido como algo “querido”). Esto supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cf. S. Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: “La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura”.

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Agrego dos oraciones, que tanto superan a la de arriba, cuánto es más virtuosa la pluma de la que salieron.

A esta primera -que me sirvió de inspiración- San Alberto Hurtado la escribió  haciendo Ejercicios Espirituales en su Noviciado, contemplando el Nacimiento.

María mírame

¡Madre mía querida y muy querida!
Ahora que ves en tus brazos a ese bello Niño
no te olvides de este siervo tuyo,
aunque sea por compasión mírame;
ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesús
para ponerlos en mis miserias,
pero, madre, si tú no me miras,
¿cómo se disiparán mis penas?
Si tú no te vuelves hacia mi rincón,
¿quien se acordará de mí?
Si tú no me miras,
Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos, no me mirará.

Si tú me miras, El seguirá tu mirada y me verá
y entonces con que le digas
“¡Pobrecito! necesita nuestra ayuda”;
Jesús me atraerá a sí y me bendecirá
y lo amaré y me dará fuerza y alegría,
confianza y desprendimiento.
Me llenará de su amor y de tu amor
y trabajaré mucho por El y por Ti,
haré que todos te amen
y amándote se salvarán.
¡Madre! ¡Y solo con que me mires!

San Alberto Hurtado S.J.

 

Esta otra es del Beato Manuel González, incansable apóstol de la Eucaristía, y, como no podría ser de otro modo para una amante de Jesús, gran amador de Su Madre. 

¡Madre Nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humano, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!

Beato Manuel Gonzalez

 

9 comentarios:

  1. Yolanda Izaguirre

    Hermoso!!!!

  2. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Ojalá podamos siempre decir lo que San Anselmo: “«María, a ti te quiere amar mi corazón, a ti mi lengua te desea alabar ardientemente»”. Catequesis del Papa Benedicto sobre san Anselmo

  3. eduardopozo carvacho

    hermoso sin palabras

  4. ¡Muchas gracias Padre! .Una hermosa reflexión, ,, mi deseo… que podamos mirarla en nuestro interior para que guíe nuestros corazones y saber asimilar lo que Dios quiere que hagamos en lo cotidiano.

  5. En estos momentos ésta súplica me viene muy bien, desgraciadamente a veces no recordamos que basta con mirar sus ojos con humildad para ser transportados al corazón de Jesús.
    grs

  6. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Hermoso deseo! Hay que invocarla entonces como «Nuestra Señora del Buen Consejo!

  7. P. Gustavo Lombardo, IVE

    Bien dicho! Así lo expresa san Luis María en el Tratado: «Siempre que piensan en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios por ti. María es toda relativa a Dios. Y yo me atrevo a llamarla ‘la relación de Dios’, pues sólo existe con relación a El, o «el eco de Dios», ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios.
    Cuando santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella el eco fiel de Dios exclamó: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor’. Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días: cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María».

  8. Que hermoso es saber que tenemos una Madre que nos cuida, nos guia, nos fortalece, que nos Ama a pesar de nuestras miserias y que no baja sus brazos ni se cansa de llamarnos para que volvamos a ser uno con nuestro Padre. Te ruego Madre que no permitas que yo me canse de pedir tu auxilio y el perdon de tu Hijo cada vez que detengo mi caminar.

  9. sin la ayuda y el apoyo de maria santisima nos cansamos pues ella no tuvo cansancio en seguir a su hijo ese corazon lleno de obediencia y bondad gracias madre santa por tu amor a todos nosotros tus hijos

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